martes, 20 de septiembre de 2011


 HOMENAJE. FALLECIO EL ECONOMISTA E INVESTIGADOR DANIEL AZPIAZU
Un hombre Brecht
A los 63 años murió un imprescindible, Daniel Azpiazu, referente ineludible de la corriente de pensamiento crítico del neoliberalismo. Sus trabajos, de calidad técnica y rigurosidad analítica, constituyen una guía fundamental para comprender el proceso económico, político y social del país, destacándose los referidos a las privatizaciones, grupos económicos y políticas industriales.

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“Al maestro, con cariño”
Por Martin Schorr

                 Alguna vez Bertolt Brecht escribió: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”. Y eso fue, precisamente, el querido Daniel Azpiazu, que falleció el pasado 30 de agosto a la corta edad de 63 años: un tipo imprescindible.

                 En primer lugar, porque es uno de los principales referentes en la lucha contra los pensamientos dominantes y los saberes establecidos. Siempre a partir de la adopción de un enfoque de neto corte heterodoxo, en el que la economía debe necesariamente ser encarada como economía política. Es decir, como una disciplina científica en la que el poder y su desigual distribución entre las distintas clases sociales y fracciones de clase debe constituir uno de los ejes centrales del análisis.

               En segundo lugar, por legarnos una obra inmensa en la que sobresale un rigor metodológico impresionante y una notable precisión analítica para esclarecer procesos sumamente complejos, que los diferentes factores de poder siempre intentan ocultar o travestir. En ese marco, una de sus principales contribuciones fueron sus investigaciones sobre los cambios verificados en los sectores dominantes de la Argentina a partir de la última dictadura militar, cuyos resultados se plasmaron en numerosos ámbitos. Entre ellos se destaca el libro El nuevo poder económico en la Argentina de los años ochenta, en coautoría con Eduardo Basualdo y Miguel Khavisse, que a esta altura constituye un clásico de las ciencias sociales. Daniel también analizó la trayectoria del capital extranjero radicado en el país a lo largo de diferentes etapas, la crisis y la reestructuración regresiva fabril a partir de 1976 y las políticas de promoción industrial y sus impactos sobre la estructura y la dinámica de ciertas ramas estratégicas. Asimismo, en pleno auge del neoliberalismo se destacaron sus agudos análisis del nefasto programa de privatizaciones desplegado en la década de 1990. En los últimos años, siempre desde una perspectiva crítica, se abocó a estudiar el comportamiento del sector industrial en la posconvertibilidad y la creciente extranjerización de la estructura económica local.

                 En tercer lugar, habría que remarcar la vocación y la pasión con las que Daniel formó a numerosos profesionales e investigadores a partir de su desempeño como docente en distintos lugares del país y en calidad de director o tutor de una innumerable cantidad de tesistas y becarios. Quienes tuvimos la suerte de trabajar a su lado admiramos y “sufrimos” a un lector tan detallista que era capaz de leer el índice de un trabajo o los distintos borradores tantas veces como fuera necesario, hasta que quedara “para mandar a barbecho”, como solía decir en señal de aprobación.
En cuarto lugar, cabe destacar su rol protagónico en diversos procesos de construcción institucional. Entre ellos sobresale su activa participación como cofundador y sostén fundamental del Area de Economía y Tecnología de la Flacso, así como en distintas comisiones del Conicet y en la etapa fundacional de la Universidad de General Sarmiento.
En quinto lugar, pero no por eso menos importante, habría que recordar a Daniel por su calidad humana y ética. En un ambiente en el que suele primar la soberbia y la competencia, Daniel era de una humildad y una solidaridad inquebrantables. Siempre te estimulaba y acompañaba en proyectos de tipo laboral y personal, aportando su excelente sentido del humor, su comprensión, sus críticas constructivas y sus consejos. Se fue un fuera de serie, un imprescindible. Su partida deja un vacío inmenso. Pero también un desafío no menor: recuperar sus legados y darle continuidad a su obra, como Daniel Azpiazu, nuestro maestro, habría querido

“Un tipo excepcional”

Por Mariano A. Barrera *

                 A Daniel Azpiazu, como la mayoría de los jóvenes de mi edad, lo conocí a través de sus publicaciones. Recuerdo que mientras cursaba la carrera de Ciencia Política, en ciertos ámbitos resonaban los nombres de Eduardo Basualdo y Daniel Azpiazu a través de sus estudios sobre la estructura social económica de la Argentina. En ese entonces, la impronta de su nombre imponía una distancia que lo ubicaba en el altar en el que uno sitúa a los intelectuales.
Mi primer encuentro con él fue en el marco de la Maestría en Economía Política de la Flacso que él dirigía con Basualdo y, en aquel entonces, Hugo Nochteff. En aquella oportunidad, a la primera clase del seminario de Economía Política Argentina llegué unos minutos tarde y sólo quedaba un lugar en la primera fila. Cuando terminé de firmar la lista para acreditar la presencia, se la pasé a la persona que estaba a mi lado, quien la miró y me dijo amablemente que él no firmaba. Ahí me dio la sensación de que no era un alumno y que podía ser un docente de la maestría. Algunas semanas después, cuando le tocó dar las clases de ese seminario, pude confirmar que esa persona era Daniel.

                     Hacia finales de ese mismo año lo tuve como docente en el taller de tesis. Desde ese último trimestre de 2007 hasta el último lunes, fue un pilar esencial en el desarrollo de mi investigación (como la de varios de mis compañeros y compañeras), pero fundamentalmente, de mi vida, porque Daniel tenía la facultad de no ser solamente un docente, sino una compañía, un punto de apoyo. Recuerdo un viernes a la noche en que me tocó ser el último en la reunión del taller y cuando terminamos nos fuimos caminando hacia el subte. Al día siguiente, el sábado a las 10.20, me escribió: “Cuando anoche venía para casa me acordé de un viejo trabajito que tal vez te sirva por el ‘racconto’ de ciertos hechos, más difíciles (tal vez...) de reconstruir ahora. Por las dudas, te lo adjunto”. Daniel era así, era de esas personas que están pendientes de cómo ayudar, desde su espacio, al progreso de los demás. Un tipo con una generosidad inmensa, que se molestaba cuando uno estaba encallado en la investigación y no se animaba a pedirle ayuda.
Tuve el privilegio de que luego aceptara ser mi director de la beca doctoral que otorga el Conicet y de mi tesis de maestría. Desde el primer momento, y de forma desinteresada, me acompañó (como lo hacía con todos aquellos que se lo solicitaban) siguiendo cada una de las etapas de la investigación, respondiendo a todas y cada una de la innumerable cantidad de dudas que fueron surgiendo, sin importar el día ni el horario de la consulta. Daniel tenía esa capacidad de contribuir diariamente, con una “generosidad académica” poco frecuente, con su vasto conocimiento, ayudando a quienes no lográbamos desentrañar los escollos que impone cualquier trabajo; leyendo y corrigiendo en tres días con una minuciosidad envidiable “bodoques” de 250 páginas.
                      
                    El lunes se fue Daniel, un intelectual como pocos que tenía la facultad de redactar de forma sencilla procesos complejos; un tipo intelectualmente brillante con una notable capacidad para articular los procesos sociales y con una memoria prodigiosa; una persona que a pesar de la impronta de su nombre y del altar en el que uno lo ubica, él se encargaba de eliminar esa distancia a través de su inmenso afecto y buen humor; un tipo que no se cansaba de enseñar hasta las cuestiones más básicas con tal de ver progresar al otro; pero principalmente se fue un gran consejero, un director que, aunque no lo fuera, te hacía sentir como un par. En resumen, se fue un compañero, un tipo excepcional

* Becario del Conicet, dirigido por Daniel Azpiazu.

Fuente diario página/12

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