“En vida de los grandes
revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones,
acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la
campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se
intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así,
rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para
"consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido
de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario,
envileciéndola.” (1)
Esta
cita de Lenin, que ronda mi cabeza desde los 80 (cuando las remeras con la cara
del Che me hacían dudar entre la libertad democrática y la mortificación
fetichista) es sumamente pertinente, a la hora de recordar a quien nos ha
dejado físicamente este 5 de diciembre que pasó: Nelson Mandela.
Si
recordar es volver a pasar por el corazón, habrá entonces tantos recuerdos como
corazones, y en consecuencia, el recuerdo jamás se presentará: ni divorciado de
la conciencia, ni por fuera de los intereses de clase de quien recuerda.
Muy
temprano, desde el Imperio, pretendieron vendernos un Mandela Nóbel, como si
fuese posible equipararlo a rufianes de la talla Henry Kissinger o Barak Obama (que se empeña
en convencernos de que es negro).
Ni
hablar del Mandela “pacificador, humanista y exorcista del odio”, tan caro en
estas horas a las Corporaciones mediáticas, como si cada uno de esos conceptos,
no estuviesen atravesados por una lucha de clases que le asigna sentidos y los
impregna de consecuencias políticas.
Sabemos
perfectamente que filantropía no es solidaridad, y que la paz, el humanismo y
el amor que Mandela le propuso a los sudafricanos, no fueron un punto de
partida, sino la consecuencia de una posición de Fuerza y de una acumulación
política, conquistadas con años de luchar y militar un proyecto político
revolucionario.
No
hace falta ser muy astuto para rechazar cualquier semblanza que de este
luchador, pretendan vendernos desde los intereses político-económicos contra
los que tanto luchó.
A
no confundirnos, el Apartheid, por más que exacerben su componente racial,
tenía su fundamento no en lo étnico, sino en la necesidad de una particular
supraestructura que asegure la acumulación capitalista.
Son
ciertos todos y cada uno, los hitos que circulan hoy a manera de homenaje. Pero
sería incorrecto no remarcar algunos aspectos que sospechosamente están
ausentes en las pompas fúnebres “políticamente correctas”. Barrer bajo la
alfombra, por ejemplo, al Mandela que ante el endurecimiento del Régimen (un 21 de Marzo de 1960, en Sharpeville, al
suroeste de Johannesburgo, la policía abrió fuego contra una manifestación que
protestaba por la ley de pases matando a
69 ciudadanos y dejando casi 400 heridos)
pasó a la clandestinidad; y en junio formó el brazo armado del CNA, Umkhonto we
Sizwe (La lanza de la Nación) del que fue su primer comandante en jefe. Negar,
sin ir más lejos, al Mandela admirador de Yasser Arafat y la lucha del Pueblo
Palestino. Ocultar al Mandela camarada de Fidel y amigo entrañable de la
Revolución Cubana y de Cuba Socialista. Él, más que nadie, sabía de los aportes
de los internacionalistas cubanos, en el rescate de Angola de las garras del
Neocolonialismo y en la Victoria de La batalla
de Cuito Cuanavale ( entre diciembre de 1987 y marzo de 1988[)))
que significó la debacle militar de los racistas sudafricanos, la Independencia
de Namibia y la posibilidad de forzar una negociación para terminar con el
Apartheid.
Nuestro
recuerdo tiene que incluir en toda su dimensión sus 27 años de cautiverio; la
forma en que lo detuvieron; y que pretendieron al encerrarlo. Se sabe que en
junio del 1964, fue sentenciado a cadena perpetua y trasladado a la prisión de
Robben Island; y que estuvo en esta isla hasta 1982, cuando lo llevaron a la
prisión de Pollsmoor, en Ciudad del Cabo, de donde finalmente fue liberado en
1990. Lo que no cuentan los liberales, son las vergonzosas maniobras que acompañaron
esa historia. Su amnesia selectiva omite que Nelson Mandela fue apresado junto
a otros abogados cuando, como tales, habían asumido la defensa de dirigentes
presos; y que durante los años en
Pollsmoor tuvo que rechazar varias
ofertas de liberación condicionadas que le ofrecieron, buscando debilitar la
resistencia y la movilización de la población africana.
Este
homenaje no hace más que retomar el recuerdo integral que él tenía de sí mismo.
Valorar su sentido de la responsabilidad y su compromiso con la causa de la
liberación.
Cuando
el Lunes, 14 noviembre 2011 La Asociación de Militares Veteranos Umkhonto we Sizwe
lo premió por su papel como "comandante en jefe" en la lucha armada
contra el apartheid; su nieta Ndileka Mandela, (que recogió el premio en su
nombre), recordó las historias que le contaba su abuelo sobre su entrenamiento
militar en Etiopía en 1962, y afirmó que Nelson Mandela la definía como...
"una de las etapas de la que me siento más orgulloso".
Pretender
que haya muchos Mandelas, es también una ventaja para los que desde un discurso
revolucionario, encaran dogmáticamente esa empresa. Nelson Mandela sabía
perfectamente que la naturaleza de la lucha no la decide el resistente, sino el
poder. Para que los poderosos no nos lo arrebaten, a cada propuesta política en
cada etapa de su vida, debemos remarcar la condición de RESISTENTE, para que no
sean descontextualizadas.
La
advertencia del líder bolchevique con la que comencé esta semblanza, también
alcanza este peligro. Al fin y al cabo “canonizar”, un termino muy asociado a
las esferas eclesiásticas, deriva del término griego κανών (canón) que
significa "regla". Usarlo como regla, y eso es, lisa y llanamente
matar lo revolucionario que precisa de la creatividad.
Un
homenaje que lo respete en toda su real dimensión, debe ser un homenaje que
rechace cualquier canonización, ni la del poder, ni la del dogmatismo.
Ha
muerto un Marxista, un Comunista; su homenaje, nada tiene que ver con las
reglas, sino con guías para la acción.
Hasta la Victoria
Siempre Madiba!
Rafael Bianchi
Rosario 06 /12/2013
(1) Vladimir I Lenin “El estado y la Revolución” CAPITULO I: LA SOCIEDAD DE CLASES Y EL ESTADO .1. EL ESTADO, PRODUCTO DEL CARACTER IRRECONCILIABLE DE LAS CONTRADICCIONES DE CLASE. Agosto de 1917.
Fuente:Bando-Neon
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