martes, 17 de marzo de 2015

“El mundo interamericano ya no existe, hoy se trata de un mundo nuestroamericano”




Alvarez destaca que el ALBA es más una alianza política con proyección económica, en tanto que los otros organismos regionales como Unasur y Celac tienen un planteo más económico, sobre la base de la unidad respetando las diferencias.

 Por Patricio Porta
Cuando en diciembre de 2004 el entonces presidente venezolano Hugo Chávez visitó a Fidel Castro en La Habana, la creación de un bloque latinoamericano capaz de promover un modelo alternativo al propuesto por Washington parecía una empresa idealista. Faltaba un año para que Evo Morales llegara al poder en Bolivia y otro más para que Rafael Correa fuera consagrado presidente de Ecuador.
Compuesto por doce países de América latina y el Caribe, el bloque dinamizó economías complementarias y estrechó la cooperación. “Se ha avanzado lo suficiente como para que con inteligencia y la gente movilizada en la calle, no se retroceda. Para el ALBA, la integración es transformación”, evaluó Bernardo Alvarez, secretario general del organismo, durante su reciente visita a Buenos Aires.
–¿Cuál es el balance que usted hace a diez años de la creación de ALBA? –El balance es más que positivo. Tenemos una renovada integración latinoamericana. No sólo porque el ALBA se ha mantenido y ha crecido, sino porque ha sido también un instrumento que permite la coordinación con Unasur, Celac y Petrocaribe. Además, hemos logrado que uno de los ejes de nuestra propuesta, que es la inclusión social, sea un discurso que hoy asume mucha gente. En un momento sólo nosotros hablábamos de la necesidad de poner eje la inclusión, y ahora es un planteamiento que mucha gente acepta. Por otro lado hemos mantenido la paz. Unicamente un mecanismo que permitiera la inclusión social, el rescate de la soberanía y la construcción de un modelo alternativo al neoliberalismo nos ha permitido seguir en paz. No tenemos la menor duda de que si se aplicaba aquí el esquema del ALCA iríamos hacia sociedades profundamente fracturadas y hacia una situación de gran presión social que hubiera producido una violencia social y política.
–Pero en un primer momento fue una idea de Cuba y Venezuela. Los demás países no parecían muy convencidos de que otro modelo social y económico fuera viable. –El logro particular del ALBA está en haber podido demostrar que había otra forma. Porque la inclusión puede darse en un discurso, pero cuando se dice que se ha sacado del analfabetismo a cinco millones de personas, que se les ha mejorado la vista a casi dos millones y que se han graduado miles de médicos comunitarios que hoy están en el altiplano boliviano, en las selvas venezolanas, en los barrios pobres de Ecuador, de Haití y de Centroamérica, es todo un logro. Es algo concreto. La agenda social la llevamos adelante. Se pueden resolver en una generación problemas sociales importantísimos, como el analfabetismo, o la visión en la Misión Milagro. O que tengamos el número de médicos que requerimos para que la gente tenga atención en salud. Y un programa que es muy bello, que es para los discapacitados. En nuestro país la situación del neoliberalismo era tan grande que los que no estaban bien debían resignarse. Entonces se fue a buscar a todos los discapacitados casa por casa y se identificó más de un millón. Se determinaron sus dolencias y sus problemas para atenderlos, para recibir rehabilitación, una silla de ruedas o una atención especial. Creo que es un profundo acto de amor y es la expresión del compromiso con la inclusión. No olvidar a los que tienen problemas graves. Buscarlos y atenderlos.
–Al poco tiempo de su creación, el ALBA vio nacer otros bloques regionales como Unasur y Celac. ¿Cómo es la relación con esos organismos? –Que la Celac exista es un gran logro. Con el ALBA no compite una organización que sea más progresista en lo social. Hay una convicción en que los esfuerzos sociales que se han hecho son inéditos en América latina. Desde el punto de vista político, siempre estuvimos en función de lograr una integración. Desde el principio planteamos que queríamos un mecanismo de integración que permitiera a los latinoamericanos y caribeños estar juntos sin invitados o fuerzas externas no queridas. Eso lo logramos con la Celac. Este es un proceso complejo. Estamos saliendo de un viejo mundo y entrando en otro nuevo. Y a veces mientras muere el viejo está naciendo el otro. Por ejemplo, la visión interamericana, que era básicamente la relación política de Estados Unidos con la región, está hoy en crisis. El mundo interamericano ya no existe. Más bien hoy se trata de un mundo “nuestroamericano”, por decirlo de alguna manera. No significa que no haya OEA y que los países no participen. Pero indudablemente hay nuevas organizaciones que están expresando esa nueva realidad. Incluso la propia OEA tiende a cambiar porque se da cuenta de que es un espacio distinto.
–¿Piensa que una integración real es posible en un continente tan diverso? –Somos un continente muy complejo, tenemos diferencias entre nosotros. Tenemos el Caribe, Centroamérica, Sudamérica, el Cono Sur y demás. Son procesos de integración que convergen. La Celac es muy importante porque nos incorpora a todos. Lo bonito también es que haya países del ALBA que participen en Unasur, Celac, Petrocaribe o el Mercosur. Todo esto empieza a moverse en un nuevo sistema de integración, que a su vez tiene subsistemas. Pero lo determinante es que la integración vieja está siendo sustituida por una nueva forma de integración. Claro, dentro del nuevo modelo habrá distintos sistemas u opciones que responden a distintos procesos históricos. El Mercosur tiene una orientación marcadamente económica. El ALBA surge más bien como un modelo político, que ahora tiene un desafío económico. Unasur es una instancia política que indudablemente ha jugado un papel importantísimo con el Consejo de Defensa Sudamericano o con su posición durante el ataque colombiano a Ecuador, sin interferencias internacionales. Quedó muy claro que América latina no volvería a aceptar una acción de este tipo. Fue aislada la gente que quería convertir a Colombia en una suerte de nuevo Israel, para atacar a todos los vecinos desde allí. Y qué casualidad, los vecinos eran los del ALBA. Eso fue superado. El papel que jugó Unasur en Bolivia. Ese es un ejemplo de la nueva y la vieja forma de integración. En el marco de la OEA, si no te gustaba un gobierno porque era demasiado progresista, promovías una oposición que tomaba acciones y generaba una situación de caos. Entonces venía la OEA, les daba reconocimiento de parte y le decía al gobierno que tenía que ponerse a negociar con la oposición. Mientras que en Unasur, y el caso de Bolivia es emblemático, bajo la presidencia pro tempore de Michelle Bachelet se establece el compromiso de colaborar y ayudar al gobierno de Evo Morales. Esa era la misión de Unasur. Y allí no había partes. Había un gobierno y unos sectores políticos que tienen los derechos que les da la Constitución. Pero no eran partes políticas para una negociación, porque esos sectores estaban tratando de desconocer la existencia del Estado. Incluso en esa oportunidad la Unasur tomó la previsión de establecer mecanismos especiales para garantizar, por ejemplo, el tránsito aéreo, porque ciertos sectores habían cortado vías para impedir que los alimentos fluyeran del Oriente a Occidente. Que seas propietario de un camión o que no te guste un gobierno no significa que vayas a generar una crisis de escasez de producción por un interés político. La acción de Unasur fue tomar todas las acciones que le permitieran al gobierno boliviano restablecer la normalidad en el tránsito de su país.
–¿Qué significó la creación del ALBA para los países que lo integran? –Nunca habíamos tenido los medios para expresar nuestras propias ideas. Desde el ALBA respetamos los otros mecanismos de integración, pero creemos que tiene que haber una revolución, entendida como un proceso de transformación profunda. El presidente Chávez decía medio en broma: “Hay que esperar a ver si hay una contrarrevolución. Si la hay, es porque entonces ha comenzado la revolución”. Si no hay una contrarrevolución significa que no se está avanzando todo lo que se puede avanzar. No podemos pensar en una sociedad distinta si tenemos el mismo Estado. Un Estado que responda a las condiciones históricas, sociales y económicas. Ese es uno de los desafíos del futuro: cómo construir una nueva institucionalidad. Está bien, el marco institucional existente nos puede permitir avanzar. De hecho nos permitió sobrevivir cuando se buscó la inconstitucionalidad para acabar con los movimientos sociales. Pero ya hemos conquistado cosas y debemos generar otro espacio para no retroceder.
–¿Cree que ha habido una mayor democratización en los países del ALBA? –La visión de la democracia representativa y la de la participativa son un factor clave. Indudablemente los nuevos modelos de integración implican una revolución de la participación. Primero hubo un rescate de lo público, de la política. Y después una promoción de la participación. En el modelo anterior era lo contrario. Eran democracias de elite donde se limitaba la participación y era preferible hasta que hubiese una suerte de antipolítica, que la gente no se interesara mucho en eso, y que les dejara la política a los partidos y a los dirigentes políticos. Esa era una democracia boba. Ahora pasamos a una democracia que abrió los canales. Es decir, rescató la política y promovió la participación. Antes, mucha participación era sinónimo de inestabilidad. Hemos cambiado eso y ahora la participación es garantía de estabilidad.
–Usted habla de un viejo y un nuevo orden. El ALBA vino a hacerle frente al ALCA, pero ahora surgen nuevos bloques como la Alianza del Pacífico. ¿Considera que es un resurgimiento del ALCA por otras vías? –Los modelos siempre expresan fuerzas políticas distintas. Lo que nosotros hemos planteado es el avance de un modelo de integración subregional que respete la diversidad. Pero hemos puesto sobre la mesa que había que rescatar lo público y que los modelos de integración no podían estar basados exclusivamente en los intereses económicos transnacionales. Por ejemplo, los sistemas fiscales de los recursos naturales. ¿Cuál ha sido siempre el objetivo de las grandes potencias sobre nuestros países? El control de los recursos naturales. En Venezuela se logró una transformación y una recuperación de la soberanía sobre los recursos naturales. Había otros sectores que nos atacaban porque decían que los recursos naturales debían estar ahí para que las inversiones pudieran acceder a ellos. Sí, estamos de acuerdo, pero previamente tiene que haber una negociación con el Estado, que debe determinar hasta dónde y cuándo quiere llegar con esa inversión. Entonces todos los países comenzaron a ver el ejemplo de Venezuela y a modificar sus propias leyes fiscales. Y hoy en día uno de los elementos en Unasur es tener una política conjunta sobre los recursos naturales, incluyendo países como Colombia. Siempre van a surgir otros planteamientos, como la Alianza del Pacífico. Hasta ahora ellos han tenido una visión económica que se respeta, porque es algo propio de los países, pero pertenecen a la Celac. Tienen una serie de compromisos dentro de la Celac.
–¿Cómo se acomodó Estados Unidos a esta mayor integración de los países latinoamericanos? –El tema de Estados Unidos es como la miopía. Es como creer que el problema son los lentes, que lo que molesta es la luz. Hasta que llegas al médico y te dice: “Lo siento, el problema no es la luz, sino que necesitas corregir tu visión”. Es difícil a veces que esos grandes poderes entiendan que tienen que corregir su visión. Siempre piensan que las cosas son como ellos quieren, o no son. Creo que han sido sorprendidos por lo que ha ocurrido en América latina. Porque pensaron que lo de Chávez era un accidente y que una vez que eso pasara eso no volvería a ocurrir. Y no fue un accidente. Claro, era un líder que había surgido en un momento muy particular, con una visión y plan que llevó adelante. Pero era una expresión de transformación que había en todo el continente. Ahora estamos en un momento en el que va a ser muy interesante ver cómo Estados Unidos enfoca y lee la realidad latinoamericana. Un tema clave es el embargo a Cuba. . Eso mismo querían hacer con nosotros: mantenernos en una Guerra Fría permanente. Utilizaron a Cuba para eso, y después quisieron utilizar a Venezuela. Pero esta integración impidió que esa Guerra Fría existiera. Y hoy en día los gobiernos se entienden todos. Tanto los gobiernos progresistas como aquellos que tienen una visión política e ideológica distinta. Pero ya no vamos a aceptar el mecanismo anterior de jugar siempre a la división entre nosotros. Por eso lo que pasó en el ALBA es importante.
–¿Quiere decir que el ALBA facilitó el nacimiento de Unasur? –Las transformaciones del ALBA, que se dan en tres países fundamentales, como Venezuela, Ecuador y Bolivia, han sido elementos determinantes para que surgiera Unasur y para que hubiera unión sudamericana. No podríamos pensar en Celac sin unión sudamericana.
–¿Por qué algunos países, como Honduras, abandonaron el bloque? –Eso formó parte de una estrategia diseñada para tratar de pegarle al ALBA por los eslabones más débiles. El caso de Honduras es emblemático por la doble moral del aparato mediático y político. Al presidente Zelaya le dieron un golpe militar y no pudo o no quiso hacer nada. El Congreso de Estados Unidos presionó a la administración de Obama para que mantuviera una línea dura contra Zelaya. Lo que genera tristeza es que la excusa era que había que salir de Zelaya porque era un dictador en potencia. Pero cuando uno ve la realidad, se da cuenta de que Zelaya no tenía las fuerzas armadas, ni la Corte Suprema, ni el Congreso, ni los medios ni los empresarios. ¿Qué poder acumuló entonces el señor Zelaya? Fue una idea clara de golpear a estos eslabones más débiles. Luego tenemos el caso de Paraguay. La situación es dinámica y eso se ha restablecido en cierta medida. Pero fue muy obvia para todo el mundo la doble moral norteamericana y de estos sectores de la derecha. Esto brindó mucha conciencia, mucha alerta a todos nosotros: estos sectores de la derecha en nuestros países y en Estados Unidos siempre van a tener un plan para desestabilizarnos. Lo mismo ocurrió con la muerte del presidente Chávez.
–Más allá de los casos de Zelaya y Lugo, también hubo intentos serios por derrocar a Evo Morales, a Correa y a Maduro. ¿Las considera advertencias? –Pienso que esas cosas son como un búmeran, que más bien se te revierte. Creo que ha habido mucha molestia. Fue demasiado obvio. ¿Cuál fue la justificación para darle ese golpe a Zelaya? ¿Dónde estaba el poder que había acumulado? Ellos quisieron presentarlo como una advertencia, pero se vio como algo desproporcionado debido a esa doble moral. Eso hizo que la gente reaccionara.
–Evo Morales ganó las últimas elecciones con un porcentaje muy alto. Correa se encamina a un tercer mandato. El modelo boliviano y el ecuatoriano son muy exitosos. ¿Por qué en Venezuela, el otro país de gran peso dentro del ALBA, hay en cambio una crisis recurrente en términos políticos y económicos? –Ellos nunca han dejado de hostigar a Venezuela. De manera más abierta, menos abierta; más violenta, menos violenta. Ni un solo día: pretensión de sanciones en el Congreso norteamericano, en las cortes internacionales, promoción directa y abierta de la conspiración de lo sectores de extrema derecha. Ellos interpretaron que la salida del presidente Chávez era un momento de debilidad que permitiría retomar el plan de la conspiración y de la desestabilización y hacerlo vivir. Venezuela vivió unos procesos muy complejos y complicados con la muerte del presidente Chávez. Aquí el presidente Kirchner muere cuando no estaba en el gobierno. El presidente Chávez muere estando en el gobierno y cuando acaba de ganar unas elecciones de manera contundente. Creo que aprovecharon esa situación para generar esta arremetida, que fue muy fuerte. En el estado de Táchira, fronterizo con Colombia, y con apoyo de muchísimas fuerzas de la derecha colombiana, donde está demostrada la mano del ex presiente Alvaro Uribe y de otros sectores de la extrema derecha latinoamericana y americana, lograron establecer una situación de mucha angustia. Una situación terrible. Plantearon hasta elementos secesionistas sin ninguna razón.
–Pero los intentos de desestabilización no dejaron de acosar a Chávez, incluso desde el golpe de 2002. En todo caso se intensificaron con su muerte. –Eso venía desde que el presidente Maduro había ganado las elecciones, cuando hubo varios muertos del lado chavista a manos de la oposición. Políticamente se ha logrado restablecer la situación. Pero no es sencillo, porque ha habido una situación económica muy difícil. En medio de esta conspiración política se ha afectado muchísimo a la economía. El caso del contrabando es un ejemplo. De eso se ha ido saliendo también. Cuando el presidente falleció, se lanzaron con todo y se jugaron todas las cartas. La ventaja de esos procesos es que se devela rápidamente la intencionalidad. Por lo menos eso permite ver quién es quién y qué es lo que buscan. Ahorita hay una oposición muy dividida. La gran contradicción es que nunca han podido presentar un proyecto alternativo más allá de salir de Chávez. Y ahora Chávez ya no está.
–El secretario de la Unasur, Ernesto Samper, manifestó recientemente que la salida a la crisis en Venezuela es un “gran pacto social”. Sin embargo, el presidente Maduro había convocado meses atrás a los sectores opositores a un diálogo abierto. ¿Por qué cree que esa vez no funcionó? –El presidente Maduro es un hombre de mucho diálogo y de mucha experiencia política. Fue presidente de la Asamblea Nacional –Parlamento– muchos años y canciller. El hizo un gran esfuerzo. No sólo convocó al sector político, sino que también propuso un diálogo a todos los sectores sociales y económicos. A raíz de la ofensiva económica, que se ha llamado “guerra económica”, convocó a todos aquellos sectores para decirles que había un claro intento de desestabilizar al gobierno. El problema es que hay sectores que no quieren dialogar, porque para ellos significa dejar de lado la agenda desestabilizadora. Ellos siguen pensando que la forma de lograr una modificación en el país es a través de un proceso de desestabilización. Su expresión más grande fue en febrero pasado, cuando después de haber ganado algunas alcaldías, que les habían dado la posibilidad de desarrollar una fuerza política, transformaron ese relativo éxito electoral en un esfuerzo de desestabilización. Eso está totalmente documentado: las conexiones con la derecha colombiana, con la derecha centroamericana.
–¿Ve en otras partes del mundo procesos como el que se desarrolla en América latina? –Peligros hay. Desafíos hay. No es fácil desmontar las viejas estructuras. Hay que acercarse a la realidad. Un ejemplo interesante es el movimiento Podemos en España, que un una última encuesta se encuentra por encima del Partido Popular. Una organización con un manejo impecable de los medios y un mensaje sencillo: aquí hay una casta y lo que ha hecho el sistema político es defender a esa casta.
–¿Por qué decidió conmemorar los diez años del ALBA en Argentina? –Aquí hay que hacerle un homenaje al presidente Néstor Kirchner y a lo que significó la cumbre de Mar del Plata. Aquí hay algunos antecedentes. El presidente Chávez planteó el ALBA por primera vez en 2001 en la Conferencia de Estados del Caribe. En 2003, Kirchner y Lula firman el Consenso de Buenos Aires, donde ya marcaron el camino. En 2004, Chávez y Fidel firman la declaración conjunta. En 2005 se produce la derrota del ALCA en Mar del Plata. El ALBA nació, de alguna manera, o al menos sus alas se fortalecieron en Mar del Plata. Después vino Unasur. Y más tarde la Celac. Son un conjunto de sucesiones que nos llevan a ver la nueva realidad, la nueva integración. El ALBA nace en el 2004, pero quien le da las alas es Mar del Plata.
Fuente:Página/12

Incluir, mucho más que abrir las puertas

La Universidad Pública en tiempos K.. La mayoría de los actuales alumnos son la primera generación de universitarios de sus familias…




Universidades Públicas: Un lindo caramelito a privatizar por Macri, Sanz y cía
Incluir, mucho más que abrir las puertas


por Julián Mónaco. Licenciado en Comunicación e integrante del equipo editorial de UNIPE para Le Monde diplomatique…

La mayoría de los alumnos de las casas de altos estudios creadas en los últimos años conforman la primera generación de universitarios en sus familias. Sin esa tradición, adaptarse a ese ámbito desconocido, complejo y por momentos caótico, no resulta sencillo. ¿Qué hacen estas instituciones para no expulsar a los jóvenes de los sectores populares?
El 95% de los estudiantes que comenzaron en 2011 venía de hogares cuyos integrantes nunca habían pisado la universidad”, asegura Ernesto Villanueva, rector de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) ubicada en Florencio Varela. Para el primer ciclo lectivo, los 3.046 inscriptos superaron tan ampliamente las expectativas que las autoridades debieron realizar acuerdos con diferentes instituciones educativas de la zona para la apertura de subsedes que todavía hoy funcionan. “Además –completa el rector– el 40% de nuestros chicos viven en calles de tierra y es indudable que no estarían cursando estudios superiores si la universidad no hubiera llegado a la puerta de sus casas”.

Este fenómeno aparece como la marca distintiva de las nueve universidades nacionales creadas entre 2007 y 2009. Adrián Cannellotto, rector de la Universidad Pedagógica de la Provincia de Buenos Aires (UNIPE), explica: “Hoy tenemos otros perfiles en la universidad: la mayoría de los estudiantes son primera generación de universitarios en sus casas y muchos, además, primera generación de egresados del secundario. Son chicos que están dando un salto muy grande respecto de sus padres”.


Con la apertura de las universidades de Río Negro, Chaco Austral, Villa Mercedes (San Luis) y Tierra del Fuego, cada provincia pasó a tener al menos una casa de estudios superiores. Además, en el mayor cordón poblacional del país, abrieron sus puertas las universidades de José C. Paz, Avellaneda, Del Oeste (Merlo), la de Florencio Varela y la de Moreno, donde la inscripción online requirió la apertura de un aula de informática: el 40% de los estudiantes no contaba con computadora en su casa. 

Desde sus inicios, en nuestro país la experiencia universitaria fue una historia de desarraigos. Emplazadas en los grandes centros urbanos, los estudiantes estaban obligados a realizar largos y costosos traslados que muchas veces terminaban siendo motivo de abandono de las carreras. La concentración de las universidades trajo aparejada, además, la concentración de sus profesionales egresados. “Hoy se está revirtiendo esta tendencia, porque se ha logrado incorporar al concepto de inclusión la idea de territorialidad y acercar la universidad a la gente”, sostiene Martín Gill, diputado nacional por la provincia de Córdoba y ex secretario de Políticas Universitarias.


A la creación de estas nuevas universidades, se suma la reciente apertura de los Centros Regionales de Educación Superior (CRES), ubicados en lugares de baja densidad poblacional: veinticinco en Buenos Aires, ocho en Córdoba, dos en Misiones. Son fruto de la asociación entre universidades y los municipios y brindan, en general, carreras cortas, muchas veces tecnicaturas, con salida laboral en la región. “Esta expansión es posible porque el Estado invierte hoy más del 1% del PIB en educación superior”, explica Aldo Caballero, secretario de Políticas Universitarias desde diciembre de 2013. 

Como señala la diputada Adriana Puiggrós, las universidades no solamente llegan con oferta a lugares en los que antes no la había: también generan nuevos vínculos con la comunidad. “No se trata sólo de una actividad de extensión, sino que se involucran directamente en la discusión de los problemas que atañen a sus territorios, produciendo conocimiento”, argumenta.

Por ejemplo, en 2013, la Universidad Nacional de Avellaneda abrió su propia Escuela Secundaria Técnica en la Isla Maciel. Lo mismo hicieron las universidades de Quilmes (UNQ) y San Martín (UNSAM). Todas impulsadas por el Ministerio de Educación. “La experiencia de la universidad abriendo un secundario en la villa es muy fuerte”, dice Julia Denazis, directora de la escuela que otorga el título de Maestro Mayor de Obras. La matrícula actual es de veinticinco chicos, muchos de ellos con varios años fuera de las aulas, una población muy distinta a la que reciben los secundarios gestionados por las universidades tradicionales. “Se trabaja en red con la comunidad: vamos a las casas y hablamos con las familias –cuenta Denazis–. Es una tarea más amplia que la del aula”.


Democratización interna


Las nuevas universidades están obligadas a trabajar con la hipótesis de que aquel que llega a sus aulas no tiene por qué conocer cómo es la vida universitaria. “El desafío para estas instituciones –afirma Cannellotto– es darse una política que permita hacer la transición entre la secundaria y los estudios superiores. Eso implica responder cuáles son las operaciones que tienen que hacer los jóvenes para inscribirse en una trayectoria universitaria y sin desertar en el primer o el segundo año, teniendo en cuenta que es allí donde se concentran los mayores problemas.”

“La Jauretche” tiene hoy cerca de 10.700 estudiantes regulares. Entre 2010 y 2013, sumando cada período de inscripción, se inscribieron cerca de 21.000 aspirantes. “Pero los alumnos que efectivamente vinieron el primer día, cinco meses después de anotarse, fueron 16.700 –comenta Villanueva–. Es decir que cerca del 25% de los inscriptos decide durante el verano que no va a estudiar. Y eso luego de haber presentado muchísimos papeles. A su vez, tenemos cerca de un 30% de deserción, fuertemente concentrado en los primeros años. Esa proporción no es satisfactoria para nosotros; trabajamos para que haya un índice mucho menor.” 
Las universidades que despuntaron al calor del Bicentenario identifican como problemático el tránsito de la secundaria a los estudios superiores y dedican muchos esfuerzos y recursos para favorecerlo. “La ventaja que tienen estas universidades –subraya Caballero– es que están ensayando estrategias nuevas.” Estos caminos parten de la tesis de que la verdadera inclusión no se restringe a lo económico: a la democratización externa, sigue el problema de la democratización interna.
La nivelación académica y el acompañamiento de los estudiantes en su inserción a la cultura universitaria son las cuestiones que orientan la mayor parte de los cursos de ingreso que no sólo incluyen contenidos curriculares; también explican cómo pedir un libro en la biblioteca, cómo solicitar una beca en el CONICET y cómo poder tener acceso a un equipo de investigación o una cátedra. Conocimientos que en las universidades tradicionales se dan como supuestos de antemano, aunque en muchos casos no sea así. “Las universidades tradicionales –afirma Puiggrós– tendieron a establecer dispositivos de expulsión de los sujetos populares, tales como el CBC.” 
La Universidad Nacional de Moreno, en la que el 93% de los estudiantes son primera generación de universitarios y cerca del 70% los primeros en sus casas en terminar la escuela secundaria, desarrolla entre febrero y marzo el Curso de Orientación y Preparación Universitaria. Consta de tres materias (Resolución de problemas, Lectoescritura y Ciencia) y no es eliminatorio: la aprobación de cada asignatura se logra a través de cuatro trabajos prácticos que se monitorean en tutorías, pautadas inicialmente como personalizadas pero que muchas veces son desbordadas por centenares de alumnos. 
Además de realizar la corrección de los trabajos, los docentes deben completar una exhaustiva grilla por cada alumno (con ítems como “reconocimiento de géneros discursivos” y “cohesión y coherencia”) y realizar informes que permiten seguir su evolución. Luego son elevados a las carreras para que dictaminen cuántas de las materias estipuladas para el primer cuatrimestre puede cursar el estudiante y cuántos talleres-refuerzo deberá realizar. 
Karina Sosa tiene a su cargo dos comisiones de sesenta ingresantes cada una y además realiza tutorías: “Debemos contar con una sensibilidad especial porque cuando alguno de los estudiantes tiene un mal resultado se frustra y quiere abandonar.
A veces el curso queda un poco corto para todo lo que hay que reparar: me ha pasado de tener chicos que en quinto año no habían tenido Lengua, porque no había docentes que llegaran a dar clases a sus escuelas. Muchos de los problemas están relacionados a la escritura y después producen abandonos al interior de las carreras, entonces hay que trabajar muy fuerte”. 
Con sede en las localidades bonaerenses de Gonnet, Pilar y Almirante Brown, la UNIPE, abierta en 2009, cuenta con la particularidad de tener en sus aulas estudiantes que son docentes: en su mayoría mujeres, con un promedio de edad cercano a los 37-38 años y que trabajan (más de la mitad) en dos turnos escolares. Entre los desafíos que explican su creación se cuenta el de explorar nuevas formas de relación entre los mundos de la universidad y la docencia, que en Argentina tendió a construirse tomando distancia de la formación universitaria. Esta matriz cultural, sin embargo, viene siendo desmentida en los hechos: hoy la mitad de los profesores secundarios son egresados de la universidad.
En el caso de la UNIPE, algunas de las operaciones institucionales que apuntalan el desenvolvimiento de los docentes en la lógica universitaria coinciden con las desplegadas por el resto de las universidades. Pero otras son diferentes. “Buscamos incluir a los docentes en la lógica del pensamiento de una disciplina, en su tradición y en sus problemas de enseñanza –puntualiza Cannellotto–. Nuestro mayor desafío es lograr que los docentes tengan con el conocimiento una relación que no sea puramente instrumental, sino mucho más profunda. El deseo de conocer y el deseo de enseñar van juntos.” Ana Pereyra, Secretaria de Investigación de la misma universidad, completa: “Para nosotros la experiencia universitaria tiene que ver con desarrollar una actitud investigativa dirigida a la práctica profesional”. Y agrega: “Esa experiencia siempre tiene como marco una institución formadora y depende de un desarrollo en el tiempo. Por eso no puede compararse con una serie de cursos cortos y aislados que nunca alcanzan a marcar la subjetividad”.
Masividad y calidad
La matrícula de las universidades argentinas no ha dejado de crecer desde la vuelta a la democracia: si en 1983 nuestro país contaba con 400.000 estudiantes, en la actualidad son cerca de 1.700.000. En los últimos años, esta expansión no fue motorizada a través de la ampliación de vacantes en las universidades tradicionales sino, fundamentalmente, acercando los estudios superiores a los sectores populares. Ya en 2013, las 12 universidades nacionales del conurbano albergaban unos 150 mil estudiantes, más de la mitad que la UBA.

Esta heterogeneización de la educación superior no estuvo exenta de críticas que volvieron a poner sobre la mesa la idea de que la masividad y la calidad son mutuamente excluyentes. Estas críticas, sin embargo, nunca incluyeron como blanco a las universidades de Buenos Aires, Córdoba y La Plata (las tres muy prestigiosas y a la vez masivas) lo cual revela muy rápidamente un prejuicio de clase.
De acuerdo a las conclusiones aportadas por investigadores de la Universidad Nacional de Quilmes, no hay diferencias significativas de rendimiento entre los estudiantes de las universidades tradicionales y de las nuevas. Sí las hay, en cambio, en los ritmos de cursada debido a que, fundamentalmente, los estudiantes de las clases populares están obligados a trabajar mientras estudian.
“Muchas veces se compara el sistema universitario brasileño con el argentino y se dice que Brasil tiene más de un 50% o 60% de tasa de graduación y nosotros no, cuestión que haría a la universidad muy cara. Estamos muy conscientes –explica Caballero– que tenemos que mejorar la tasa de egreso. Pero nadie dice que Brasil tiene un examen de ingreso que solamente pueden pasar quienes pueden pagarse la preparación. Los modelos no pueden ser comparados tan ligeramente.”
Sebastián Gómez tiene 20 años y, además de estudiar Comunicación Social en la Universidad Nacional de Quilmes, trabaja como operario en un taller de Don Bosco: “Me anoté por vocación. Y un gran punto a favor es que curso muy cerca de casa. Hay un montón como yo, de hecho, desde hace unos años, cuando tomo el tren Roca veo muchos pibes estudiando”, señala antes de hablar de sus expectativas: “Me gustaría hacer periodismo en un medio de zona sur. El pueblo argentino está haciendo un gran esfuerzo para pagarnos la carrera y eso hay que devolverlo”. 


Una de las hermanas de Sebastián comenzará este año una tecnicatura en Gestión de Medios Comunitarios que la misma universidad ofrece en modalidad virtual: “Trabaja en un local y no puede renunciar para empezar a estudiar”, explica Gómez. Una historia parecida es la de Ludmila Piotroski, que a los 18 años se inscribió en la Licenciatura en Administración de la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Desde abril del año pasado, es titular del Programa de Respaldo a Estudiantes Argentinos (PROG.R.ES.AR.): “Hay que acreditar que se está estudiando; si no te dan de baja”, cuenta. Con las fotocopias de la tarjeta que entrega el plan y las de su DNI, la universidad le entrega gratis los libros. Además, recibe un 40% de descuento en transporte con la tarjeta SUBE. 
Este tipo de relatos, hoy multiplicados, demuestran que la inclusión no requiere únicamente de la gratuidad. Según Piotroski, hay otras cuestiones que podrían colaborar para favorecerla. Los gastos en comida, señala, pueden resultar elevados: “Donde yo estudio haría falta un comedor estudiantil. En Ciudad Universitaria se puede almorzar por 15 pesos”. Las guarderías, agrega, serían otra asignatura pendiente: “Quizá podría haber un espacio físico con alguna maestra jardinera donde puedan quedarse los nenes de 0 a 3 años. Es una manera de que las jóvenes que son madres tengan la posibilidad plena de estudiar, porque si no tienen que pagar una guardería o a alguien que cuide a las criaturas”.

Fuente: Le Monde diplomatique, edición Cono Sur y UNIPE:  Universidad Pedagógica
Tirando al medio

martes, 10 de marzo de 2015

Ferrocarriles y política nacional

l
Por Juan Godoy*

“El plan de democratización de la vida argentina debe comprender, por lo menos, a los servicios de transporte, porque ellos constituyen el sistema circulatorio troncal del organismo nacional; los medios de cambio, porque ellos son los vasos comunicantes de la riqueza natural y del trabajo que la moviliza; las fuentes de energía térmica e hidráulica, porque ellas pueden incrementar o aminorar las industrias en que el trabajo se valoriza y multiplica; las tribunas de información, porque no es posible que aparezca como opinión pública lo que sólo es opinión interesada de los grupos financieros. En una palabra, todo cuanto tiene posibilidad de influir en el destino del pueblo debe estar bajo el control del pueblo” (Raúl Scalabrini Ortíz)

            La noticia del pronto envío de un proyecto de ley para retomar la administración estatal de los ferrocarriles, conjuntamente con la reconstrucción lenta pero sostenida del tejido industrial de la última década, y el corrimiento de las políticas neoliberales, ligadas a la “timba financiera” y privatizadoras de los años 90’s, es auspiciosa en tanto abre la posibilidad de acelerar la senda del desarrollo industrial.

            Que el estado argentino re-tome el control de los ferrocarriles resulta también positivo en el marco de la administración kirchnerista que ha dado muestras de excelentes gestiones en otras de las empresas que habían sido privatizadas en la oleada neoliberal, ¿quién puede sostener hoy que era mejor la gestión francesa a manos de Suez de Aguas Argentinas que la estatal AySA[1], o que las AFJP administran mejor los fondos de pensión y jubilaciones que el estado argentino[2], o bien que era mejor la política vaciadora de Marsans que la “nueva” Aerolíneas Argentinas[3], ni que hablar de el nuevo rol de YPF en el desarrollo nacional, en relación a lo que había realizado REPSOL[4]?
Nos interesa reflexionar aquí sobre el papel posible a cumplir por los ferrocarriles en relación al desarrollo de una política nacional. Cómo éstos pueden ser un importante puntal donde se asiente el desarrollo industrial para el fortalecimiento de una nación soberana y mejoramiento de la calidad de vida de los sectores populares, y no cumplan el papel de mantenernos en el primitivismo agropecuario en tanto “un país que sólo exporta materias primas y recibe del extranjero los productos manufacturados, será siempre un país que se halla en una etapa intermedia de su evolución”. (Ugarte, 24/11/15. Rep. 2010: 156) Es que “un país sin una industria nacional autónoma no es una nación” (Hernández Arregui, 2004: 203)
            Raúl Scalabrini Ortíz, quien más profundamente ha indagado en la cuestión de los ferrocarriles[5] (vale aquí también recordar las denuncias de Osvaldo Magnasco, Emilio Civit, Celestino Pera o bien de Manuel Ugarte desde el periódico La Patria, entre otros), ha demostrado largamente que los ferrocarriles pueden cumplir el propósito de desarrollar al país, o bien pueden impedirlo. Se trata del sentido que se le otorgue a los mismos. Recordemos que, sobre todo a partir de la administración nacional de Bartolomé Mitre (1862-1868), con la consolidación de la Argentina semi-colonial, los ferrocarriles se trazan[6] en abanico hacia el puerto de Buenos Aires, respondiendo a la lógica de un país dependiente, en este caso, de Gran Bretaña[7]. Scalabrini reflexiona magistralmente al respecto en una conferencia en la Facultad de Ingeniería de La Plata: “a nadie se le dice que las redes ferroviarias constituyen la estructura fundamental de una nación. A nadie se le dice que el ferrocarril –el instrumento de progreso más eficaz que se creó durante el siglo pasado- es el arma de dominación y sojuzgamiento más insidiosa y letal porque atenaza y paraliza los núcleos vitales de una nación. Si se mira el mapa de la República, la vasta extensión aparece como parcelada bajo una intrincada red de líneas férreas que forman una malla muy semejante a una tela de araña. Esa impresión visual es una representación muy exacta de la verdad. La República Argentina es una inmensa mosca que está atrapada e inmovilizada en las redes de la dominación ferroviaria inglesa”. (Scalabrini Ortíz, 1937: 6. Subrayados nuestros)


            Manuel Ugarte desde las páginas del periódico La Patria (que sostuvo el neutralismo en la Primera Guerra Mundial), pone de relevancia el papel pernicioso para el desarrollo nacional de los altos fletes: “en estos momentos en que el país podía y debería haber realizado un gran impulso industrial, emancipándose, dentro de la relatividad y posibilidad de los acontecimientos, se ha encontrado con que en virtud de los altos fletes ferroviarios acrecidos recientemente”. Con la política de tarifas[8] los británicos han frenado el desarrollo industrial de nuestro país. Celestino Pera a principios del siglo XX fue categórico al respecto gritó en la Cámara de Diputados que “no hay trabajo ni es posible que lo haya sin ir a la quiebra o al desastre a causa del flete de las empresas ferroviarias que no nos permiten trabajar sin arruinarnos” (Pera, citado en Galasso (comp.), 2009: 131)
En otro artículo de La Patria Ugarte vuelve sobre el tema, y va a sostener en tanto el drenaje de riquezas hacia Londres que conllevan los ferrocarriles de nuestro país, “menester es reconocer que el país debe en gran parte su desarrollo agrario al riel. Esto es indiscutible, pero a costa de cuántos sacrificios. La nación suda, trabaja y se sacrifica parea acrecer los dividendos que se giran a Londres, no sólo en la forma que fluyen de los balances sino por otros conceptos que escapan al contralor del público e incluso a los poderes públicos” (Ugarte, La Patria: 3/1/16 ), es más aquí va a poner de relevancia la complicidad de las oligarquías locales con el imperialismo británico estableciendo que los poderes públicos siempre estuvieron al servicio de los intereses de las empresas[9].
            Ese papel es el que cumplieron los ferrocarriles bajo el influjo británico. Cabe resaltar en este punto que el autor de historia de los ferrocarriles británicos ha demostrado, rompiendo con la idea impuesta por la colonización pedagógica, que los ferrocarriles no fueron construidos por los británicos, sino que los capitales invertidos son producto de la riqueza y el trabajo argentinos capitalizados a favor de Gran Bretaña, con sus argucias y la complicidad de la oligarquía argentina. Que gran parte del tendido se haya construido bajo el influjo británico, o que con maniobras se hayan quedado con gran parte del tendido no significa que la construcción de los mismos no haya sido, como realmente fue, con brazos argentinos.


            Si bien los ferrocarriles en los cimientos de la nación fueron desarrollados según una lógica dependiente, con la “mano” británica detrás, de modo de mantenernos en el primitivismo agropecuario[10], a partir de su nacionalización en el Gobierno de Juan Domingo Perón[11] y durante sus presidencias, serán puestos al servicio del desarrollo industrial en ciernes, en consonancia con una política nacional. Perón hace referencia al tema afirmando que “la empresa del estado (…) es el camino para satisfacer necesidades básicas de la comunidad (…) Ningún país es verdaderamente libre si no ejerce plenamente el poder de decisión sobre la explotación, uso y comercialización de sus recursos y sobre el empleo de sus factores productivos” (Perón, 2012: 82-83) El peronismo fortalecerá la función de los servicios públicos con la Reforma Constitucional de 1949, fundamentalmente a través del artículo 40[12].
Esa compra de los ferrocarriles que algunos pretendieron tachar rápidamente como la compra de “hierro viejo”, sin comprender el papel fundamental que pueden cumplir éstos, a los cuáles Scalabrini contesta rápidamente indicando que se trataba de “comprar soberanía”[13]. En el mismo sentido se manifiesta Ricardo M. Ortíz para quien “lo que compraba el país no eran solamente vagones, locomotoras y estaciones; compraba su autonomía para desarrollar rieles en concordancia con sus propios intereses (…) La nacionalización de los FF.CC. asumía pues en 1946 el carácter de un aspecto de la lucha anti-imperialista” (Ortíz, R.M., 1958: 146-154)
La necesidad de la conducción estatal en materia ferroviaria era una cuestión que se había planteado desde los comienzos mismos del ferrocarril, por patriotas que defendían la industria argentina, y no la británica. Así, Emilio Civit, ya a finales del siglo XIX, había concebido la importancia de la propiedad estatal de los ferrocarriles, argumenta el entonces Ministro del Gobierno de Roca "las líneas del Estado se extienden en todas direcciones, en demanda unas veces de nuevas fuentes de producción que acrecienten su tráfico y otras para que sirvan como reguladoras y morigeradoras de las empresas privadas en sus tarifas excesivas" (Civit. Cit. Scalabrini Ortíz, 2009: 122).
          
  Asimismo, Scalabrini Ortíz estableció que "los ferrocarriles constituyen la llave fundamental de una nación (...) Es imposible concebir una unidad orgánica cuyas vías de comunicación pertenezcan al extranjero, así como es imposible concebir un ser cuyos movimientos sean regulados por una voluntad ajena" (Scalabrini Ortíz. Señales 23/10/35. Rep. Galasso, 2008: 198). Es imperativo entonces romper la lógica del ferrocarril que responde a un modelo semi-colonial, que las vías y los trenes estén al servicio del desarrollo industrial (esta industrialización tiene que ser nacional, pues cabe destacar, desde ya, que no es lo mismo industrialización que industrialización nacional), de una política nacional. No guiados por la ganancia, pues no todo puede estar regido por ésta.
Los ferrocarriles responden a un interés mayor. Pues éstos, como los recursos naturales, la energía, el crédito, el comercio exterior, la renta agraria diferencial, etc. no pueden estar en manos privadas y/o extranjeras. Las necesidades colectivas, los derechos sociales, no se pueden ligar al afán de lucro. Los ferrocarriles deben ligarse a las necesidades nacionales, diametralmente opuestas a los intereses que persigue el capital privado, deben contribuir a abaratar los costos de la industrialización. El país necesita controlar su estructura económica para avanzar hacia su desarrollo como comunidad autónoma, y la justicia social.
En este sentido de avanzar en el control de los “resortes” básicos de nuestra economía, y del papel estratégico de los ferrocarriles para continuar en la senda de la liberación nacional. Para finalizar evocamos estas palabras de Hernández Arregui quien afirma que “Un país industrializado (…) impone una restructuración, el entrelazamiento de las diversas regiones del país, cuya dispersión geográfica y económica, en los países coloniales, ha sido lograda a través de los ferrocarriles y caminos delineados no para el mercado interno sino para el mercado externo. Las comunicaciones deben invertir su trazado y dirección. No serán solamente de adentro hacia fuera. Sino en lo fundamental para dentro” (Hernández Arregui, 2004: 200)