Producción: Tomás Lukin
Las señales del mercado
Por Norberto E. Crovetto *
La formación de la economía argentina desde nuestra independencia se
hizo al calor del mercado global armado por Inglaterra. Esa primera
globalización nos ubica, por la extraordinaria productividad del campo,
como proveedores de carne y granos. La provisión de materias primas y
alimentos baratos es crucial para el desarrollo industrial de los países
centrales. Producimos más barato las carnes y los granos que en los
países centrales, luego resulta más barato intercambiarlas por
manufacturas importadas que producirlas internamente. Se impone
políticamente una organización económica cuyas señales ordenan la
economía en base a los principios de las ventajas comparativas, siendo
nuestro rol el ser “granero del mundo”. Las señales de mercado son
instituidas orientando la actividad económica en cumplimiento de la
división internacional del trabajo.
Desafortunadamente, la economía no suele mantener en el tiempo su
equilibrio y las señales del mercado pierden fuerza en su carácter
primordial de orientación y coordinación; producto de las crisis y
guerras mundiales el país se industrializa. Una vez resueltos los
desequilibrios y reencauzada la actividad económica mundial y bajo un
nuevo dominio político (el ascenso de EE.UU. en lugar de la Gran
Bretaña), se reordenan los mercados y sus señales. Nuevamente se impone
el rol de ser el “granero del mundo”, pero ahora en conflicto con el
proceso de industrialización, generándose una economía que Diamand ha
denominado Estructura Productiva Desequilibrada (EPD), por la cual
coexisten productividades relativas entre los sectores industrial y
primario diferentes de las internacionales. La mejor productividad del
campo que la internacional resulta en un producto industrial
relativamente más caro que el de nivel internacional. O de otra manera,
gracias a un costo menor en los países centrales del producto industrial
dado por la importación de alimentos, aquél resulta relativamente más
barato que el producido en nuestras tierras.
Estas han sido, en apretada síntesis, las causas de los ciclos y
estancamiento de la economía argentina. Las recurrentes crisis del
sector externo (devaluaciones y fuga de capitales) son su manifestación
más visible, que, como el iceberg, tiene una cara oculta en la
construcción histórica de un tipo de estructura productiva particular
(EPD), y que se comparte con los países de herencia colonial con pocas
excepciones. Gran parte del endeudamiento externo, hoy sustancialmente
resuelto, tuvo su origen en ese mecanismo. En el contexto actual, volver
a endeudarse con libertad absoluta del egreso de divisas es aumentar
los niveles de “fuga de capitales”.
Se pueden aplicar políticas desde la demanda, pero ellas encuentran
un límite en la creciente importación sin su correlato en las
exportaciones industriales. La mejora en la distribución del ingreso con
señales de mercado “viejas” conduce al callejón de la crisis del sector
externo. El problema central de la restricción externa se dramatiza en
la inflación y puja distributiva; tampoco se resuelve sin conducir las
señales de mercado en la dirección deseada. La construcción del mercado
tuvo que ser planificada (Polanyi).
Si se observa la evolución histórica de muchos de los países
industrializados, de los viejos (Alemania, Italia) y de los nuevos (los
asiáticos) se rescata el hecho de que todos han provocado cambios
modificando desde la política los mercados y sus señales, de modo que se
orienten y coordinen en la dirección de resolver y remover los
obstáculos para el desarrollo.
¿Cuáles son las condiciones para modificar las señales de mercado a
favor de un crecimiento industrial e inclusivo? En primer lugar la
fortaleza macroeconómica, cuya piedra angular es el equilibrio a largo
plazo de la balanza comercial. Por lo tanto, los ingresos de divisas por
bienes y servicios reales y los egresos por importaciones y servicios
reales y financieros deben tener un tratamiento en lo más alto de la
política económica, tanto desde el punto de vista de la multiplicidad
del tipo de cambio como de los acuerdos sectoriales, de modo que la
tendencia natural a importar se equilibre con exportaciones industriales
crecientes. No se trata en este caso de compensar con exportaciones
“agropecuarias”, pues en ese caso “no aumenta” sino que sustituye un
exportador por otro. También la política fiscal debería tener como uno
de sus principales objetivos —aunque no el único— el apoyo al equilibrio
del sector externo, en la inversión pública, en los subsidios a los
procesos industriales y el desarrollo tecnológico. En la política
industrial, el desafío mayor, dada la fragmentación productiva global,
pasa por sustituir exportando. Este crecimiento tiene que ser inclusivo.
Es la condición para alcanzar una capacidad de decisión política
propia. Difícilmente se alcance tal poder con un pueblo empobrecido: la
miseria no suele ser buena consejera para la salud económica y social de
los países.
* Facultad de Ciencias Económicas, UBA.
Más intervención estatal
Por Martín Harracá y Pablo Wahren *
Los últimos acontecimientos en materia económica han puesto en el
tapete una discusión muy necesaria: el rol de los principales grupos
económicos en la vida política y económica del país. El Gobierno
denunció en diversas ocasiones a aquellos sectores que mediante su
comportamiento han fomentado, en el frente externo, la caída de reservas
y en el interno, una aceleración de la inflación. Sin embargo, las
políticas actuales suponen concesiones a los principales sectores de
poder económico.
Los exportadores de granos se han negado a liquidar su cosecha,
motivando la caída de reservas, pero también es cierto que el Gobierno
convalidó la devaluación. De esta manera, quien acaparó ganó, al poder
vender en la actualidad la cosecha a 8 pesos por dólar. Mientras los
exportadores amasan mayores fortunas, la devaluación se traslada a
precios y erosiona el poder adquisitivo de los salarios, ya sea por
mayores costos importados o por la acción especulativa de empresarios
con poder de mercado que han aprovechado para subir sus precios a pesar
de que sus insumos sean locales. Otro tanto ocurre con los bancos que
han contribuido a la incertidumbre cambiaria mediante su accionar en el
mercado paralelo y hoy se les ofrece la oportunidad de seguir aumentando
sus ganancias a través de la política de incrementos en la tasa de
interés.
Así, medidas compensatorias como el plan Progresar, con lo
necesarias y progresivas que puedan llegar a ser, quedan opacadas frente
a las consecuencias distributivas de la devaluación, y tampoco aportan a
evitar las causas que las hicieron necesarias. Si hacemos un ejercicio
muy simple, y suponemos que se va a exportar en dólares exactamente lo
mismo que en 2013, sólo la devaluación del mes de enero ya implica una
transferencia a los exportadores de más de 100.000 millones de pesos. La
cifra es equivalente al monto destinado a subsidios en 2013 y supera
ampliamente los fondos destinados al plan Progresar.
Creemos que debe adoptarse otra estrategia, que parte de la premisa
básica de que no es posible combatir la especulación y el acaparamiento
de productos mediante acuerdos e incentivos a los mismos sectores que la
generan. La primera propuesta que señalamos se relaciona con el
comercio exterior. Sólo 20 empresas controlan casi el 50 por ciento de
las exportaciones totales argentinas. Eso implica un virtual monopolio
privado de la principal fuente de divisas de la Argentina, resulta
urgente la conformación de un Ente Regulador del Comercio Exterior,
acompañado por la puesta a disposición del Estado de los principales
puertos y terminales que desde los ‘90 están en manos privadas. Operando
como único exportador de todos los productos agrícolas,
hidrocarburíferos y minerales del país, y con capacidad de intervención
sobre otros rubros de exportación e importación, esta herramienta
pondría en manos del Estado valiosísimos instrumentos de política
económica que permitirían: 1) desacoplar precios internos de los
internacionales; 2) incentivar producciones de mayor valor agregado o
estratégicas mediante subsidios cruzados; 3) quitar presión a pequeños
productores regionales que hoy se ven afectados por mono u oligopsonios;
4) evitar fraudes, triangulaciones, acopios y distintas maniobras
ilegales frecuentemente detectadas en las grandes exportadoras y 5)
disponer de una importante masa de renta en pesos apropiada por las
exportadoras que hoy genera presión al dólar, para orientarla hacia
política fiscales expansivas y de inversión en sectores claves.
Bajo una lógica similar, el otro frente que se debe abordar es el
del comercio interior, apuntando a combatir la inflación y las
estructuras concentradas en ciertas ramas estratégicas de la economía.
Una alternativa es la creación de una empresa estatal con amplia
inserción geográfica, orientada a la distribución de productos de
consumo popular. Esa iniciativa generaría miles de puestos de trabajo
genuinos. Esto permitiría poner un coto a las ganancias extraordinarias
de las grandes cadenas de supermercados, estableciendo precios de
referencia para bienes de la canasta básica. El otro aspecto neurálgico
para controlar la inflación es la auditoría de costos y ganancias de
aquellas ramas productoras de insumos difundidos, que también están
fuertemente concentrados (lo que en cierta medida facilita la tarea
fiscalizadora). Un hito en este campo podría ser la recuperación de la
ex Somisa, empresa fundada por el Estado y adquirida por el grupo
Techint mediante una estafa prolongada en el tiempo. Es posible comenzar
a disputar la preponderancia de ciertos sectores económicos de poder,
pero para ello debemos preguntarnos qué actores necesitamos,
construyendo qué política económica y qué Estado.
* Docentes UBA.
Fuente: Pagina/12
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