Por Raúl Degrossi
La frase es conocida, y Perón solía repetirla a menudo: no se puede hacer una tortilla, sin romper algunos huevos.
La metáfora es
clara y -aplicada a la política- alude a que abordar los problemas
requiere tomar decisiones importantes, que afectan o pueden afectar
intereses; computando necesariamente en los cálculos previos que los que
corporizan esos intereses afectados reaccionarán, y aparecerán los
conflictos.
En ese
contexto, el conflicto es connatural no ya a la experiencia política,
sino a la misma convivencia en sociedad; lo que hace justamente la
política en democracia (o lo que debería tratar de hacer) es proveer los
canales racionales para procesarlo.
La Argentina
tiene problemas concretos y serios, estructurales y de coyuntura: la
inflación, el empleo en negro, los desequilibrios de la estructura
productiva, los límites del modelo de desarrollo; entre otros. Y esos
problemas no surgen del aire o de alguna que otra política pública más o
menos acertada, que las hay, desde luego.
Son fruto
-tanto como ejemplo- de una sociedad injusta y desequilibrada; con
desequilibrios que son a su vez el resultado concreto de conflictos del
pasado, resueltos a favor de la parte más fuerte, en cada coyuntura y de
acuerdo a la relación de fuerzas imperante. Sin entender esto, poco
habremos aprendido de las lecciones de nuestra historia.
Transcurrida ya
más de una década de la mega-crisis del 2001, y cuando el país recuperó
paulatinamente ciertos estándares de "normalidad" (aun cuando esos
problemas de los que hablábamos sigan allí, con otra dimensión), es
fácil percibir un cierto hartazgo social con el conflicto; muy vinculado
también al clima que determinan los indicadores de la economía.
Los años del
kirchnerismo serán recordados (tal como hoy son percibidos) como una
especie de montaña rusa de vértigo político; con una sucesión de
conflictos que atravesaron el debate político y cultural de los
argentinos, fueran buscados deliberadamente o no: la revuelta de las
patronales agrarias contra las retenciones móviles, la discusión con
Clarín por la ley de medios, o la pelea actual contra los fondos buitres
en defensa de la reestructuración de la deuda externa; por sólo citar
los más connotados.
A partir de la
instalación mediática de determinadas zonceras conceptuales (como el
"clima de crispación") se difunde la idea que de que los conflictos en
el país serían más el resultado de un ánimo pendenciero o buscapleitos
del kirchnerismo (para disimular a su vez problemas reales que no se
abordarían), que del choque objetivo con determinados factores de poder,
que operan o defienden sus intereses: ya se dijo acá que es necesaria una visión equilibrada al respecto, para dar cuenta cabal de lo que pasa en la realidad.
La idea de que
los conflictos (políticos, sociales, económicos) en una sociedad y en un
momento determinados son -en buena medida- artificiales o evitables
prende particularmente en las clases medias; en las que además es muy
fuerte la impronta de la cultura inmigratoria que deposita en los
propios esfuerzos y aptitudes la causa de los logros, y en la política y
el Estado el origen de los fracasos; o por lo menos un obstáculo que
impide que aquéllos lleguen antes, o sean más significativos.
Una idea que es
pariente cercana de aquélla que asociaba los logros del primer
peronismo al resultado de una coyuntura feliz (una especie de alineación
planetaria favorable), más que de determinadas y concretas políticas
públicas; idea que -por cierto- también se ha aplicado a los años
kirchneristas.
La generalidad
de las encuestas dan cuenta de una instalación privilegiada en la grilla
de preferencias de los candidatos "moderados" (incluso del propio
oficialismo, como Scioli); lo que sería congruente con la idea del
"hartazgo" social del conflicto. Esos candidatos incluso refuerzan la
idea, al decir que para comenzar a resolver los problemas pendientes, es
imprescindible "pacificar los espíritus", o promover diálogos y
consensos "para arribar a políticas de Estado perdurables en el tiempo".
Ideas que
-dichas en el contexto actual- más que afirmaciones con las que en
abstracto pocos podrían estar en desacuerdo, parecen una teorización
implícita de que la política y el Estado en la post crisis han llegado a
un determinado punto, más allá del cual no pueden pretender avanzar.
Aplíquese la idea -por caso- a la discusión por los cambios a las leyes
de abastecimiento y defensa del consumidor, y se entenderá mejor de lo
que hablamos.
Por supuesto
que puede apelarse al diálogo y los mecanismos de concertación social
para dotar de mayor consenso y legitimidad a las políticas públicas: ahí
están sino a la mano los mecanismos (revitalizados en los años de la
crispación kirchnerista) de las paritarias y el Consejo del Salario,
para demostrarlo.
Sin embargo,
cuando surgen los límites concretos del modelo de desarrollo (el
fantasma recurrente de la restricción externa, el proceso inconcluso de
sustitución de importaciones, el alto grado de concentración y
extranjerización de la economía), y se impone avanzar más en el proceso
de reparación social (profundizando las políticas de redistribución del
ingreso y de ampliación de derechos), los conflictos y las
confrontaciones indefectiblemente aparecerán; más temprano que tarde y
aun cuando uno
no se los proponga: Porque como se dijo antes, esos límites no son
casuales: son la cristalización de determinadas relaciones de fuerza que
zanjaron conflictos anteriores, en un sentido bien concreto.
En ocultar esto
radica la trampa que encierra el discurso predominante en la oposición,
según el cual la política (entendida como intento de transformación de
la realidad) no sería la solución a los problemas pendientes de
abordaje, sino el problema mismo; y con su repliegue (en la modalidad de
conflicto) y el del Estado, se establecería un pre-requisito
indispensable para comenzar a resolverlos.
La idea del
repliegue del Estado (en definitivas, la expresión institucional de la
política, para tener perduración en el tiempo) como solución comienza a
aparecer cada vez con mayor nitidez, porque el neoliberalismo ha leído
los indicadores de la macroeconomía en clave de oportunidad para
relegitimarse socialmente; luego del incendio de la convertibilidad.
Habrá que
reconocer que el engaño de sustraer al conflicto de la dimensión
política es efectivo, y supone un desafío para el kirchnerismo de cara a
la futura instalación electoral de un candidato propio: no está tan
claro hoy que muchos sectores de la sociedad perciban claramente que
algunos logros de los últimos años podrían estar en zona de riesgo a
futuro; y en esa línea, la consigna "irreversible" del acto de la
Cámpora -si no se la explicita debidamente- podría sumar a la confusión.
Una confusión
en la que se naturaliza en forma creciente la idea de que se pueden
encarar las transformaciones estructurales necesarias para resolver a
futuro los principales problemas pendientes, sin afrontar ciertos
niveles de conflicto; tanto mayores cuando más fuertes sean los
intereses que se afecten.
Como si nos dijeran que en la imagen de apertura del post lo que estamos viendo es en realidad una tortilla.
Fuente: Nestornautas
No hay comentarios:
Publicar un comentario