martes, 20 de septiembre de 2011


 HOMENAJE. FALLECIO EL ECONOMISTA E INVESTIGADOR DANIEL AZPIAZU
Un hombre Brecht
A los 63 años murió un imprescindible, Daniel Azpiazu, referente ineludible de la corriente de pensamiento crítico del neoliberalismo. Sus trabajos, de calidad técnica y rigurosidad analítica, constituyen una guía fundamental para comprender el proceso económico, político y social del país, destacándose los referidos a las privatizaciones, grupos económicos y políticas industriales.

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“Al maestro, con cariño”
Por Martin Schorr

                 Alguna vez Bertolt Brecht escribió: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Y eso fue, precisamente, el querido Daniel Azpiazu, que falleció el pasado 30 de agosto a la corta edad de 63 años: un tipo imprescindible.

                 En primer lugar, porque es uno de los principales referentes en la lucha contra los pensamientos dominantes y los saberes establecidos. Siempre a partir de la adopción de un enfoque de neto corte heterodoxo, en el que la economía debe necesariamente ser encarada como economía política. Es decir, como una disciplina científica en la que el poder y su desigual distribución entre las distintas clases sociales y fracciones de clase debe constituir uno de los ejes centrales del análisis.

               En segundo lugar, por legarnos una obra inmensa en la que sobresale un rigor metodológico impresionante y una notable precisión analítica para esclarecer procesos sumamente complejos, que los diferentes factores de poder siempre intentan ocultar o travestir. En ese marco, una de sus principales contribuciones fueron sus investigaciones sobre los cambios verificados en los sectores dominantes de la Argentina a partir de la última dictadura militar, cuyos resultados se plasmaron en numerosos ámbitos. Entre ellos se destaca el libro El nuevo poder económico en la Argentina de los años ochenta, en coautoría con Eduardo Basualdo y Miguel Khavisse, que a esta altura constituye un clásico de las ciencias sociales. Daniel también analizó la trayectoria del capital extranjero radicado en el país a lo largo de diferentes etapas, la crisis y la reestructuración regresiva fabril a partir de 1976 y las políticas de promoción industrial y sus impactos sobre la estructura y la dinámica de ciertas ramas estratégicas. Asimismo, en pleno auge del neoliberalismo se destacaron sus agudos análisis del nefasto programa de privatizaciones desplegado en la década de 1990. En los últimos años, siempre desde una perspectiva crítica, se abocó a estudiar el comportamiento del sector industrial en la posconvertibilidad y la creciente extranjerización de la estructura económica local.

                 En tercer lugar, habría que remarcar la vocación y la pasión con las que Daniel formó a numerosos profesionales e investigadores a partir de su desempeño como docente en distintos lugares del país y en calidad de director o tutor de una innumerable cantidad de tesistas y becarios. Quienes tuvimos la suerte de trabajar a su lado admiramos y “sufrimos” a un lector tan detallista que era capaz de leer el índice de un trabajo o los distintos borradores tantas veces como fuera necesario, hasta que quedara “para mandar a barbecho”, como solía decir en señal de aprobación.
En cuarto lugar, cabe destacar su rol protagónico en diversos procesos de construcción institucional. Entre ellos sobresale su activa participación como cofundador y sostén fundamental del Area de Economía y Tecnología de la Flacso, así como en distintas comisiones del Conicet y en la etapa fundacional de la Universidad de General Sarmiento.
En quinto lugar, pero no por eso menos importante, habría que recordar a Daniel por su calidad humana y ética. En un ambiente en el que suele primar la soberbia y la competencia, Daniel era de una humildad y una solidaridad inquebrantables. Siempre te estimulaba y acompañaba en proyectos de tipo laboral y personal, aportando su excelente sentido del humor, su comprensión, sus críticas constructivas y sus consejos. Se fue un fuera de serie, un imprescindible. Su partida deja un vacío inmenso. Pero también un desafío no menor: recuperar sus legados y darle continuidad a su obra, como Daniel Azpiazu, nuestro maestro, habría querido

“Un tipo excepcional”

Por Mariano A. Barrera *

                 A Daniel Azpiazu, como la mayoría de los jóvenes de mi edad, lo conocí a través de sus publicaciones. Recuerdo que mientras cursaba la carrera de Ciencia Política, en ciertos ámbitos resonaban los nombres de Eduardo Basualdo y Daniel Azpiazu a través de sus estudios sobre la estructura social económica de la Argentina. En ese entonces, la impronta de su nombre imponía una distancia que lo ubicaba en el altar en el que uno sitúa a los intelectuales.
Mi primer encuentro con él fue en el marco de la Maestría en Economía Política de la Flacso que él dirigía con Basualdo y, en aquel entonces, Hugo Nochteff. En aquella oportunidad, a la primera clase del seminario de Economía Política Argentina llegué unos minutos tarde y sólo quedaba un lugar en la primera fila. Cuando terminé de firmar la lista para acreditar la presencia, se la pasé a la persona que estaba a mi lado, quien la miró y me dijo amablemente que él no firmaba. Ahí me dio la sensación de que no era un alumno y que podía ser un docente de la maestría. Algunas semanas después, cuando le tocó dar las clases de ese seminario, pude confirmar que esa persona era Daniel.

                     Hacia finales de ese mismo año lo tuve como docente en el taller de tesis. Desde ese último trimestre de 2007 hasta el último lunes, fue un pilar esencial en el desarrollo de mi investigación (como la de varios de mis compañeros y compañeras), pero fundamentalmente, de mi vida, porque Daniel tenía la facultad de no ser solamente un docente, sino una compañía, un punto de apoyo. Recuerdo un viernes a la noche en que me tocó ser el último en la reunión del taller y cuando terminamos nos fuimos caminando hacia el subte. Al día siguiente, el sábado a las 10.20, me escribió: “Cuando anoche venía para casa me acordé de un viejo trabajito que tal vez te sirva por el ‘racconto’ de ciertos hechos, más difíciles (tal vez...) de reconstruir ahora. Por las dudas, te lo adjunto”. Daniel era así, era de esas personas que están pendientes de cómo ayudar, desde su espacio, al progreso de los demás. Un tipo con una generosidad inmensa, que se molestaba cuando uno estaba encallado en la investigación y no se animaba a pedirle ayuda.
Tuve el privilegio de que luego aceptara ser mi director de la beca doctoral que otorga el Conicet y de mi tesis de maestría. Desde el primer momento, y de forma desinteresada, me acompañó (como lo hacía con todos aquellos que se lo solicitaban) siguiendo cada una de las etapas de la investigación, respondiendo a todas y cada una de la innumerable cantidad de dudas que fueron surgiendo, sin importar el día ni el horario de la consulta. Daniel tenía esa capacidad de contribuir diariamente, con una “generosidad académica” poco frecuente, con su vasto conocimiento, ayudando a quienes no lográbamos desentrañar los escollos que impone cualquier trabajo; leyendo y corrigiendo en tres días con una minuciosidad envidiable “bodoques” de 250 páginas.
                      
                    El lunes se fue Daniel, un intelectual como pocos que tenía la facultad de redactar de forma sencilla procesos complejos; un tipo intelectualmente brillante con una notable capacidad para articular los procesos sociales y con una memoria prodigiosa; una persona que a pesar de la impronta de su nombre y del altar en el que uno lo ubica, él se encargaba de eliminar esa distancia a través de su inmenso afecto y buen humor; un tipo que no se cansaba de enseñar hasta las cuestiones más básicas con tal de ver progresar al otro; pero principalmente se fue un gran consejero, un director que, aunque no lo fuera, te hacía sentir como un par. En resumen, se fue un compañero, un tipo excepcional

* Becario del Conicet, dirigido por Daniel Azpiazu.

Fuente diario página/12

viernes, 16 de septiembre de 2011

› DE LA TEORIA A LA PRACTICA POLITICA > DOS REFLEXIONES SOBRE EL ROL DE LOS INTELECTUALES EN LA VIDA PUBLICA




Escollos y desafíos

En un debate organizado por el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Sociales-UBA), José Nun y Emilio De Ipola abordaron desde distintos enfoques la articulación entre intelectuales, política y formas de intervención pública. Aquí, sus planteos centrales.
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  Por Emilio De Ipola *
                
              Para plantear algunos interrogantes sobre la relación de los intelectuales y la política, voy a referirme a mi experiencia en el interior del grupo Esmeralda que asesoró a Raúl Alfonsín, exclusivamente en la confección de sus discursos, entre 1985 y 1988. No quiero centrarme en la mera descripción, y menos aún en el elogio de esa experiencia, sino al contrario, referirme a sus escollos, a los desafíos que planteaba, a la mala conciencia que a veces nos producía, y también a algunos aspectos relacionados con la ética. El nacimiento de ese colectivo fue un poco desmañado: se fue constituyendo como una suma heterogénea de intelectuales y periodistas y durante un tiempo fue dirigido por un psiquiatra. En sus inicios, funcionó como una suerte de centro caótico de discusión, cuyo tema único era el grupo mismo: sus tareas, sus fines. No sabíamos para dónde íbamos, ni qué hacer para orientar el grupo.
Pero un día surgió la idea de visitar a Alfonsín. Allí las cosas empezaron a encarrilarse. Le propusimos que pronunciara un discurso sustantivo, teóricamente fundado, que culminara con una propuesta política fuerte y, por supuesto, progresista. Aceptó con entusiasmo. En virtud de ese discurso el grupo se fue organizando, dividiendo sus tareas: había un departamento de encuestas, otro de medios, un tercero de periodistas y un cuarto sin nombre: los “teóricos”.

Finalmente, el 1º de diciembre de 1985, a las 9, cerrando el plenario del congreso de la UCR, Alfonsín leyó el discurso. Fue ése el momento más positivo, más eufórico que vivió el grupo.
Cabe aquí una digresión. Alfonsín era un buen tipo, pero, además, quería ser un buen tipo, y se amaba a sí mismo en su condición de buen tipo. Cuidaba esa imagen, razón por la cual a menudo buscaba resolver todo por las buenas. Esa tendencia lo llevó a cometer importantes errores. Eso nos molestaba; no era necesario fomentar siempre esa imagen de bonhomía. Por otra parte –pensábamos–, sus intervenciones más acertadas tuvieron un claro sesgo colérico (en la Rural, en el púlpito, en un acto en que respondió a Ubaldini, allí presente).

Con los procesos a los militares –luego del Juicio a las Juntas– comenzaron los problemas. Las medidas tomadas por el gobierno (las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida) nos afectaron profundamente: nos sentíamos muy incómodos con nosotros mismos. Pues lo que daba a nuestra experiencia su particular complejidad era la necesidad de saber tomar distancia respecto del lugar que ocupábamos y las posiciones que asumíamos: la necesidad y sobre todo la dificultad de captar la mirada de nuestros testigos y jueces, encarnados en las posiciones, a menudo críticas, de nuestros pares. No ocultaré que el compromiso adquirido, junto a la cercanía con la figura del presidente, afectaba, más allá de nuestra voluntad y nuestra conciencia, la opiniones que vertíamos. Aquel que está cerca del poder adquiere una sensibilidad particular para comprender las dificultades que lo aquejan, así como para juzgar infundadas las críticas que recibe. Pero, con todo, mirando hacia atrás, hacia esos tiempos tormentosos, creo que no estábamos equivocados. Por eso, hoy sigo pensando que hicimos bien en incorporarnos al grupo Esmeralda y en cooperar en la elaboración de ese discurso tan lleno de deficiencias pero también de aciertos como fue el de Parque Norte. Ni decisiva, ni desdeñable, nuestra colaboración en ese y otros mensajes posteriores, formó parte, junto con la contribución de otras personas, de un intento valioso de otorgarle sentidos a la construcción de la democracia en la Argentina.
Siempre lo hicimos en un marco de tolerancia –celosamente protegido por Raúl Alfonsín–, manteniendo nuestros puntos de vista bajo el reconocimiento de que, sin integrar las filas de la UCR, intentábamos aportar una inquietud de izquierda democrática. En suma, Esmeralda y Parque Norte valieron la pena. De ningún modo renegamos de lo hecho: si se presentaran circunstancias análogas, volveríamos a hacerlo.
Investigador superior del Conicet, Instituto Gino
Germani (Sociales-UBA).

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La función intelectual

 Por José Nun *

1  Vivimos una época de continuos deslizamientos semánticos que oscurecen la realidad. Así, a un licenciado en Filosofía se lo llama “filósofo”, aunque nunca haya aportado una sola idea a su disciplina. Algo semejante ocurre con la siempre resbaladiza noción de “intelectual”. En su momento, Gramsci dio un gran paso adelante cuando desechó el uso del término para designar la naturaleza intrínseca de una actividad (como en la borrosa dicotomía “trabajo manual/trabajo intelectual”) y propuso que se empleara, en cambio, para aludir a una función determinada. Sólo que tanto la crisis de los discursos ideológicos totalizadores como la fragmentación de las clases sociales le han hecho perder anclaje a su propia categoría de “intelectual orgánico”, convirtiéndola en una abstracción.

2 Esto no significa en absoluto que la “función intelectual” haya desaparecido. Al revés, esa crisis y esa fragmentación la vuelven cada día más decisiva. Sólo que con ella apuntamos ahora a una apropiación eficaz de lo que producen esos que François Dosse llama “los talleres de la razón práctica”. Hablo, a la vez, de la necesidad y de la importancia de saberes acotados y rigurosos y de mediadores públicos que sean capaces de sistematizarlos críticamente y de ponerlos a disposición de audiencias amplias. La especificidad que asume hoy la función intelectual no excluye por cierto planteos más abarcativos, pero éstos dependen de la profundización de esos saberes y de las conexiones que se logren establecer entre ellos. Lo demás es cháchara de opinólogos poco dispuestos a cambiar nada y, mucho menos, su lugar.

3 Estamos muy lejos de Zola y del momento en que vio la luz el “Manifiesto de los intelectuales”, a fines del siglo XIX. Reitero: ahora cuenta muchísimo más la “función intelectual” que se cumpla que la pretendida figura de intelectual que se adopte. Por eso diría con apenas algo de exageración que puede haber obreros o gerentes o funcionarios de tiempo completo, pero no intelectuales de tiempo completo. No se trata de una profesión. Agente y función han dejado de ser asimilables, si es que alguna vez lo fueron. De ahí que crezcan tanto los riesgos de confusión y de un contrabando de credenciales que no tiene nada de ingenuo. Quiero decir: quienes asumen funciones intelectuales en ciertas circunstancias no lo hacen en otras, cuando la lógica de la militancia política, por ejemplo, los obliga a silenciar sus críticas o a sesgar sus discursos.

4 Entendámonos: son esenciales los papeles que cumplen los docentes o los investigadores o los militantes políticos. Es legítimo y necesario que se multiplique el número de quienes estudian a fondo aspectos diversos de la realidad, que hagan de esto una carrera profesional y que intercambien sus hallazgos con otros especialistas. Al mismo tiempo, es útil y recomendable que participen en actividades políticas de la más variada índole tal como lo hacen los jardineros o las azafatas. Pero desde el punto de vista que adopto aquí, nada de esto significa todavía que estén cumpliendo una función intelectual en el sentido descripto. Lo cual –prefiero pecar de repetitivo antes que ser mal interpretado– no va en absoluto en desmedro de sus prácticas.

5 Para decirlo en términos muy sencillos, en esta coyuntura la función intelectual implica adquirir conocimientos específicos en áreas que habitualmente se consideran reservadas a los expertos para después metabolizar críticamente esos conocimientos, relacionarlos con otros que resulten relevantes y ponerlos luego al servicio de quienes se interesen en comprender la realidad para poder transformarla. Pienso en temas tan fundamentales como la seguridad o la reforma fiscal o el sistema de salud o el uso del espacio público o la distribución del ingreso o la administración de justicia. Y pienso también en mediaciones críticas en sentido fuerte porque descreo del vínculo directo entre el político y el especialista. Estamos en un país donde la tentación del poder ha convertido ideológicamente a muchos expertos en ambiciosos aspirantes a tecnócratas y a buena parte de la dirigencia política en una nave a la deriva.
Investigador superior del Conicet, Instituto de Altos
Estudios Sociales (Unsam).

Fuente Diario Página/12




viernes, 9 de septiembre de 2011

El imperialismo y la economía política mundial hoy

CUADERNOS DEL PENSAMIENTO CRITICO LATINOAMERICANO

Final del formulario
 Por Alex Callinicos

PRESENTACIÓN

A continuación ofrecemos un fragmento del texto de Alex Callinicos publicado en el quinto número de la revista Crítica y Emancipación. Buenos Aires, CLACSO, 2011. En él, Callinicos vuelve sobre el concepto del imperialismo a la luz de la crisis actual del capitalismo y en el contexto de la arquitectura financiera mundial vigente. Señala analogías y diferencias con el nacimiento del imperialismo británico en el siglo XIX, el papel de Alemania y el proceso que llevó durante la pasada centuria a la hegemonía de Estados Unidos. Focaliza en su trabajo la especificidad del imperialismo estadounidense, que se conforma al finalizar la Guerra Fría y los nuevos actores de la geopolítica mundial en los albores del siglo XXI y sus relaciones complementarias y/o competitivas. Entre ellos, el presente y el futuro de las relaciones Estados Unidos-China.

La especificidad del imperialismo estadounidense Robert Wade sugirió el siguiente experimento mental:

              Suponga que usted es un aspirante a emperador romano en el mundo de hoy, de Estados soberanos, mercados internacionales y economías capitalistas. Para no tener que desplegar frecuentemente su peso militar necesitará actuar mediante la hegemonía en lugar de la coerción, y los demás deberán pensar que su predominio es el resultado natural de arreglos institucionales, fundados en el sentido común, que son justos y equitativos. Si usted –un actor unitario– pudiera crear resueltamente un marco internacional de normas de mercado para promover sus intereses, ¿qué tipo de sistema crearía? (2003: 77).

            Wade imagina una “arquitectura financiera internacional” que no implica al patrón oro, actuando en su lugar la moneda de la potencia hegemónica como la principal moneda de reserva internacional, sus mercados financieros “dominantes en las finanzas internacionales” y “un solo capital privado integrado al mercado mundial”, sin barreras de entrada o de salida, y todo bajo la supervisión de “una flotilla de organizaciones internacionales que se parecen a las cooperativas de los Estados miembro y que otorgan la legitimidad del multilateralismo, pero a las que usted (es decir, la potencia hegemónica) puede controlar mediante el establecimiento de normas y el bloqueo de los efectos que no le gusten”, y defendido por “un gran ejército, a fin de poder respaldar su hegemonía con coerción”. La arquitectura financiera mundial le permite financiar una fuerza militar abrumadora y “barata”. El resultado es el siguiente:

Esta arquitectura económica internacional le permite a su pueblo consumir mucho más de lo que produce, permite a sus empresas y sus capitales entrar y salir, rápidamente, de otros mercados, maximizando los rendimientos a corto plazo; cierra los flujos netos de las rentas de tecnología del resto del mundo por décadas y, por lo tanto, aumenta los incentivos para innovar de sus empresas y por medio de las fuerzas del mercado, aparentemente libres de poder político, refuerza su dominio geopolítico en otros Estados. Mejor aún si sus científicos sociales le explican al público que un proceso de globalización desestructurado y sin agentes –el implacable cambio tecnológico que reduce tiempo y distancias– está detrás de todo esto, causando que todos los Estados, incluido el suyo, pierdan poder vis à vis mercados. Usted no quiere que los demás piensen que la globalización, dentro del marco que ha construido, aumenta su capacidad de tener tanto un gran ejército como un próspero sector civil, mientras disminuye la de todos los demás (Wade, 2003: 78, 80-82).

           Este experimento mental se ajusta, por supuesto, a la hegemonía estadounidense contemporánea como un guante. La debilidad del bosquejo un tanto irónico de Wade es que tal vez basa demasiado la “arquitectura económica internacional actual” en el concreto de la necesidad histórica. Por lo tanto, durante la era de Bretton Woods en los años cincuenta y sesenta, cuando podría decirse que la preeminencia de los Estados Unidos en el mundo capitalista avanzado era mayor económica y geopolíticamente de lo que es hoy, el dólar estaba aún respaldado por el oro; la hegemonía británica decimonónica también implicó la generalización del patrón oro. Por otra parte, como Wade reconoce, el papel del dólar como principal moneda de reserva internacional es una espada de doble filo2. Sin embargo, tiene razón al insistir que las estructuras y las instituciones contemporáneas transnacionales trabajan para aventajar específicamente al capitalismo estadounidense. Recordemos la pregunta de Brenner:
¿Por qué, en relación con el mundo capitalista avanzado, la expansión imperialista, que condujo a la rivalidad interimperialista que llevó a la guerra que prevaleció antes de 1945, no lo consiguió después? ¿Por qué, con respecto a Europa, Japón y, de hecho, gran parte de Asia Oriental, la hegemonía estadounidense durante gran parte del período de la posguerra no pudo tener una forma imperialista –en el sentido que Harvey otorga a la palabra–, es decir, la aplicación del poder político para consolidar, exacerban, y hacer permanente la ventaja económica ya existente? (2006b: 90).

             Responder a estas preguntas implica considerar los intereses de Estados Unidos y los demás países capitalistas avanzados. En el caso de Estados Unidos, la respuesta, en un sentido general, es que la estructura específica y el peso mundial del capitalismo estadounidense le dio la capacidad de dominar y conducir a los principales Estados capitalistas sin construir un imperio territorial tradicional: el imperialismo no territorial de Puerta Abierta fue más adecuado a los intereses de Estados Unidos. Pero la manera en que Brenner plantea la cuestión implica que la hegemonía estadounidense no ha funcionado para servir a los intereses de los capitales de Estados Unidos, en oposición a aquellos capitales basados en economías avanzadas. En un artículo inédito sostiene que la hegemonía de Estados Unidos operó para institucionalizar las condiciones generales favorables para todos los capitales, estadounidenses y extranjeros (Brenner, 2007b). Simon Bromley, al argumentar acerca de la relación entre la invasión de Irak y la estrategia estadounidense del petróleo, sostiene la misma línea:

La forma de control que Estados Unidos está buscando delinear ahora [en Irak] es la que está abierta al capital, commodities e intercambio entre muchos Estados y empresas. No puede ser vista (¿todavía?) como una estrategia exclusiva económicamente, como parte de una forma depredadora de la hegemonía. Por el contrario, Estados Unidos utilizó su poder militar para diseñar un orden geopolítico que sirva de fundamento político para su modelo preferido de economía mundial: esto es, un orden internacional liberal cada vez más abierto. La política de Estados Unidos apuntó a la creación de una industria del petróleo internacional abierta, en la cual los mercados, dominados por las grandes empresas multinacionales, asignan capital y materias primas. El poder del Estado de Estados Unidos se despliega, no sólo para proteger los intereses particulares de las necesidades de consumo y empresas de Estados Unidos, sino para crear las precondiciones generales de un mercado mundial petrolero, confiado en la expectativa de que, como la economía líder, será capaz de satisfacer todas sus necesidades por medio del intercambio comercial (Bromley, 2005: 253-254).

               Es importante distinguir aquí tres puntos diferentes. En primer lugar, como ya argumenté, los Estados Unidos practican una forma de imperialismo no territorial, basado en la regla básica de que un orden liberal internacional abierto beneficiará, por lo general, a los capitales asentados en Estados Unidos. En segundo lugar, para que esta hegemonía funcione de manera, en general, estable tendría que, en todo caso, asegurar beneficios significativos para otros Estados capitalistas. Pero, en tercer lugar, no se evidencia en lo más mínimo que las instituciones que Estados Unidos construye, y las políticas que lleva a cabo, sean neutrales con respecto a los intereses de los capitales asentados en su territorio y los asentados en otros Estados. Desde una perspectiva liberal internacionalista, John Ikenberry sostiene que en los dos momentos históricos en que el poder relativo de Estados Unidos fue mayor, luego de 1945 y al final de la Guerra Fría, este país renunció temporariamente a las ventajas e hizo importantes concesiones a otros Estados con el fin de institucionalizar un “orden constitucional” internacional que maximizaría los intereses a largo plazo de todos los Estados. Ikenberry señala: “Ordenes estables son aquellos en los cuales el reembolso al poder es relativamente bajo y, a las instituciones, relativamente alto. Estas son, precisamente, las circunstancias que caracterizan los órdenes constitucionales más desarrollados” (2001: 255).

          Pero este argumento no explica suficientemente la cuestión de cómo son distribuidos “los reembolsos a las instituciones”. Consideraremos dos casos que resultaron caros para Estados Unidos en relación con otros Estados. El primero se refiere a la arquitectura financiera internacional, que Wade alega que opera en interés del capitalismo estadounidense. Peter Gowan sostiene, también, que los Estados Unidos aprovecharon la inestabilidad financiera de los años setenta y ochenta, particularmente después del “shock Volcker” de octubre de 1979, cuando Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, elevó sensiblemente las tasas de interés, imponiendo una dura disciplina monetaria a las economías de Estados Unidos y el mundo, para construir lo que él llama el régimen del dólar de “Wall Street”, en torno a un dólar que, si bien ahora es una moneda puramente fiduciaria sin respaldo del patrón oro, permaneció como el eje central del sistema financiero internacional, ventaja que Washington utilizó para promover en todo el mundo las políticas neoliberales favorables a los intereses de los bancos de inversión estadounidenses y corporaciones transnacionales (Gowan, 1999)3. De este modo, el gobierno de Clinton provocó profundas tensiones con Gran Bretaña y Alemania, en particular, cuando respondió a la crisis financiera mexicana de 1994-1995 presionando al Grupo de los Siete para que liderase a los países industriales en la creación de un paquete de rescate que benefició principalmente a los inversionistas estadounidenses. Notoriamente, la misma administración durante la crisis de Asia del Este de 1997-1998 bloqueó la propuesta japonesa de un Fondo Monetario Asiático, que habría limitado la capacidad del Fondo Monetario Internacional (FMI ) para gestionar la crisis, y juntamente con el FMI impulsó, en los gobiernos de Asia, políticas de liberalización económica diseñadas tanto para debilitar el denominado “capitalismo de amigos” (con estrechos vínculos entre el Estado, los bancos y las corporaciones privadas, distintivos del modelo económico de Asia del Este) como para volver a las economías afectadas más permeables al capital estadounidense. En su análisis de esta crisis, Robert Wade y Frank Veneroso (1998) describen el complejo “Wall Street-Tesoro de Estados Unidos-FMI ” con el fin de resaltar el nexo que une a las instituciones financieras internacionales con los intereses específicamente estadounidenses.

             Un segundo ejemplo importante, que también data de la administración Clinton, consiste en la expansión primero de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y, luego, de la Unión Europea (UE) en Europa Oriental y Central. Esta política representa una violación del acuerdo alcanzado entre Mijail Gorbachov, el último presidente soviético, el canciller alemán Helmut Kohl y James Baker, el secretario de Estado de Estados Unidos, durante las negociaciones en 1990-1991 que permitieron a Alemania unificada permanecer en la OTAN a cambio de la seguridad de que, en palabras de Baker, “no habrá extensión de la jurisdicción actual de la OTAN hacia el Este”4. La idea, detrás de la violación de esta promesa por el gobierno de Clinton, fue expresada muy claramente por Zbigniew Brzezinski, el principal pensador geoestratégico del Partido Demócrata. Brzezinski argumenta que la UE es “el puente eurasiático del poder estadounidense y un trampolín en potencia para la expansión del sistema democrático mundial en Eurasia”.

             La ampliación de la OTAN y la UE hacia Europa Central y Oriental extendería, en consecuencia, el poder estadounidense: “Si la Unión Europea se convierte en una comunidad geográficamente más grande […] y si Europa basa su seguridad en una alianza continua con los Estados Unidos, entonces se deduce que Europa Central, su sector geopolíticamente más expuesto, no puede ser excluido de compartir el sentido de seguridad de que el resto de Europa goza mediante la ‘alianza transatlántica’” (Brzezinski, 1998: 74-79). Stephen Cohen describió la “verdadera política de Estados Unidos” hacia Rusia “como la explotación implacable, al estilo de el ganador se lo lleva todo, de la debilidad rusa post 1991”, que incluye el “cerco militar creciente de las bases de Estados Unidos y la OTAN a Rusia, en y cerca de sus fronteras –que ya están instaladas o en vías de–, en por lo menos la mitad de las otras 14 repúblicas de la ex Unión Soviética, desde el Báltico y Ucrania hasta Georgia, Azerbaiyán y los nuevos Estados de Asia Central. El resultado es una cortina de hierro inversa construida por Estados Unidos y la remilitarización de las relaciones ruso-estadounidenses”, que a su vez provocó una política exterior de Moscú más asertiva con Vladimir Putin (Cohen, 2006)5. Los peligros de la estrategia de Washington fueron ampliamente demostrados por la guerra que estalló entre Rusia y Georgia en agosto de 2008, tras el intento del ejército georgiano, equipado y entrenado por los Estados Unidos e Israel, por capturar el enclave de Osetia del Sur protegido por Moscú.
[…]
¿Capitalismo mundial en los pilares de Hércules?

            Al debatir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y sus contratendencias, Gramsci pregunta: “¿Cuándo puede uno imaginar que la contradicción llegue a su nudo gordiano, un momento normalmente insoluble que requiere la intervención de Alejandro con su espada? Cuando toda la economía mundial se vuelva capitalista y llegue a cierto nivel de desarrollo, es decir, cuando la ‘frontera móvil’ de la economía capitalista mundial llegue a los pilares de Hércules (1995: 429-430). La idea de que el capitalismo, de hecho, llegó a sus pilares de Hércules es un lugar común hoy día, por ejemplo, en la afirmación mucho más optimista de Thomas Friedman de que la globalización “está aplanando y achicando el mundo”, y “por lo tanto va a estar impulsada, cada vez más, no sólo por individuos sino también por un grupo mucho más diverso de individuos (ni occidentales, ni blancos). Individuos de todos los rincones del mundo plano se están empoderando” (2005: 12). De hecho, que un periódico serio como el Financial Times debiera conceder a tal sobrecrecimiento su premio Business Book de 2005, se explica sólo por la euforia que rodea a los “mercados emergentes” –y especialmente al BRIC (Brasil, Rusia, India y China)– durante la burbuja crediticia de mediados de 2000.

Comprender hoy los contornos reales de la economía mundial es importante si queremos obtener una medida exacta de la evolución futura del imperialismo. La teoría principal de las Relaciones Internacionales trató de resolver el problema del formato geopolítico desde el fin de la Guerra Fría. Los realistas estructurales se apresuraron a predecir que la forma, aparentemente unipolar, que asumió el sistema estatal tras el colapso de la Unión Soviética sería meramente una fase de transición en la cual la primacía de Estados Unidos provocó la formación de una coalición que busca equilibrarse en su contra. Como Kenneth Waltz escribió en 1993, “la respuesta de otros países a uno de ellos que busca o gana preponderancia es tratar de equilibrarse en su contra. La hegemonía conduce al equilibrio […]. Esto está sucediendo ahora, pero vacilantemente (1993: 77). Enfrentado por la no emergencia de tal coalición, nuestro autor sostiene que su predicción fue correcta, pero que el momento de su advenimiento es imposible de determinar: “La teoría realista predice que los balances interrumpidos serán restaurados algún día. Una limitación de la teoría, limitación común a las teorías de las ciencias sociales, es que no se puede decir cuándo” (Waltz, 2000: 27). Fiel a las premisas estructurales realistas, William Wolforth afirma que la unipolaridad posterior a 1991 representa un punto de descanso estable, en lugar de un momento pasajero, porque las capacidades de Estados Unidos, tanto duras como blandas, son mucho mayores que las de cualesquiera de los otros poderes, y porque la fragmentación geopolítica de Europa y Asia del Este dificulta que cualquier otro Estado logre la centralización política y la concentración de recursos necesarios para desafiar la hegemonía estadounidense (Wolforth, 1999).

Las relaciones económicas figuran en tales explicaciones sólo en la medida en que afectan la capacidad material y, por lo tanto, el poder relativo de los Estados. Por el contrario, los internacionalistas liberales argumentan que el desarrollo de la moderna economía capitalista mundial convirtió al comercio internacional en un juego de suma positiva que da a los Estados, cuyas estructuras sociopolíticas internas son liberales y capitalistas, un incentivo para cooperar y para institucionalizar esta cooperación, y en consecuencia reduce bastante la probabilidad de guerra entre ellos. Como Andrew Moravcsik postula en una reafirmación sofisticada de la teoría liberal de las Relaciones Internacionales, “el desarrollo económico mundial, en los últimos 500 años, ha estado estrechamente relacionado con una mayor riqueza per capita, la democratización, los sistemas educativos que refuerzan nuevas identidades colectivas, y mayores incentivos para las transacciones económicas transfronterizas. La teoría realista no les otorga a estos cambios importancia teórica alguna” (1997: 535). Aquí hay una superposición entre el internacionalismo liberal y el marxismo clásico, que tampoco refiere a la economía mundial capitalista como un juego de suma cero: el desarrollo dinámico de las fuerzas productivas bajo el capitalismo puede, en condiciones adecuadas, aumentar tanto los beneficios como los salarios reales. Estas condiciones fueron obtenidas en gran medida durante el gran boom de los años cincuenta y sesenta en las economías avanzadas. Por otra parte, es una implicancia de la concepción de la hegemonía capitalista mundial con que trabajé que la potencia hegemónica suministre bienes públicos (por ejemplo, un sistema monetario internacional estable) que otorgue a otros Estados un incentivo para obedecer y cooperar. Pero la convergencia entre el marxismo y el liberalismo es sólo parcial. La economía política marxista conceptualiza al capitalismo como un proceso inherentemente contradictorio e inestable, constituido por la explotación del trabajo asalariado, responsable de crisis periódicas destructivas, y generador sistémico de desarrollo desigual. Cualquier evaluación honesta de la economía mundial contemporánea tendría que conceder que brinda mucho para afirmar este punto de vista sobre el capitalismo. […]

1 El presente texto es un extracto del publicado en el quinto número de la revista Crítica y Emancipación. Buenos Aires, CLACSO, 2011 también disponible en www.biblioteca.clacso.edu.ar. Originalmente publicado en Callinicos, Alex. Imperialism and global political economy (Cambridge, UK: Polity Press, 2009). Traducción de Eugenia Cervio.
2 Ver “Una redistribución del poder económico mundial”, pág 137.
3 Ver también Parboni (1981: Cap. 1).
4 Hubo un debate considerable entre los participantes sobre si esa promesa fue parte del acuerdo final en la unificación alemana; ver Gordon (1997). Pero la historia estadounidense semioficial de las negociaciones clarifica que fue un trago amargo para Gorbachov y su equipo que incluso los miembros de la República Federal incorporaran a Alemania del Este a la OTAN. Ver Zelikow y Rice (1997).

Fuente: Diario Página/12-www.pagina12.com.ar

viernes, 2 de septiembre de 2011

Los límites de la política sin actores sociales

 
Por Sebastián Etchemendy

        El modelo económico-político chileno, ese que hoy explota entre marchas multitudinarias, bombas de gas lacrimógeno y un muerto a manos de la policía del Estado nacional, fue hasta no hace mucho el mimado de los intelectuales neoliberales, pero también de cierto progresismo apologista de la moderación y el respeto del statu quo. Para los neoliberales era el caso exitoso y de manual: reformas de mercado que habían ido más lejos que en el resto de América latina bajo la dictadura de Pinochet, privatizando la salud, desregulando completamente el mercado laboral y municipalizando la educación, habían resultado, en esta visión, en un crecimiento económico sostenido. Para el progresismo de corte tecnocrático y liberal, Chile era el ejemplo de una coalición de centroizquierda prolija y efectiva, que en el marco del respeto por las instituciones heredadas del pinochetismo desarrolló políticas consistentes para bajar los niveles de pobreza.

        Los sucesos de estos días, y los resultados concretos del modelo chileno, muestran que estos enfoques tienen bases de arena. Como Argentina, Chile vivió una etapa de crecimiento con alto desempleo bajo el neoliberalismo, una crisis social enorme a la salida del tipo de cambio fijo en 1982 y una recuperación sostenida posterior. La consecuencia en Chile hoy, sin embargo, es una economía sin industria pesada, que no genera valor agregado, con un mercado de trabajo de condiciones paupérrimas (donde sólo el 5,6 por ciento de los empleados está cubierto por la negociación colectiva) y niveles de desigualdad africanos. La Concertación de centroizquierda en los años ’90, por su parte, apostó a un enfoque tecnocrático que ampliaba las políticas de transferencias sociales heredadas de la dictadura. Así, Chile se convirtió en el paraíso de las ONG despolitizadas, mientras su “progresismo” y sistema político eludían cualquier relación organizativa fuerte con actores sociopolíticos juveniles-estudiantiles, sindicales o movimientos sociales.

        La reacción en Chile hoy, entonces, evidencia, no sólo a los sofismas neoliberales que se caen como un castillo de naipes, sino los límites de un centroizquierda que tuvo una mirada casi exclusivamente tecnocrática de lucha contra la pobreza extrema, y desechó las alianzas con actores sociales. Esos mismos actores en Chile, juveniles, sindicales, movimientos sociales, cuando encuentran su ventana de oportunidad, se enfrentan a las herencias desreguladoras del neoliberalismo por fuera del sistema político, en las calles y en la lucha directa. Las declaraciones del presidente del Partido Socialista chileno, humilde, participando de las marchas en cuyo origen nada tuvo que ver, y diciendo “tenemos que aprender de este movimiento” son elocuentes.

         El contraste con la Argentina desde 2003 no puede ser mayor. Aquí, el giro en la izquierda que abarcó a toda América latina significó, con el kirchnerismo, alianzas centrales con los actores socioeconómicos, con el sindicalismo del sector privado de la CGT, con el sindicato nacional mayoritario de la CTA, la Ctera, y con variados movimientos sociales y juveniles-estudiantiles. A diferencia del centroizquierda chileno, el kirchnerismo fue, es, un movimiento nacional popular y progresista de actores y no sólo de política social. Una construcción así de un movimiento transformador trae, como se ocupan de destacar los medios hegemónicos, momentos de mayor polarización política. Pero la alianza con los actores sociales no sólo permite disputar más y mejor a los sectores dominantes para correr el límite de los derechos, sino que canaliza demandas y aspiraciones que se procesan mediante el sistema político y no terminan en un mar de represión y gas lacrimógeno.

* Director de la Maestría en Ciencia Política, Universidad Torcuato Di Tella
Fuente: Diario Página/12 

martes, 30 de agosto de 2011

MARCOS NOVARO Y SU HISTORIA DE LA ARGENTINA



“Este es un país de fuga constante”
El historiador analiza el período comprendido entre 1955 y 2010. Toma al peronismo como eje necesario del sistema político argentino y llega hasta el surgimiento del kirchnerismo.




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 Por Cristian Vitale

El historiador esboza una sonrisa ante la ironía que escucha en el transcurso de la entrevista con Página/12: “Puede que Perón haya hecho todo lo que hizo para romperles la cabeza a ustedes, los historiadores...”. Marcos Novaro retruca, en un intento de salir del paso por la síntesis: “El problema es que se rompió la cabeza a sí mismo, porque él también terminó siendo víctima de su propia creación”. Y continúa: “Yo creo que el peor período de la Argentina es el que va de 1973 a 1980, porque Perón se rinde ante su propia obra”. El recorte navega dentro del marco mayor que implican las 318 páginas de Historia de la Argentina (1955-2010), el libro que la editorial Siglo XXI le encargó a este investigador del Conicet, profesor de Teoría Política y Contemporánea, y director del programa de historia política del Instituto Gino Germani.
Lo que Novaro se propuso no fue, claro, un ensayo holístico sobre Perón (que sólo gobernó ocho meses durante el período), sino desandar los flujos y reflujos políticos que le han inyectado a la historia moderna del país sus “intersticios, dobleces y complejidades” y que, más claro aún, tienen a Perón como actor entre actores. El intento es tratar de abstraerse de visiones “maniqueas” y “simplificaciones” y analizar, desde allí, hechos y tópicos que prendieron fuego el pasado siglo y lo que va de éste: el fracaso de la Revolución Libertadora, la fragilidad de los gobiernos de Frondizi e Illia y sus planteos ante el peronismo proscripto, el proyecto corporativo de Onganía, el ascenso de las organizaciones armadas, el programa represivo de los militares y la inconsistencia de sus políticas económicas, la esperanza que despertó Alfonsín y las dificultades que debió enfrentar, las reformas de mercado introducidas por el menemismo y el surgimiento del kirchnerismo, entre ellos.

–Un libro de historia que incluye el período kirchnerista. ¿Cómo se hace historia “hasta ayer”?
–(Risas) Bueno, es un tema: apenas lo terminé se murió Néstor Kirchner y entiendo que ese capítulo final es muy precario.

–Y difícil, se intuye, al menos para mantener el tono matizado y analítico del resto del relato.
–Sí. De todas formas, el kirchnerismo no puede entenderse fuera de esta larga historia del peronismo post régimen peronista. En este sentido, tuvo un período de auge y eficacia política, simbólica y cultural que, para mí, terminó en 2008. Creo que tuvo el proyecto de recuperar las banderas del populismo y el desarrollismo, una pretensión de síntesis interesante, incluso la recuperación de cierto liberalismo político. El kirchnerismo fue la renovación de la Corte Suprema, el abrazo con Alfonsín y su incorporación al panteón de héroes... en fin, una serie de gestos muy importantes...
–La reapertura de los juicios a las Juntas es insoslayable...
–Eso era esperable, pero los otros gestos fueron más innovadores. De todas maneras, entiendo que el proyecto político llegó a su límite porque no fue capaz de cambiar al peronismo tradicional y tampoco supo acomodarse a una etapa más complicada en términos económicos, porque uno de los problemas recurrentes en este país es que el poder central, en el marco de un sistema populista, siempre termina siendo víctima del arco de gastadores de presupuesto. Igual, hay que entender la alternativa de Kirchner, que era rendirse ante eso. También podría haber seguido el camino de las reformas, pero era costoso pelearse con los gobernadores para que los rendimientos influyeran sobre las partidas presupuestarias o para reformar el sistema impositivo.
A Novaro le toca el rol algo incómodo de tener que hablar como un analista político de la actualidad cuando lo que hizo fue escribir un libro de historia. Entre la muerte de Kirchner y hoy han pasado muchas cosas que su libro –axiomático– no pudo plasmar. De todas formas, el pantallazo sobre el período ancla con el eje propuesto, el del peronismo como centro y actor necesario del sistema político argentino. “Desde 1955 hasta hoy ha persistido la idea liberal de rediseño y corrección del país y el peronismo se ha burlado de todos ellos, incluso de los intentos de los propios peronistas”, sostiene.
–¿A qué se refiere, específicamente?
–A que los intentos de disciplinarse a sí mismos y poner en caja a ese monstruo invertebrado también han fracasado. Yo creo que la etapa contemporánea también se puede leer en esos términos. El proyecto kirchnerista tiene mucha similitud con el de Menem en la idea de hacer un peronismo definitivo, aunque de otro signo, desde la voluntad. Y eso no pudo ser, ni desde adentro ni desde afuera.

–Ciertos historiadores soslayan un hecho central para comprender el peronismo, que es la identificación emocional entre un hombre y las masas.
–Bueno, no es un detalle. El peronismo hizo una revolución social, construyó una sociedad extremadamente igualitaria para los parámetros regionales y todavía uno tiene que discutir qué pasó con esa sociedad igualitaria. Y es que tiene un problema económico de base: es insostenible, porque la productividad en Argentina no alcanza para ser tan igualitarios. El país tenía que dar un salto de productividad para mantenerla y no lo pudo dar. Desde que Perón fracasó con el Congreso de la Productividad, ya no hubo forma de salvar esa sociedad. Ahora, yo pregunto, ¿si la igualdad es un principio que torna más estables a las sociedades, por qué la igualdad peronista fue tan inestable y disruptiva? Es un debate abierto y yo compartiría la tesis populista de que el problema no fue necesariamente el populismo, porque en realidad la sociedad argentina dejó de ser una sociedad populista y, sin embargo, se sigue gobernando con conflictos.

–Bien, pero pasaron cosas. Hubo una dictadura feroz, un neoliberalismo arrasador, un vaciamiento de la cultura política...
–Entiendo el argumento sobre la derrota del campo popular, pero no compartiría la idea de que hay, a partir de ese momento, un desequilibrio de poder. Está la tesis de Portantiero que dice “bueno, había un empate social y ese empate era el que generaba el conflicto, pero ese empate desapareció con la dictadura y a partir de ese momento no hay empate sino dominación”. Yo no lo comparto. Tiene una parte sugerente, sí, pero la idea de la derrota no tiene en cuenta el modo en que se autoderrotó la clase dominante con la dictadura. Y la gran conservación del poder que tuvieron actores del campo popular, principalmente los sindicatos. Más que pensar en un desempate hay que pensar en una derrota mutua: la Argentina populista implosionó y perdieron los dos. Me parece más interesante la explicación a lo
O’Donnell sobre alianza de clases. Cuando él escribe de la alianza hasta el ’76 dice que es mucho más complejo que la idea de empate. Lo que pasa del ’75 en adelante no es que hay un campo que sube y otro que baja, más bien hay un quilombo infernal en el que la derrota que infligen los sectores de poder militares y empresariales a los actores populares es un triunfo del cual no van a poder sacar provecho durante mucho tiempo. Una de las cosas importantes es que no está el empresariado. Fíjese que Alfonsín los tiene que ir a buscar para tratar de convencerlos de que dejen de fugar capitales. Para entender a Menem también hay que entender eso: dicen, “Menem se rindió ante el empresariado”, y no tenía frente a quien rendirse porque los tenía que convencer de que Argentina era viable, que dejaran de llevarse la guita. Este es un país de fuga constante, hay que entenderlo.

–¿En qué sentido entiende usted el concepto de populismo? Apela seguido a esa categoría.
–Yo creo que el populismo es un elemento bastante inevitable de todas las políticas democráticas, digamos. Los sistemas democráticos tienen una cuota de populismo que en algunas épocas es más de izquierda y en otras más de derecha. La apelación a las masas contra las instituciones o contra las jerarquías establecidas es algo muy fuerte en la política norteamericana, por ejemplo. Ahora, el populismo norteamericano convive en general con instituciones liberal-democráticas que lo canalizan. El populismo de Roosevelt, por ejemplo, encontró un freno en la Corte Suprema. ¿Fue bueno eso o no? Hay toda una discusión, porque la Corte era muy conservadora y le frenó las reformas sociales. Hay quienes piensan que eso fue un freno al reformismo.
–¿Y usted qué piensa?
–Me inclino a pensar que es un freno útil a los problemas del populismo porque éste arrasa con las instituciones y genera problemas más serios de los que resuelve. En algunas ocasiones es inevitable que arrase con las instituciones, como hizo el peronismo. Ahora, ¿por qué el reformismo de Roosevelt fue más duradero que el reformismo social del peronismo? En parte porque encontró instituciones, algunas de las cuales le hicieron frente, y en parte porque se canalizó a través de instituciones porque no podía ir por afuera. Ahora, ¿eso pasó porque las instituciones eran más permeables al cambio o porque el populismo no era tan virulento?... Tal vez por ambas cosas. En el caso argentino uno puede decir, bueno, el populismo en general ha ido por afuera de las instituciones y fue muy radical en el sentido distributivo.

–Puede preguntarse también si las elites y las instituciones que enfrentó el peronismo fueron flexibles con los reclamos sociales como para canalizar lo que usted llama populismo radicalizado.
–Yo diría que el problema no fue tanto con las elites sino con los partidos de oposición, la prensa y los sindicalistas socialistas y comunistas. Hubo una radicalización en ese sentido. Bueno, después uno podría decir “cuando Perón llamó a la paz Frondizi le contestó con guerra...” Y sí, es cierto. Frondizi creía que se iba a llevar las cosas por delante y que tenía que liquidar al usurpador de “su revolución”, y después pensó que podía usarlo como instrumento de su estrategia de superación del peronismo. Obviamente, hubo mucha omnipotencia en el antiperonismo, mucha revancha...

Novaro es investigador del Conicet y director del programa de historia política del Instituto Gino Germani.
Imagen: Sandra Cartasso

Fuente: Diario página/12

martes, 9 de agosto de 2011

Ampliando el espectro


Siempre es importante tener distintos enfoques de la realiadad , por esti les acercamos la siguiente revista mexicana de Sociología. La mismata un tema de gran importancia y terrible que ocurre actualmente en México que es  la  violencia. Les acercamos la  revista de Sociología hacer click para acceder.



miércoles, 3 de agosto de 2011

DIALOGO CON RODOLFO TECCHI, BIOLOGO, DIRECTOR DE LA AGENCIA DE PROMOCION CIENTIFICA Y TECNOLOGICA

Silenciosas semillas cargadas de futuro


Un balance de gestión y una mirada estratégica sobre temas pendientes. En este país, donde en el pasado relativamente reciente se mandó a los científicos a lavar los platos, ahora la ciencia se sienta a la mesa de las grandes decisiones.



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 Por Leonardo Moledo

–Usted integra el directorio de la Agencia. ¿Cuál es el balance de la gestión en Ciencia y Tecnología?

–Hay dos señales muy fuertes. Al principio de la actual gestión de Cristina Fernández de Kirchner, con la creación en 2007 del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MinCyT), que colocó en la agenda de los principales temas el desarrollo tecnológico, la mejora de la competitividad y la incorporación productiva del conocimiento; y ahora termina la actual gestión inaugurando Tecnópolis, una megamuestra que pone a la ciencia y la tecnología al alcance del conjunto de la sociedad.

–Y no hace demasiado, desde la cima del poder, los científicos eran mandados a lavar los platos...
–El cambio es rotundo. Se ha vuelto habitual que la ciencia esté presente en los mensajes presidenciales. Es fundacional que desde lo más alto del poder político se sostenga la necesidad de un sistema científico tecnológico renovado y activo. Por eso Tecnópolis, que es una feria de la ciencia y tecnología como nunca antes hubo en la Argentina, no es una decisión aislada, hay un esfuerzo por comunicar a toda la sociedad la importancia del desarrollo científico y tecnológico, lo cual marca uno de los principales signos de esta gestión presidencial. Esto, sin perjuicio de otras medidas como la Asignación Universal por Hijo, y otras medidas sociales que también han sido transformadoras. Esta Presidenta como ninguna otra en la historia le ha dado un lugar de privilegio a la investigación científica, y a la participación del sector privado en el desarrollo innovador.

–¿Usted diría que hubo un giro que busca más logros tecnológicos? ¿Gravitan más las aplicaciones concretas que las investigaciones básicas? La Argentina en los últimos años colocó satélites propios en órbita, exportó centrales nucleares, se crearon empresas de bioingeniería, aparece la tecnología como motor de la industria.
–Sin duda, hay avances tecnológicos y hay decisiones, que son políticas, para que sean aprovechados también por los sectores más desfavorecidos. Hay algo para destacar que pasó inadvertido en los grandes medios. Hace poco, cuando se inauguraba la nueva televisión digital en una provincia periférica como Jujuy, el gobernador Walter Barrionuevo señalaba que como nunca antes un avance tecnológico estaba llegando primero a los sectores más humildes y desprotegidos de la sociedad, rompiendo el paradigma tradicional en el cual las innovaciones científicas llegan primero a las clases sociales más acomodadas. Ese es un signo de estos tiempos.

–¿Usted diría que el Estado recuperó la planificación?
–Claro. El Estado, a partir de 2003, financió proyectos y hubo un fortalecimiento institucional palpable, y sobre esa base, a partir del 2007 se inició un rumbo novedoso. Al momento de crear el MinCyT, la Presidenta buscó que ese ministerio lo liderara una persona que cumpliera dos características: un compromiso con el proyecto nacional, y un lugar destacado en la comunidad científica. Creo que encontró ese liderazgo en el doctor Lino Barañao. Seguramente un próximo esfuerzo se orientará a la comunicación social de estos avances, porque sin el respaldo de la sociedad no será posible consolidar este inédito protagonismo del sistema científico.

–Esa cuestión del respaldo social es una cosa bastante vaga, porque ¿quién puede oponerse al avance general de la ciencia? Supongo que nadie.
No lo crea. Aunque no lo expresen abiertamente, hay sectores que sostienen que tenemos que allanarnos a que los avances tecnológicos válidos son los que vienen de afuera y que no vale la pena invertir en nuestros proyectos. Cuando se habla, por ejemplo, de agregarle valor a la producción primaria, aplicando tecnología y conocimientos, no faltan los que por intereses económicos muy concretos argumentan que ese camino no es el mejor para el país sino que hay seguir con el modelo exportador de materias primas y recursos naturales del siglo pasado. Optar por mejorar la competitividad del sector productivo, a partir de conocimiento argentino apropiado, valorizado y comprendido por la sociedad, genera controversias con ciertos grupos económicos.

–Usted mencionó a Jujuy. ¿Qué me puede contar acerca de la ciencia en las provincias?
–Mucho, porque hay políticas federales y un activo funcionamiento del Consejo Federal de Ciencia y Tecnología. Hay un fuerte aprovechamiento de los recursos orientados a proyectos para la solución de problemas productivos o sociales concretos. Lo que nos queda pendiente para la etapa que viene es darle mayor visibilidad a estos logros que son de gran impacto local y a partir del esfuerzo que hace el Estado. Porque detrás de cada uno de los logros tecnológicos hay mucho trabajo silencioso. En nanotecnología, por ejemplo, la inversión en tecnología como la inversión en educación no muestran sus resultados de manera inmediata sino en décadas. Para eso la ciencia tiene que dejar de ser muda.

–Recuerdo los lamentos de los científicos que no podían viajar a los congresos y que con razón se quejaban de todo. Y también aquello de que la única salida para un investigador argentino era Ezeiza...
–Ha habido una estrategia exitosa con el Programa Raíces, que es ley nacional, frente a la gran cantidad de científicos que emigraron en décadas anteriores. Y esa estrategia ha sido por un lado ofrecerles todas las posibilidades para retornar al país y seguir desarrollando sus actividades aquí. Y por otro lado, para aquellos que no tienen la posibilidad de volver porque ya se han insertado definitivamente en otros países, se los invita a integrarse al trabajo en red, articulado fuertemente con proyectos de la comunidad científica local.

–Y de aquí en adelante, ¿cuáles son los temas pendientes?
–Uno de los problemas que todavía no terminamos de resolver es que el crecimiento del sistema científico necesariamente exige una incorporación más acelerada de recursos humanos especializados, jóvenes que tengan vocación por la investigación y se incorporen a la carrera de investigador. Todavía el sistema universitario argentino no alcanza a proveer todos esos jóvenes que necesita el sistema científico. Falta terminar de consolidar la cultura del esfuerzo en el sistema educativo. Muchos jóvenes vislumbran las carreras científicas como más difíciles, donde hay que estudiar disciplinas que exigen un rigor para su comprensión más profundo y por eso mismo carreras clave como las ingenierías no tienen la matrícula necesaria. También muchos estudiantes de este tipo de carreras reciben ofertas laborales aún antes de graduarse. Por eso el Ministerio de Ciencia y Tecnología y el Ministerio de Educación sostienen un Programa de Becas de Grado para tratar de mantener y consolidar la matrícula en carreras como las de informática y las ingenierías.

–¿Y qué más puede hacer el Estado para despertar vocaciones científicas?
–Debería fortalecerse la formación de los docentes, que son quienes finalmente imparten las asignaturas relacionadas con la ciencia y la tecnología. Gran parte de los que nos dedicamos a la ciencia sabemos que la vocación se nos despertó en el secundario a través de docentes que promovían un afecto y una pasión por ciertas disciplinas. Eso se perdió y es algo que es clave recuperar.

–Además, usted coordina la Comisión Asesora de Biodiversidad y Sustentabilidad del MinCyT.
–Sí, y se formó para fortalecer la transferencia de conocimientos del sector científico a la utilización sostenible de la biodiversidad. Queremos que más grupos avancen en la utilización efectiva de esos saberes. Por ejemplo, entregamos el Premio Fidel Roig a un grupo de la Universidad del Comahue, que con autoridades provinciales y con pymes pesqueras desarrollaron un plan para hacer sostenible la pesquería en el golfo San Matías, en la zona de San Antonio Oeste, en Río Negro. Hoy en día, allí hay un plan concertado entre todos esos actores para el cuidado de la biodiversidad, que asegura la conservación de los recursos marinos. Ese plan surgió a partir de conocimientos científicos. Premiamos que esos conocimientos no hayan quedado guardados en los laboratorios de la universidad.

–Bueno, el asunto no termina cuando los laboratorios producen las semillas del conocimiento. Además deben plantarse.
–Ese es uno de los principales objetivos que tiene la comisión y también este ministerio: avanzar en abrir los laboratorios hacia la transferencia de los conocimientos del sector privado. El ministerio impulsa mucho los proyectos en los cuales se asocia al sector privado con el público en medicamentos, en nanotecnología, en biotecnología, de manera de producir avances concretos que se vean en el mercado y en los beneficios.

–Terminemos con que las investigaciones no se queden en los laboratorios las semillas fabricadas...
–Que los investigadores incorporen el hecho de que sus conocimientos después tienen que ser aplicados, que tienen que tener algún beneficio y reflexionen sobre el contexto en que pueden ser aplicados.

Fuente:Diario Página/12- Miércoles 27 de julio de 2011-www.pagina12.com.ar