jueves, 9 de noviembre de 2023

La catástrofe malthusiana: ¿es real el problema de la superpoblación de la Tierra?


Por Alexander Terekhin

Fuente:Sputnik

Uno de los temas más populares entre los amantes de las teorías de la conspiración es que las élites pretenden reducir la población de la Tierra porque no habrá suficientes recursos para todos. ¿Es realmente posible que en nuestro planeta no haya espacio ni recursos para todos?


Efectivamente, al ver todos los problemas de hambre y pobreza extrema en ciertas regiones del mundo, uno podría llegar a la conclusión de que el problema de la sobrepoblación es real y se avecina.
Sin embargo, para responder a la pregunta sobre la suficiencia de recursos para todos, hay que averiguar de dónde vino esta creencia —que incluso lleva el nombre de 'catástrofe malthusiana' y quién fue el creador original de esta teoría.

La catástrofe malthusiana: una idea de hace tres siglos que sigue viva

En el año 1.000 antes de Cristo la población de toda la Tierra era de unos 50 millones de personas y esta cifra crecía muy lentamente. Así, en el siglo XVII, o unos 2.600 años después, la población apenas alcanzaba los 500 millones. A modo de comparación, en todo el planeta había menos gente de la que hay ahora en la Unión Europea, que no es el lugar más poblado de la actualidad.

No obstante, con el tiempo, se hizo evidente que el crecimiento de la población fue acelerándose lentamente. Y en esa época vivía uno de los padres de una teoría que, unos siglos más tarde, se convertiría en el credo de los amantes de las teorías de conspiración.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX el científico y demógrafo inglés Thomas Robert Malthus desarrollaba su línea filosófica. Al observar un trepidante crecimiento de la población, él asemejaba los sucesos a las observaciones de biólogos.
Conejos, pájaros, lobos y osos viven en equilibrio con la naturaleza, cazan, se reproducen y se extinguen, muriendo de hambre y, a menudo, matándose entre sí; se trata de un proceso natural.
Aquí, las ideas de Malthus eran lógicas, y el concepto de "lucha por la existencia" se convirtió en el núcleo de la selección natural de la teoría de la evolución de Charles Darwin, que apareció un poco más tarde.

También proyectó este concepto a la humanidad, argumentando que las personas también viven en equilibrio con la naturaleza, lo que significa que fenómenos como la pobreza, el hambre, la guerra y la enfermedad son mecanismos naturales de autorregulación.
Este concepto llevó a la conclusión lógica de que, puesto que el número de animales en el mundo permanece más o menos estable, el número de personas también lo será y, si hay crecimiento, será muy lento.
En principio, la experiencia de generaciones confirmaba esta teoría: en la época del nacimiento de Malthus, solo vivían 800 millones de personas en toda la Tierra, y esta marca tardó miles de años en alcanzarse.
La historia antigua y la sociedad tradicional lo demostraban claramente: una tasa de natalidad bastante elevada se compensaba con una tasa de mortalidad igual de alta. Sin embargo, esta tendencia estaba cambiando y ya en aquellos tiempos era sencillamente imposible ignorarla.
Ya durante los años en que el propio Malthus vivía, la población llegó a superar los mil millones y, en teoría, esta cifra debería haberse alcanzado siglos más tarde. Ante sus ojos, en el transcurso de varias décadas, la población de Inglaterra había crecido un tercio.

¿Por qué la teoría de Malthus no se hizo realidad?

El principal problema en la trampa malthusiana es que los humanos no son animales. Los conejos no proporcionan calefacción central a sus madrigueras, los osos no van a pescar con redes y los leones, a pesar de millones de años de evolución, no empezaron a utilizar armas de fuego para cazar.
Las heladas invernales no mataban a millones de personas, los depredadores no se comían pueblos enteros y las enfermedades empezaron a perder terreno poco a poco con el desarrollo de la medicina.
Eso sí, quedaba un factor que seguía siendo relevante y al que aluden los seguidores de sus teorías al día de hoy: la escasez de recursos. En otras palabras, mientras la vida pueda ser más cómoda, seguiremos necesitando alimentos.
Sí, la producción de alimentos y el comercio se desarrollaban, pero no seguían el ritmo de la natalidad de su época. Malthus calculó que, en esas condiciones, la población crecería exponencialmente, y el crecimiento de la producción de alimentos sería lineal, o dicho de otro modo, sería mucho más lento.
Relación del crecimiento de la población a la producción de alimentos según las teorías de Robert Malthus - Sputnik Mundo, 1920, 06.11.2023
Relación del crecimiento de la población a la producción de alimentos según las teorías de Thomas Malthus
Las consecuencias serían las que se predicen actualmente: crisis económica, hambruna, disturbios, guerras por recursos, etc.

¿Habrá comida y recursos para todos?

Malthus formuló su teoría en el siglo XIX, cuando la población apenas superaba los 1.000 millones de personas. En 1930 ya éramos 2.000 millones. En 1974 la población superó los 4.000 millones, y ahora somos más de 8.000 millones.
En tal caso, ¿cómo es que no se nos acabaron los recursos? Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta que esta teoría se basa en las observaciones de una persona de principios del siglo XIX.
Thomas Malthus observaba la sociedad agraria tradicional, un paradigma social extremadamente inercial que no había cambiado en cientos de años.
El volumen de producción de diversos suministros crecía muy lentamente, crecía el desempleo y las fábricas dañaban el medio ambiente. La tasa de natalidad era muy alta, y no había recursos suficientes para todos.

Viendo las multitudes de pobres en las calles, Malthus creía que con el tiempo la situación no haría más que empeorar y todo acabaría como él predijo, solo que en lugar de muchos pequeños problemas habría algo grande y dramático.
Pero subestimó un factor de gran importancia: al permanecer en el paradigma de la era tradicional, ignoró el progreso. Con el tiempo, algunos inventos se convirtieron en una revolución industrial a gran escala, incluyendo la agricultura con sus sistemas de riego y labranza, los nuevos fertilizantes, la cría eficiente y otras soluciones que aumentaron la cantidad de alimentos.
En tiempos de Malthus toda Inglaterra apenas podía alimentar a sus 10 millones de habitantes, y ahora la pequeña y aprisionada por los mares, Holanda, alimenta a docenas o incluso cientos de millones de personas en Europa y más allá.

¿Por qué realmente se está ralentizando el crecimiento de la población?

El hecho es que este increíble crecimiento tampoco es infinito y está limitado por algo llamado transición demográfica. Este fenómeno tiene varias etapas.
Al principio, la tasa de mortalidad desciende y la de natalidad se mantiene alta, lo que provoca un fuerte aumento de la población;
Luego, con el desarrollo tecnológico disminuye la natalidad;
Al final, la mortalidad y la natalidad están casi alineadas, estabilizando la población.
La característica de la transición demográfica es que no respeta las fronteras estatales: procesos similares ocurren en todas partes.

Las amenazas de escasez y hambruna solo pueden verse ahora en algunas regiones del mundo, de donde nos llegan historias horribles sobre gente hambrienta y pobre.
Pero vale la pena considerar que hace unos 100 años esas historias podían venir no de los barrios marginales de Sudán y el Congo, sino de las calles de Londres y París.
El crecimiento demográfico alcanzó su punto álgido en el siglo pasado y ahora los índices disminuyen lentamente. Se supone que la población se estabilizará en niveles de entre 11.000 y 12.000 millones en el siglo XXII.

¿Y los recursos?

La Edad de Piedra no terminó porque nos hayamos quedado sin piedras, el mundo está abandonando la energía del carbón, aunque todavía existe gran cantidad de este mineral. El petróleo y el gas, a pesar de los temores de algunos, no se agotarán el próximo viernes, solo será más difícil su extracción.
Además, la humanidad salió al espacio y en las próximas décadas empezará por fin a explorar el sistema solar, que está lleno de recursos.
Así que la teoría de la catástrofe maltusiana, por muy impresionante que parezca, no es muy relevante.

A 100 años del fallido golpe del líder nazi El putsch de la cervecería de Múnich, la irrupción de Hitler para llegar al poder

El 8 de noviembre de 1923 Adolf Hitler copó con un grupo de hombres armados la Bürgerbräukeller. Se subió a una silla, disparó al techo y anunció que estaba al frente de una revolución. Esa conspiración fracasó pero le dio el impulso para convertirse años más tarde en canciller de Alemania.

Por Juan Pablo Csipka
Fuente:Página/12


 



El 27 de enero de 1923, en pleno invierno y bajo la nieve, un pequeño partido de extrema derecha hizo su presentación en sociedad. En Múnich, el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei llevó adelante un mitin. Apenas un puñado se reunió para el acto, en el que habló el líder del partido, un cabo veterano de la Primera Guerra, de 33 años. Una foto lo muestra, sombrero en mano, como si su alocución fuera ante una multitud. Se lo ve como si gritara, y atrás suyo apenas se distingue a nueve personas. Diez años y tres días más tarde, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán llegaría al poder con el nombramiento del cabo como canciller. En ese 1923 de la aparición del nazismo, Adolf Hitler trató de hacerse del poder a través de un golpe de Estado.

El cabo informante

La derrota alemana en la Primera Guerra cambió el mapa de Europa: cayó la monarquía y comenzó un sistema republicano. Al socio alemán en la Gran Guerra le fue peor: el Imperio Austro-Húngaro directamente se desmembró. Encima, la Revolución Rusa presagiaba una oleada roja. Para un soldado nacionalista como Hitler era demasiado. Ya destacaba por sus ideas de derecha y un antisemitismo indisimulable cuando fue convocado al Departamento de Información, el área de Inteligencia del Ejército, al mando del capitán Karl Mayr. Para fines de mayo de 1919, el nombre de Hitler figuraba en una lista de informantes.

Un grupo de potenciales colaboradores del Departamento fue enviado a la Universidad de Múnich para cursos sobre historia de Alemania y política. El profesor Karl Alexander von Müller informó a Mayr de las dotes retóricas de uno de los alumnos en una discusión en la que el estudiante defenestraba a los judíos. Más tarde, Hitler fue enviado a un curso en Lechfeld, donde sus diatribas antisemitas fueron notoriamente furiosas.

Los oficiales al mando de Mayr debían concurrir a actos políticos e informar a la superioridad. El 12 de septiembre de 1919, el cabo Hitler se apersonó en una reunión del Partido de los Trabajadores Alemanes, en Múnich. Era un grupúsculo de ultraderecha y Hitler no dudó en intervenir en la discusión, lo que llamó la atención del líder partidario, Anton Drexler. A fin de mes, ya era el afiliado 555 del partido, aunque más tarde diría que su número de carnet era el 7.

"Tambor"

El histrionismo de Hitler, patente en los discursos filmados durante su régimen totalitario, se vio por primera vez en los actos de la extrema derecha. Sus alocuciones se volvieron el plato fuerte de los encuentros, no tanto por lo que decía, sino por cómo lo decía. Así fue como, con el correr de los meses, y mientras informaba a Mayr, comenzó a disputar el liderazgo de Drexler. Para entonces empezó a tomar forma un concepto esgrimido por el pastor liberal Friedrich Naumann a fines del siglo XIX: el nacionalsocialismo, opuesto al internacionalismo marxista. La ciudad de Trautenau (en la actual República Checa) fue la cuna del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores, que se terminaría fusionando con el Partido de los Trabajadores Alemanes para, bajo el liderazgo de Hitler, dar origen al Partido Nazi.

Los actos del primigenio nazismo reunieron cada vez más gente con el correr de los meses, con un Hitler convertido en figura principal y proclamando que el verdadero socialismo era antisemita. La derecha extrema estaba horrorizada por la deriva tras la derrota en la guerra, con la economía alemana devastada por la hiperinflación y las condiciones impuestas por el Tratado de Versalles. A eso se sumaba el desprecio que les inspiraba la socialdemocracia al frente de la República de Weimar. Más su terror al comunismo, con la breve experiencia de la República Soviética de Baviera en abril de 1919. La capital de Baviera es Múnich, la cuna del

Hitler y su grupo fueron ajenos a un intento de golpe de Estado liderado por Wolfgang Kapp en marzo de 1920. Sin embargo, el futuro dictador fue enviado por Mayr para informar al golpista sobre la situación en Baviera. A fines de ese mes, Hitler dejó de reportar al Departamento de Información.

El 3 de febrero de 1921, el nazismo alquiló la sala del Circus Krone, una de las más grandes de Múnich. Fue el salto de popularidad para Hitler, que habló ante una multitud más grande que la que reunía en cervecerías. Ese año se iniciaron gestiones para una fusión con el Partido Socialista de Alemania, también de extrema derecha. La interna de esos meses llevó a Hitler a renunciar al Partido de los Trabajadores Alemanes, lo cual era un duro golpe para esa fuerza. Lo convencieron de volver a cambio del poder absoluto, que derivó en la reforma del estatuto del flamante Partido Nazi, que convirtió a Hitler en un líder dictatorial.

Para entonces, Hitler se definía como un agitador y se hizo conocido por el apodo de “Tambor” (El tambor de hojalata, de Günter Grass, acaso la gran novela alemana de posguerra, juega en su título con esa idea), al tiempo que conseguía la formación de un brazo armado, lo que serían las SA, al mando de Ernst Röhm. Las SA aparecieron por primera vez en un acto en agosto de 1922, en el que Hitler denunció al “bolchevismo judío” y se convirtieron en una fuerza de choque. En octubre, Hitler quedó impresionado por la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini.





Preparativos de un golpe

A comienzos de 1923 se produjo la crisis del Ruhr, un hecho clave de la primera posguerra, que llevó a que Hitler frenara sus andanadas contra el gobierno central. Alemania se retrasó en el pago de las indemnizaciones de guerra. Entonces, Francia y Bélgica ocuparon la región del Ruhr para garantizar la provisión de carbón alemán. Un nacionalismo extremo, afín al discurso hitleriano, recorrió toda Alemania. La ocupación duró hasta agosto de 1925 y marcó la ligazón de Hitler con su socio en el putsch de noviembre: el general Erich Ludendorff, héroe de guerra y referente para los ultraderechistas. El nexo lo hizo un joven que escalaría alto en el régimen nazi, Rudolf Hess.

El 1º de mayo, Hitler fracasó en su intento de evitar el acto de la izquierda en Múnich por el Día de Trabajador, y tampoco logró armas de un grupo militar, ante el temor de que motorizara un golpe ese día. Matizó su derrota con un gran acto en el Circus Krone esa noche.

A fines de septiembre estalló la crisis que derivó en el putsch. En medio de una grave situación económica, el gobierno bávaro decidió acatar las disposiciones del Tratado de Versalles y se nombró un triunvirato encabezado por Gustav von Kahr, una virtual administración de facto que, entre otras cosas, limitó las actividades del nazismo, ya en plan golpista, en especial por la presión de las SA. Los otros triunviros eran Otto von Lossow, al frente del Ejército, y Hans von Seisser, que quedó al mando de la policía. 

En rigor, la derecha alemana tenía sus planes, y en ellos no entraban ni Hitler ni Ludendorff. La idea era promover un golpe en Berlín para tener un nuevo gobierno, del cual podría formar parte Kahr. Para Hitler se acababa el tiempo y todo se reducía a una interna de la derecha. Si no actuaba rápido, quedaría fuera del juego. Para eso necesitaba sumar regimientos del Ejército. Y tender puentes con Kahr, que se negó a una reunión el 7 de noviembre. Hitler decidió quemar las naves al día siguiente.

El lugar elegido por los conspiradores que prescindían de Hitler fue la Bürgerbräukeller, una cervecería de Múnich con capacidad para unas 3 mil personas. Los nazis tuvieron el dato y decidieron jugar fuerte. A las 8 de la noche del 8 de noviembre de 1923 comenzó el primer acto de un drama que llevaría al mundo a la hecatombe del conflicto bélico más grande de la historia. Hitler iba a dejar de ser un simple agitador. 

"La revolución alemana"

La idea de la derecha era generar una marcha sobre Berlín, al estilo de la Mussolini un año antes en Roma, para forzar la caída de la República de Weimar e instaurar una dictadura. Esa era la línea del discurso de Kahr cuando Hitler irrumpió con un grupo de hombres armados. Se subió a una silla y disparó al techo, tras lo cual anunció que estaba al frente de una revolución y que la cervecería estaba rodeada por 600 hombres. Acto seguido, anunció la destitución del gobierno bávaro.

Minutos más tarde, en una habitación contigua, el futuro Führer le dijo a Kahr, Lossow y Seisser el golpe no era contra ellos. Lo hizo acompañado por un joven llamado Herman Göring. Hitler anunció que él presidiría el nuevo gobierno con Ludendorff, mientras que los demás conjurados se repartirían el control del Ejército y la policía. Después volvió al salón, que había dejado con la amenaza de que nadie podía salir. Anunció lo acordado con Kahr y los otros, lanzó invectivas contra "el gobierno judío de Berlín" y arengó con una proclama fallida: "¡O la revolución alemana comienza esta noche o estaremos todos muertos al amanecer!" Al rato llegó Ludendorff, vestido con su uniforme imperial.

Kahr, Ludendorff y los otros líderes dieron discursos en los que anunciaron la unidad de las fuerzas de derecha, en una aceptación de los términos de Hitler. Fue el momento de apogeo para el cabo. A partir de allí, todo se desmoronó. En una reunión en otra cervecería, las SA fueron anoticiadas de lo ocurrido en la Bürgerbräukeller. Röhm y sus hombres ocuparon guarniciones militares, pero no llegaron a la central telefónica, con lo que los leales al gobierno alertaron de lo que pasaba y pidieron refuerzos.

Una cuenta de 11 millones de marcos

Hitler, enterado de que había problemas, se fue a reunir con Röhm. En su ausencia, en medio de un golpe con alto grado de improvisación, el triunvirato hizo saber al gobierno de Weimar que no se plegaba a la aventura del cabo, lo cual se difundió por radio a las tres de la mañana. Para esa hora, Múnich estaba empapelada con afiches que anunciaban a Hitler como canciller del Reich. Era la primera vez que aparecía asociado a ese cargo.

A su regreso a la cervercería, Hitler vio que no tenía apoyos. Ni siquiera había buen clima: ya se había terminado la cerveza. El dato risueño del golpe fue que, después del fracaso del putsch, el nazismo recibió una factura por 11 millones de marcos en concepto de consumiciones.

Jugado por jugado, Hitler dijo que presentaría lucha. Ludendorff propuso una movilización, quizás confiado en que habría réplicas en otras ciudades de Alemania. Dos mil hombres, casi todos armados, salieron de la cervecería al mediodía del 9 de noviembre. Hubo un choque con la policía. Murieron catorce golpistas y cuatro policías.

La crónica registra que uno de los caídos fue Erwin von Scheubner-Richter, uno de los cabecillas de la asonada. Estaba al lado de Hitler, que lamentó su muerte. O sea que el curso de la Historia habría cambiado si el balazo se desviaba unos pocos centímetros. Hitler se dislocó un hombro al caer al suelo, tal vez empujado por el cuerpo de Von Scheubner-Richter. Göring recibió un balazo en una pierna.

El golpista fracasado buscó refugio en la casa de Ernst Hanfstaengl, un enpresario que se había convertido en uno de sus primeros patrocinadores. Allí lo arrestó la policía. Había llegado a redactar una suerte de testamento político en el que ponía a su partido bajo el mando de Alfred Rosenberg, futuro jerarca del Tercer Reich. No queda claro si tuvo intenciones de suicidarse antes de ser detenido. Se lo llevaron a la prisión de Landsberg.

El juicio

En febrero de 1924 comenzó el juicio, que Hitler convirtió en una plataforma. Lo dejaron hacer su alegato, aprovechó para hacer propaganda y presionó en las sombras para no revelar el rol de Kahr, Lossow y Seisser, que se habían plegado a la conjura antes de proclamar su lealtad al gobierno legítimo y evitado el juicio. 

Hitler fue juzgado con otros seis cabecillas, entre ellos, Ludendorff y Röhm. La acusación principal fue contra el "Tambor", si bien se deslindó el cargo de alta traición. El 1º de abril de 1924, Hitler y otros tres complotados recibieron cinco años de condena y una multa de 200 francos. Ludendorff fue absuelto. Röhm recibió quince meses pero de inmediato le dieron libertad condicional. 

La presión de la derecha, sumada a la buena conducta de Hitler en prisión, hizo que recibiera la libertad condicional. Dejó la cárcel de Landsberg el 20 de diciembre de 1924, acompañado por Hess. De allí salió también un manuscrito que Hess se había encargado de mecanografiar: Mi Lucha.

En el poder

Con el correr de los años, la fecha del 8 de noviembre se volvió mitológica para el nazismo, ya que representó el primer escalón de su ascenso al poder. Hitler solía ir cada 8 de noviembre a la Bürgerbräukeller. En 1939, la visita fue especial: hacía dos meses que había estallado la Segunda Guerra Mundial (cinco años antes había consolidado su poder en la Noche de los Cuchillos Largos, con la purga de las SA y el asesinato de Röhm. Otro protagonista del putsch también fue ultimado aquel 30 de junio de 1934: Kahr). 

Cuando la jerarquía nazi se retiró del acto , estalló una bomba que dejó siete muertos y decenas de heridos. Hitler se salvó por cuestión de minutos, en un antecedente del atentado de 1944. La investigación condujo a un carpintero de 36 años, llamado Georg Elser. Confesó tras ser torturado y lo confinaron en el campo de concentración de Dachau, donde fue ejecutado el 9 de abril de 1945. Tres semanas más tarde, el hombre que había sobrevivido a la bomba en el lugar donde iniciara su escalada se suicidó en el búnker de la cancillería en una Berlín en llamas. Casi 22 años después del putsch, Hitler se pegó un balazo con la derrota a punto de consumarse y con más de 50 millones de muertos.