viernes, 1 de junio de 2018

El Estado en la economía, ¿un debate siempre inconcluso?

Gustavo Perilli
El presidente Raúl Alfonsín camina junto a su sucesor electo, Carlos Menem, por los jardines de la Quinta de Olivos, en 1989. (Autor: Víctor Bugge)
El presidente Raúl Alfonsín camina junto a su sucesor electo, Carlos Menem, por los jardines de la Quinta de Olivos, en 1989. (Autor: Víctor Bugge)
Cuando en política económica se hace mención a "la década perdida", inmediatamente surge la reflexión sobre el magro desempeño de la economía de América Latina en la década del ochenta. A grandes rasgos, durante esos años, el contexto económico internacional se caracterizó por las elevadas tasas de interés y los graves episodios de inflación y recesión, en el marco de un contexto geopolítico inestable. En la Argentina, todo ese malestar global se complementó con la herencia recibida. Los desórdenes fiscales y externos hicieron síntoma en intensas devaluaciones y agudas inflaciones. Para el primer Gobierno de la democracia, resultó imposible eludir los trastornos provocados por el endeudamiento derivado de los procesos de apertura comercial (recordados por aquella publicidad televisiva que comparaba la firmeza de las sillas) y financiera (la reforma financiera de 1977) y, más específicamente, el inolvidable atraso cambiario (la "plata dulce" fielmente retratada por el cine nacional) y las elevadas tasas de interés nominales que, además, promovieron el abandono de la actividad real. En los siete años previos al regreso de la democracia, el stock de deuda externa se multiplicó por más de siete veces y los (todavía discutidos) avances industriales conseguidos (tras cuarenta años de sustitución de importaciones) fueron desplazados por ese moderno "financierismo". Finalmente, la hiperinflación de 1989-90 constituyó el corolario de la totalidad de esos desbordes y derrapes.
A los noventa no se los recuerda como "la otra década perdida", aunque bien pudieron serlo. En una exuberante (e irracional) fase de liquidez global, tuvo lugar una intensa (e histórica) etapa de endeudamiento externo. El país recibió incesantes "lluvias de inversiones" financieras que generaron desproporcionados efectos riquezas y se tradujeron en estructuras de gasto poco sustentables. Toda esa inflación de activos (efecto burbuja), fundada en la idea de estar viviéndose en un (interminable e ilimitado) primer mundo, concluyó en 2001 en una inédita cesación de pagos y un brusco hard landing (aterrizaje forzoso) coronado en 2002 por tasas de desocupación superiores a 25% de la población económicamente activa (PEA) y de pobreza mayores a 50% de la población total.
En Argentina, los desórdenes fiscales y externos hicieron síntoma en intensas devaluaciones y agudas inflaciones
La economía estadounidense había mejorado sus estándares de productividad, ordenado su ahorro interno y reforzado (y prolongado) su sendero de crecimiento. Todo este bienestar obligó al sistema de la Reserva Federal (Fed) a monitorear la evolución del empleo para evitar presiones de precios. Los endurecimientos monetarios de la Fed (subas de tasas de interés) hicieron tambalear las estructuras financieras del mundo en desarrollo. Por ejemplo, cuando ingresaba liquidez en dólares a la Argentina, aumentaba el stock de reservas internacionales en poder del Banco Central y se incrementaba la base monetaria gracias al arduo trabajo de la caja de conversión (el plan de convertibilidad). Pero en 1994, cuando en febrero la Fed incrementó el costo del dinero, se desvaneció la solvencia de la estructura financiera de México y la Argentina (en diciembre, México declaró en default los pagos de su deuda externa y en el mundo se conoció el "efecto tequila"). Los ochenta "aportaron" inflación, los noventa "contribuyeron" con desocupación y una pobreza casi imposible de revertir. En esos años, las finanzas y el funcionamiento del Estado sufrieron intensos daños.
Por lo general, los modelos supusieron agentes económicos que tomaban decisiones "conducidos como por una mano invisible (Smith, 1776)". La "fe ciega" por esa "mano invisible" (la coordinación necesaria y suficiente de la economía por parte del mercado), generadora (en teoría) de escenarios de equidad distributiva inmejorables, denostó permanentemente la presencia del Estado como concepto compensador temporal de desvíos y lo acusó de generar procesos irreversibles de alteración de incentivos de largo plazo (personalizados en las definiciones de "vagos y punteros", en la jerga actual).
En realidad, la versión argentina de ese capitalismo de libre mercado sobrevivió gracias a "las atenciones" hechas por el Estado. Si bien la teoría convencional (el fundamento de la "mano invisible") supuso siempre disponibilidad de información para todos los participantes, en la práctica solo se trataba de un manejo de inside information (información privilegiada) entre unos pocos. Mientras funcionaba "esa forma doméstica de libertad de mercado", el Estado se hacía responsable del endeudamiento, los esquemas de blanqueo, los seguros de cambio y toda otra forma de subsidio. La emisión de dinero posterior (necesaria para financiar déficits), fogoneaba la inflación, generaba distorsiones de precios relativos y diseñaba mentes especulativas ("apetito por el dólar" y ganancias financieras provenientes de elevadas tasas de interés) que erosionaban no solo la reserva de valor de (y el desprecio por) la moneda nacional, sino también su función de unidad de cuenta. La pérdida de competitividad (la reducción del tipo de cambio real) deterioraba las cuentas externas y, en paralelo, las tasas de interés reales negativas desincentivaban la generación de dinero bancario y crédito interno. Adicionalmente, todo se reforzaba en efectos de segunda vuelta, porque, como señalaban los profesores Julio Olivera y Vito Tanzi: "El aumento del déficit fiscal provoca un alza en la inflación, la que a su vez reduce el valor real de la recaudación tributaria; la reducción de esta última aumenta el déficit fiscal, y así sucesivamente. El proceso puede ser muy desestabilizador (Larraín/Sachs, 2006)".
En el pasado las elevadas tasas de interés nominales también promovieron el abandono de la actividad real
La persistente búsqueda de un capitalismo de libre mercado sin Estado, en el marco de "una cultura floja" en materia de respeto institucional, convirtió a este último en un lastre que, hoy por hoy, el modernismo procura eliminar suponiéndolo disfuncional y costoso. Sin embargo, estos mismos grupos consideran al mercado como el mecanismo "casto, puro" y el fiel reflejo de la libre voluntad de los participantes cuando, en realidad, esto es silo un cliché debido a la acción de los monopolios, los oligopolios y los misteriosos fondos de inversión que, desde la sombra, manipulan precios y tasas de interés. Se filosofa y vota considerando corrupta a "la mano visible" del Estado sin reflexionarse sobre la validez del supuesto preciosismo ofrecido por la "mano invisible del mercado", pero se olvida que "el Estado es la base de la integración lógica y de la integración moral y, por eso mismo, el consenso fundamental sobre el sentido del mundo social (Bourdieu, 2014)".
Fuente:INFOBAE

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