PSICOLOGIA › DOLOR, CRISIS Y MECANISMOS DE DEFENSA BAJO EL ORDEN LABORAL
Jueves, 2 de mayo de 2013
A partir de ejemplos concretos de sufrimiento laboral,
el autor muestra los efectos de “las reformas que han creado condiciones
dolorosas en relación con los valores del trabajo bien hecho”, advierte
que hay mecanismos de defensa colectivos contra ese dolor y se pregunta
cuánto y cómo inciden esos mecanismos de desconocimiento sobre “las
conductas colectivas en el campo político”.
Por Christophe Dejours *
Un médico
joven, que no ha terminado su formación, está sin embargo a cargo de un
servicio de reanimación: el director del hospital se niega a contratar
más personal y la remuneración de este médico es muy inferior a lo que
costaría un profesional más experimentado. El joven médico, serio y
trabajador, realiza correctamente las tareas. Todo marcha sobre rieles y
va ganándose progresivamente la confianza del equipo médico, los
enfermos y sus familias. Pero él está muy preocupado porque hay
demasiados decesos en el servicio. Algunos de sus enfermos mueren pese a
los pronósticos favorables, en especial cuando él prescribe asistencia
con respirador artificial en enfermos intubados: muchos se asfixian y él
no logra entender por qué. Empieza a pensar que ha cometido errores,
pero no logra descubrirlos. Se siente cada vez más perturbado, pierde
confianza en sí mismo y finalmente consulta a un psiquiatra para que lo
ayude a luchar contra una depresión ansiosa. Cada vez más cerrado e
irritable, se aísla, se enoja y poco a poco va perdiendo la confianza de
su equipo. Recién seis meses después –pese a que su situación psíquica
está francamente deteriorada– tiene una idea: se coloca a sí mismo la
máscara de oxígeno de la respiración asistida y se ahoga al inhalar algo
que, por el olor, identifica de inmediato como formol. Una
investigación le permite descubrir que la empresa responsable del
mantenimiento de los aparatos de reanimación no respeta los
procedimientos, para ganar tiempo y paliar la falta de personal.
En las situaciones comunes de trabajo, son frecuentes los incidentes y
accidentes de origen incomprensible (no siempre hay voluntad de engaño,
como en el caso relatado), que trastornan y desestabilizan a los
trabajadores más experimentados. Sucede en el manejo de aviones y en
todas las situaciones técnicamente complejas, que implican riesgos para
la protección de las personas o la seguridad de las instalaciones. A los
trabajadores muchas veces les resulta imposible determinar si sus
fracasos tienen que ver con una falta de competencia o con anomalías del
sistema técnico. Y esta perplejidad es una causa de angustia y
sufrimiento que toma la forma del miedo a ser incompetente, a no estar a
la altura o ser incapaz de enfrentar situaciones inusuales o
inesperadas, en las que esté involucrada la responsabilidad.
Otras veces, aunque el que trabaja sepa lo que debe hacer, no puede
hacerlo porque se lo impiden restricciones sociales del trabajo. Los
colegas le ponen palos en las ruedas, el clima social es desastroso,
cada cual trabaja en soledad y todo el mundo retiene información.
Tomemos el ejemplo de un técnico en mantenimiento a cargo del control
técnico de obras realizadas en una central nuclear por un
subcontratista. Son obras enormes, que exigen mucha seguridad. Los
trabajos se hacen en turnos rotativos, día y noche. El técnico
responsable del control está solo, no puede vigilar las obras las
veinticuatro horas del día. Pero tiene que firmar las fichas y hacerse
responsable de la calidad del servicio realizado por el subcontratista y
aceptar la palabra del jefe del turno noche en cuanto a calidad del
servicio. No es una situación psicológica fácilmente soportable por un
técnico que, justamente por conocer bien el oficio, sabe bien cuántos
engaños o trampas puede ocultar.
Con la reorganización del trabajo, como consecuencia de las últimas
reformas estructurales, se han creado condiciones extremadamente
dolorosas en relación con los valores del trabajo bien hecho, el sentido
de la responsabilidad y la ética profesional. La obligación de hacer
mal el trabajo, de tener que darlo por terminado o mentir, es una fuente
importantísima y extremadamente frecuente de sufrimiento en el trabajo:
está presente en la industria, en los servicios, en la administración.
Veamos otro ejemplo. Se trata de un ingeniero, recientemente
destinado a un depósito de la SNCF (Empresa Nacional de Ferrocarriles de
Francia). Unos días después de su llegada, toma conocimiento de que
ocurrió un incidente en el sector de las vías que está bajo su
responsabilidad: la barrera en un paso a nivel no bajó al pasar una
formación; los sistemas automáticos no funcionaron; afortunadamente no
había nadie en el cruce, ni a pie ni en automóvil. El ingeniero reporta
el incidente. Según parece, después del accidente y sin ningún tipo de
intervención técnica ni reparación particular, las barreras siguieron
funcionando correctamente. Pero el acontecimiento tuvo lugar. ¿Cuál es
la causa? ¿Dónde está el desperfecto? Silencio generalizado entre los
colegas. El ingeniero insiste, pero los demás minimizan la importancia
del hecho. El ingeniero, considerando que se trata de un incidente
grave, exige una investigación técnica completa. Es que, con la
disminución de personal, el plantel gerencial está sobrecargado de
trabajo y prefiere evadirse. Ellos no pueden admitir oficialmente esta
situación y se limitan a rechazar la investigación propuesta, que
anuncia dificultades y va a consumir mucho tiempo y trabajo. Por eso
insisten en que las barreras siguieron funcionando bien. El tono de la
discusión sube entre los compañeros. El ingeniero se niega a abandonar
la investigación y defiende su opinión sobre la gravedad del incidente.
Hasta que el jefe de depósito pone un punto final a la discusión: “¿Hubo
descarrilamiento?” “No”, contesta el ingeniero. “¿Hubo algún vehículo o
peatón atropellado?” “No.” “¿Hubo heridos o muertos?” “No.” “Entonces,
no hubo incidente. El asunto queda cerrado.”
Al salir de la reunión de personal, el ingeniero no se siente bien.
Ha perdido el equilibrio, no entiende la posición de los otros ni, sobre
todo, su unanimidad. Tiene dudas y ya no sabe si está respetando el
espíritu del reglamento y una ética del sentido común (al tiempo que sus
colegas le oponen una negación de la realidad) o si, por el contrario,
está dando pruebas de un perfeccionismo y una terquedad fuera de lugar,
en cuyo caso toda su vida profesional debe ser reexaminada. En los días
siguientes, sus colegas evitan compartir los almuerzos con él; no le
hablan. El pobre hombre ya no entiende nada. La presión aumenta. Se
siente cada vez más angustiado. Dos días después, en su lugar de
trabajo, se arroja al vacío desde lo alto de las escaleras, atravesando
las barreras (en francés, el término que designa la baranda de la
escalera es el mismo que designa la barrera del tren). Es hospitalizado
con fracturas múltiples, depresión, estado de confusión, tendencia
suicida. Pero se trata de un caso de alienación social, que debe
diferenciarse de la alienación mental clásica.
Contrariamente a lo que se podría creer, las situaciones de este tipo
no son para nada excepcionales en el trabajo, aunque tengan desenlaces
menos espectaculares. A veces, los obstáculos de lo real pueden
superarse, como en el caso del médico reanimador. Otras, hay que
capitular ante los obstáculos que impiden la calidad del trabajo, como
lo hizo el técnico mecánico. En otros casos se hace posible trabajar en
buenas condiciones técnicas y sociales. Pero, cualquiera sea el
resultado, en general implica una serie de esfuerzos que comprometen
toda la personalidad y la inteligencia de quien trabaja.
Reconocimiento
Hay seguramente holgazanes y deshonestos pero, en su gran mayoría,
quienes trabajan se esfuerzan por hacer las cosas lo mejor posible y
ponen en ello mucha energía, pasión y compromiso personal. Lo justo es
que este aporte sea reconocido. Cuando no lo es, cuando pasa inadvertido
en medio de la indiferencia general o los demás lo niegan, el resultado
es un sufrimiento muy peligroso para la salud mental, como hemos visto
en el caso del ingeniero de la SNCF, y se produce una desestabilización
de las referencias en que se apoya la identidad. El reconocimiento no es
un reclamo marginal de quienes trabajan. Muy por el contrario, se
presenta como un elemento decisivo en la dinámica de movilización
subjetiva de la inteligencia y la personalidad en el trabajo (lo que se
designaba tradicionalmente en psicología con la expresión “motivación en
el trabajo”).
El reconocimiento esperado por quien moviliza su subjetividad en el
trabajo pasa por formas extremadamente reguladas, que fueron analizadas y
explicadas hace algunos años (“juicio de utilidad” y “juicio de
belleza”) e implica la participación de ciertos actores, también ellos
rigurosamente ubicados en relación con la función y el trabajo de quien
espera el reconocimiento. Reconocer la existencia de la “psicodinámica
del reconocimiento” permite comprender el importante papel que juega en
el destino del sufrimiento en el trabajo y la posibilidad de transformar
el sufrimiento en placer.
Porque, efectivamente, de ese reconocimiento depende el sentido del
sufrimiento. Cuando se reconoce la calidad de mi trabajo, lo que
adquiere sentido son mis esfuerzos, mis angustias, mis dudas, mis
decepciones y mis desalientos. Todo ese sufrimiento no fue en vano y no
sólo ha contribuido a la organización del trabajo, sino que, a cambio,
ha hecho de mí un sujeto diferente del que era antes del reconocimiento.
El sujeto puede transferir ese reconocimiento del trabajo al registro
de la construcción de su identidad. Y el trabajo se inscribe así en la
dinámica de la autorrealización. La identidad constituye la armazón de
la salud mental. No hay crisis psicopatológica que no tenga en su centro
una crisis de identidad. Y esto es lo que confiere a la relación con el
trabajo su dimensión propiamente dramática. Al no contar con los
beneficios del reconocimiento de su trabajo ni poder acceder al sentido
de la relación que vive con ese trabajo, el sujeto se enfrenta a su
sufrimiento y nada más que a él. Sufrimiento absurdo que sólo genera
sufrimiento, dentro de un círculo vicioso, y que será desestructurante,
capaz de desestabilizar la identidad y la personalidad y de causar
enfermedades mentales. Por eso no hay neutralidad en el trabajo en
relación con la salud mental. Sin embargo, los análisis sociológicos y
políticos subestiman masivamente esta dimensión del trabajo.
Aunque el reconocimiento esté en el horizonte de expectativas de los
trabajadores, pocas veces lo reciben de manera satisfactoria. Y lo
esperable es que el trabajo genere una multiplicidad de manifestaciones
psicopatológicas. Para hacer un análisis y un inventario de estas
manifestaciones se decidió emprender una serie de investigaciones
clínicas bajo el nombre de “psicopatología del trabajo”. Al comenzar
estas investigaciones, en la década de 1950, nos esforzábamos por
constituir una clínica de las “enfermedades mentales del trabajo”. Pese a
algunos resultados espectaculares –en particular, la neurosis de los
telefonistas, descripta por Begoin en 1957–, no se llegó a describir una
patología mental del trabajo comparable a la patología de las
afecciones profesionales somáticas, cuya variedad y especificidad es
bien conocida.
Si el sufrimiento no está acompañado por una descompensación
psicopatológica –por una ruptura del equilibrio psíquico que se
manifiesta en la eclosión de una enfermedad mental–, es porque el sujeto
despliega contra él ciertas defensas que le permiten controlarlo. La
investigación clínica demostró que, en el campo de la clínica del
trabajo, junto a los mecanismos de defensa clásicos descriptos por el
psicoanálisis, están las defensas construidas y sostenidas
colectivamente por los trabajadores. Se trata de las “estrategias
colectivas de defensa”, huella específica de las restricciones reales
del trabajo. Fueron descriptas las estrategias colectivas
características de los trabajadores de la construcción y la obra
pública, las de los operadores del control de producción en la industria
química, las de los agentes de mantenimiento de las centrales
nucleares, los soldados en el ejército, los marinos, enfermeras,
médicos, cirujanos, pilotos de caza, etcétera. Las investigaciones se
desarrollaron a partir de la inversión de la pregunta inicial: ¿cómo
hacen estos trabajadores para no volverse locos, a pesar de los
requerimientos del trabajo a que se ven confrontados? Lo enigmático es
la “normalidad” en sí misma. Podemos sostener un concepto de “normalidad
en el sufrimiento”, en que la normalidad aparece no como el efecto
pasivo de un condicionamiento social, de un conformismo o de una
interiorización de la dominación social, sino como un resultado
conquistado en la lucha contra la desestabilización psíquica provocada
por los requerimientos del trabajo.
Las estrategias defensivas pueden contribuir a hacer aceptable lo que
no debería serlo. Por eso, juegan un papel paradójico, pero capital, en
el orden de los resortes subjetivos de la dominación. Las estrategias
defensivas, necesarias para la protección de la salud mental contra los
efectos deletéreos del sufrimiento, pueden funcionar también como una
trampa que desensibiliza ante aquello que produce sufrimiento. Y a veces
permiten que resulte tolerable no sólo el sufrimiento psíquico, sino
también el sufrimiento ético; entendemos por tal el sufrimiento que
resulta, no de un mal sufrido por el sujeto, sino del que éste puede
causar al cometer, por su trabajo, actos que reprueba moralmente. En
otros términos, podría ser que hacer el mal, es decir infligir al otro
un sufrimiento indebido, ocasione también un sufrimiento a quien lo hace
en el marco de su trabajo y que, para salvaguardar su equilibrio
psíquico, puede construir defensas contra este sufrimiento. Entonces, el
sufrimiento en el trabajo y la lucha defensiva contra este sufrimiento,
¿no tienen incidencia sobre las posturas morales singulares y sobre las
conductas colectivas en el campo político? Hasta ahora, esta pregunta
no ha sido planteada, porque quienes se dedican a la teoría sociológica y
filosófica de la acción son generalmente reticentes a dar un espacio,
en sus análisis, al sufrimiento subjetivo.
Q Texto extractado de La banalización de la injusticia social (Ed. Topía). Christophe Dejours Fuente :Página/12
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