viernes, 1 de diciembre de 2023

Nacionalismo económico



Por Álvaro García Linera

29 de noviembre de 2023 - 15:22

 (Fuente: Télam)

Pagina/12


No se trata de un concepto extraído de los rancios archivos del populismo latinoamericano de mediados del siglo XX. "Nacionalismo económico" es el título de un amplio reporte especial de la revista The Economist de octubre del 2023, referido a la nueva tendencia económica que está desplazando al libre mercado a escala global.


Hace un año atrás, este prestigioso y conservador semanario que sirve de brújula para todos los seguidores del liberalismo económico, ya había lanzado la alerta acerca de los riesgos del “fin de la globalización” promovida por la fragmentación geopolítica de los mercados. Hoy, más a la defensiva, denuncia la “tendencia alarmante” al crecimiento de un conjunto de medidas que están adoptando los gobiernos del mundo; de una corriente de opinión empresarial y académica ascendente, favorables al proteccionismo nacional de las industrias, la aplicación de subvenciones a la actividad económica, la elevación del gasto público y la regulación de los mercados. Todo agrupado bajo la denominación de “nacionalismo económico” o “homeland economics”.


Pero no solo es el The Economist que detecta este cambio de época. Durante el último año, el influyente periódico norteamericano The New York Times ha entregado numerosos estudios y opiniones sobre el regreso de las llamadas “políticas industriales” (industrial policy), nombre con el que se denomina al conjunto de intervenciones estatales para apoyar la actividad manufacturera, por medio de exenciones tributarias, subsidios, créditos blandos, garantías públicas, contrataciones estatales y, llegado el caso, nacionalizaciones. Uno de los animadores de este debate, es el premio Nobel de Economía P. Krugman que, en apasionados artículos en defensa de las políticas de subsidios del presidente Biden, afirma sin complejos que, si ello llevara a una proliferación de nacionalismos económicos en todo el planeta, entonces, bienvenido sea ese proteccionismo. Projet Sindicate, que agrupa a más de 500 medios de comunicación del mundo y donde escriben reconocidos académicos de las más prestigiosas universidades, en los últimos meses ha recogido la intensidad del debate referido al tema. La prestigiosa universidad norteamericana Massachusetts Institute of Technology (MIT) acaba de publicar un libro referido a la historia de las “políticas industriales”, en tanto que el reconocido profesor de Harvard Dani Rodrik desde meses atrás viene recomendando cómo aplicar de manera “correcta” ese nacionalismo económico. En medio de todo ello, no es casual que haya una reanimación de los debates keynesianos y polanyianos, sino que también aparezcan nuevas ediciones de la obra clásica del proteccionismo, la del economista alemán Friedrich List (The National Sistem of Political Economic, 1841), a la que Marx le dedicó decenas de comentarios críticos en sus cuadernos de lectura de 1847.

Y es que este neoproteccionismo industrial no es solo una nueva moda académica, sino una tectónica transformación de las estructuras económicas del orden global que está en marcha debajo de nuestros pies. Veamos:

Adiós a los mercados “libres”

Un mercado global autorregulado fue la gran utopía neoliberal de las ultimas décadas. El fin de la Guerra Fría, la incorporación de China a la OMC y la expansión de cadenas de valor que integraban al mundo entero en función de la eficiencia y oportunidades, alentaron ese gran sueño. En la primigenia tensión entre la territorialidad global / territorialidad local-nacional de la mercancía (valor de cambio/valor de uso), la historia parecía inclinarse por la primera. Pero era solo una ilusión. Los mercados son incapaces de cohesionar a las sociedades, lo que a la larga lleva a la polarización política. Los mercados son incapaces de equilibrar producción con finanzas, lo que a la larga lleva a la desindustrialización de los opulentos, y a la pérdida de su liderazgo global. Esto es lo que precisamente está pasando ahora en “el llamado Occidente” y, en particular, en EE.UU.


Por ello, era previsible que EE.UU. y Europa busquen, desesperadamente, detener su ocaso imperial frente a un “asiatismo” industrioso ascendente. Ese momento ha llegado. El primer giro histórico lo lanzó EE.UU. en 2018 al embarcarse en una guerra de aranceles a las importaciones chinas, imponiéndoles el pago de hasta un 25 por ciento de impuestos sobre su valor total. En contraparte, China hizo lo mismo con las importaciones norteamericanas. Con ello, las dos más importantes potencias económicas del planeta han enterrado el libre comercio.


La Unión Europea no se ha quedado atrás. Desde enero de 2022 ha reducido su compra de gas a Rusia, de un 45 por ciento del total de su consumo a un 13 por ciento (Comisión Europea, 2023); incluyendo en este recorte la voladura del gasoducto de abastecimiento Nord Stream 2. Y esa reducción nada ha tenido que ver con las “eficiencias” del mercado, sino con motivos geopolíticos. El gas ruso, que durante décadas sostuvo energía barata de los europeos y la pujante industria alemana, costaba cerca de 6 dólares el MBTU. En 2022, tuvieron que pagar 45 dólares el MBTU a otros proveedores amigos, incluidos los EE.UU. La eficiencia de los mercados se ha arrodillado ante el “mercado de amigos”.


Junto con ello, en marzo de 2023, la UE ha aprobado una ley de “defensa comercial contra las coacciones económicas”, que permite elevar aranceles y restringir participación en licitaciones a países que realicen “presiones económicas indebidas”, es decir China. La sinfónica del siglo XXI ya no acompaña odas al libre comercio sino a la seguridad nacional.


Que luego se restrinja el ingreso a Huawei al mercado europeo, que se prohíba la venta de tierras agrícolas a chinos o que, en agosto, Biden emita órdenes ejecutivas para prohibir exportaciones e inversiones norteamericanas en China en el área de semiconductores, inteligencia artificial, etc., es la nueva realidad de los mercados subordinados a los Estados.


Este nuevo espíritu global lo cartografía perfectamente el FMI al momento de lamentar el incremento, a escala geométrica, de las restricciones al libre comercio mundial, que de 250 medidas marginales y en países marginales en 2005 han pasado a 2500 en 2022; principalmente en los países económicamente más avanzados (Globalización a tope, junio, 2023). Los litigios contra trabas comerciales por temas de seguridad nacional han pasado de 0 en 2005 a 11 en 2022 (OMC, The impac of security…, 2023).


Todo ello está provocando una reorganización geográfica de la división del trabajo o, como suele llamarse ahora, de las “cadenas de valor”. La Organización Mundial del Comercio (OMC) reporta que desde 2009 esa articulación global de los procesos productivos ya no ha continuado expandiéndose y, desde entonces, ha comenzado a retraerse paulatinamente (WTO, Global value chain…, 2022). Las palabras de moda entre los CEOs del mundo son ahora “nearshoring”, “friendshoring” o, en los clásicos eufemismos de la presidenta de la Unión Europea, Von der Leyen, “reducir riesgos”.


Guerra de subvenciones

En la última década, la estantería globalista, anteriormente ya agrietada por el progresismo latinoamericano, comienza a desmoronarse. El sagrado mandamiento de que los Estados deben ser austeros y reducir al mínino los gastos es ahora una insensatez contrafáctica. En 2008, a raíz de la crisis de las hipotecas subprime que arrastró al mundo a una crisis financiera, las economías avanzadas tuvieron que movilizar el equivalente al 1,5 de su PIB para contener la caída de las acciones bancarias y las bolsas de valores. En 2020, ante el “gran encierro” frente al covid-19, el esfuerzo fiscal extraordinario llego al 18 por ciento del PIB, inundando la sociedad de emisión monetaria para pagar salarios, solventar deudas empresariales, sostener las acciones de las empresas e implementar ayudas sociales (FMI, Monitor Fiscal, 2021. El endeudamiento público mundial, que durante los años “dorados” del neoliberalismo acató una rigurosa disciplina fiscal con una deuda pública baja, alrededor del 50 por ciento del PIB, en la última década ha saltado hasta el 80 por ciento, y en EEUU al 110 (Kansascity FED, 2023). El gasto público, que durante 30 años se mantuvo en torno al 24 por ciento respecto del PIB, en los últimos años ha saltado al 34 (Banco Mundial, 2023). El elevado endeudamiento público no es ni una pasajera enfermedad económica ni un patrimonio latinoamericano. Es la nueva normalidad global.


Y para la pesadilla de los liberales, no solo hay un nuevo Estado gastador, sino además ahora industrialista y generador de mercados. El presidente norteamericano Biden desde 2022 ha movilizado cerca de 400 mil millones de dólares para subvencionar la fabricación de autos eléctricos, tecnologías verdes y microchips en EE.UU., con tecnología de EE.UU. y trabajadores en EE.UU. (Ley IRA, Ley Chips). “Consuma americano” es el nuevo lema proteccionista. Europa no se queda atrás. Según el Observatorio económico Brugel, entre 2022 y julio de 2023, los gobiernos han tenido que subvencionar a sus ciudadanos con 651 mil millones de euros el precio final de la energía eléctrica. Para Alemania, esto ha alcanzado al 5 por ciento de su PIB anual. En el viejo lenguaje liberal, una ineficiencia pasmosa. Pero en estos tiempos, los intereses de la guerra contra Rusia están por encima de las delicatessen del mercado.


Además de todo ello, desde 2019, las subvenciones estatales a la industria de la Unión Europea, de manera directa mediante transferencias y reducciones tributarias, y de manera indirecta mediante préstamos y garantías, suman anualmente el 3,2 del PIB (OCDE, junio 2023). En casos más osados, los Estados han nacionalizado la generación de la electricidad (Francia), o la distribución del gas (Alemania). Por su parte, la India y Corea del Sur acaban de aprobar generosos incentivos estatales a la producción de determinados productos. Y en China está en marcha su plan para que en 2025 el 70 por ciento de las materias primas básicas de sus manufacturas sean nacionales (Harvard Review, otoño 2018). De menos de 34 intervenciones de “políticas industriales” en el mundo en 2010, se ha pasado a 1568 en 2022 (Juhasz, Rodrik, agosto 2023).


El orden global está cambiando rápidamente y las ideologías dominantes también. De la antigua gubernamentalidad sostenida en el libre mercado, el globalismo, el Estado mínimo y el solitario emprendedurismo, estamos transitando a una legitimidad política aun difusa, pero en la que parecen comenzar a destacar otras bases de anclaje, como el industrialismo local, la autonomía tecnológica y la competitividad en mercados segmentados (Thurbon, 2023).


Ciertamente, todo ello no impide que por acá o por allá renazca con violento furor el melancólico apego a los imaginados años gloriosos del libre comercio. Son fósiles políticos que no por ello son inofensivos y meramente carnavalescos. Estos defensores del libre mercado que, como lamenta The Economist, ahora son tratados como “una reliquia colonial” en extinción, han provocado mucho dolor social en su aventura como en Brasil, y lo seguirán haciendo, como en Argentina. Lo curioso es que Latinoamérica, que vanguardizó este regreso a políticas proteccionistas, sea también donde se engendren las versiones más pervertidas y crueles de este anacronismo liberal.


Esto no significa que próximamente se imponga el nacionalismo económico. El tiempo de incertidumbre global aún continuará por una década o más. Pero este proteccionismo que ahora comienza a expandirse es distinto al que existió en los años 40 del siglo XX. Las subvenciones estatales ya no apuntalan tanto a un Estado productor, sino a un sector privado que necesita de la protección y guía estatal para prosperar. Igualmente, la nueva “sustitución de importaciones”, que nos recuerda a la antigua consigna de la CEPAL, ahora es selectiva, en áreas estratégicas ordenadas por criterios político-militares; en tanto que el resto de las importaciones que se mantendrán buscan ser relocalizadas a otros mercados más cercanos o políticamente aliados. Pareciera ser que estamos ante el nacimiento de un nuevo modelo híbrido, anfibio, que combina proteccionismo y libre cambio, según necesidades nacionales.


Este artículo fue publicado originalmente el día 28 de noviembre de 2023 

jueves, 9 de noviembre de 2023

La catástrofe malthusiana: ¿es real el problema de la superpoblación de la Tierra?


Por Alexander Terekhin

Fuente:Sputnik

Uno de los temas más populares entre los amantes de las teorías de la conspiración es que las élites pretenden reducir la población de la Tierra porque no habrá suficientes recursos para todos. ¿Es realmente posible que en nuestro planeta no haya espacio ni recursos para todos?


Efectivamente, al ver todos los problemas de hambre y pobreza extrema en ciertas regiones del mundo, uno podría llegar a la conclusión de que el problema de la sobrepoblación es real y se avecina.
Sin embargo, para responder a la pregunta sobre la suficiencia de recursos para todos, hay que averiguar de dónde vino esta creencia —que incluso lleva el nombre de 'catástrofe malthusiana' y quién fue el creador original de esta teoría.

La catástrofe malthusiana: una idea de hace tres siglos que sigue viva

En el año 1.000 antes de Cristo la población de toda la Tierra era de unos 50 millones de personas y esta cifra crecía muy lentamente. Así, en el siglo XVII, o unos 2.600 años después, la población apenas alcanzaba los 500 millones. A modo de comparación, en todo el planeta había menos gente de la que hay ahora en la Unión Europea, que no es el lugar más poblado de la actualidad.

No obstante, con el tiempo, se hizo evidente que el crecimiento de la población fue acelerándose lentamente. Y en esa época vivía uno de los padres de una teoría que, unos siglos más tarde, se convertiría en el credo de los amantes de las teorías de conspiración.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX el científico y demógrafo inglés Thomas Robert Malthus desarrollaba su línea filosófica. Al observar un trepidante crecimiento de la población, él asemejaba los sucesos a las observaciones de biólogos.
Conejos, pájaros, lobos y osos viven en equilibrio con la naturaleza, cazan, se reproducen y se extinguen, muriendo de hambre y, a menudo, matándose entre sí; se trata de un proceso natural.
Aquí, las ideas de Malthus eran lógicas, y el concepto de "lucha por la existencia" se convirtió en el núcleo de la selección natural de la teoría de la evolución de Charles Darwin, que apareció un poco más tarde.

También proyectó este concepto a la humanidad, argumentando que las personas también viven en equilibrio con la naturaleza, lo que significa que fenómenos como la pobreza, el hambre, la guerra y la enfermedad son mecanismos naturales de autorregulación.
Este concepto llevó a la conclusión lógica de que, puesto que el número de animales en el mundo permanece más o menos estable, el número de personas también lo será y, si hay crecimiento, será muy lento.
En principio, la experiencia de generaciones confirmaba esta teoría: en la época del nacimiento de Malthus, solo vivían 800 millones de personas en toda la Tierra, y esta marca tardó miles de años en alcanzarse.
La historia antigua y la sociedad tradicional lo demostraban claramente: una tasa de natalidad bastante elevada se compensaba con una tasa de mortalidad igual de alta. Sin embargo, esta tendencia estaba cambiando y ya en aquellos tiempos era sencillamente imposible ignorarla.
Ya durante los años en que el propio Malthus vivía, la población llegó a superar los mil millones y, en teoría, esta cifra debería haberse alcanzado siglos más tarde. Ante sus ojos, en el transcurso de varias décadas, la población de Inglaterra había crecido un tercio.

¿Por qué la teoría de Malthus no se hizo realidad?

El principal problema en la trampa malthusiana es que los humanos no son animales. Los conejos no proporcionan calefacción central a sus madrigueras, los osos no van a pescar con redes y los leones, a pesar de millones de años de evolución, no empezaron a utilizar armas de fuego para cazar.
Las heladas invernales no mataban a millones de personas, los depredadores no se comían pueblos enteros y las enfermedades empezaron a perder terreno poco a poco con el desarrollo de la medicina.
Eso sí, quedaba un factor que seguía siendo relevante y al que aluden los seguidores de sus teorías al día de hoy: la escasez de recursos. En otras palabras, mientras la vida pueda ser más cómoda, seguiremos necesitando alimentos.
Sí, la producción de alimentos y el comercio se desarrollaban, pero no seguían el ritmo de la natalidad de su época. Malthus calculó que, en esas condiciones, la población crecería exponencialmente, y el crecimiento de la producción de alimentos sería lineal, o dicho de otro modo, sería mucho más lento.
Relación del crecimiento de la población a la producción de alimentos según las teorías de Robert Malthus - Sputnik Mundo, 1920, 06.11.2023
Relación del crecimiento de la población a la producción de alimentos según las teorías de Thomas Malthus
Las consecuencias serían las que se predicen actualmente: crisis económica, hambruna, disturbios, guerras por recursos, etc.

¿Habrá comida y recursos para todos?

Malthus formuló su teoría en el siglo XIX, cuando la población apenas superaba los 1.000 millones de personas. En 1930 ya éramos 2.000 millones. En 1974 la población superó los 4.000 millones, y ahora somos más de 8.000 millones.
En tal caso, ¿cómo es que no se nos acabaron los recursos? Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta que esta teoría se basa en las observaciones de una persona de principios del siglo XIX.
Thomas Malthus observaba la sociedad agraria tradicional, un paradigma social extremadamente inercial que no había cambiado en cientos de años.
El volumen de producción de diversos suministros crecía muy lentamente, crecía el desempleo y las fábricas dañaban el medio ambiente. La tasa de natalidad era muy alta, y no había recursos suficientes para todos.

Viendo las multitudes de pobres en las calles, Malthus creía que con el tiempo la situación no haría más que empeorar y todo acabaría como él predijo, solo que en lugar de muchos pequeños problemas habría algo grande y dramático.
Pero subestimó un factor de gran importancia: al permanecer en el paradigma de la era tradicional, ignoró el progreso. Con el tiempo, algunos inventos se convirtieron en una revolución industrial a gran escala, incluyendo la agricultura con sus sistemas de riego y labranza, los nuevos fertilizantes, la cría eficiente y otras soluciones que aumentaron la cantidad de alimentos.
En tiempos de Malthus toda Inglaterra apenas podía alimentar a sus 10 millones de habitantes, y ahora la pequeña y aprisionada por los mares, Holanda, alimenta a docenas o incluso cientos de millones de personas en Europa y más allá.

¿Por qué realmente se está ralentizando el crecimiento de la población?

El hecho es que este increíble crecimiento tampoco es infinito y está limitado por algo llamado transición demográfica. Este fenómeno tiene varias etapas.
Al principio, la tasa de mortalidad desciende y la de natalidad se mantiene alta, lo que provoca un fuerte aumento de la población;
Luego, con el desarrollo tecnológico disminuye la natalidad;
Al final, la mortalidad y la natalidad están casi alineadas, estabilizando la población.
La característica de la transición demográfica es que no respeta las fronteras estatales: procesos similares ocurren en todas partes.

Las amenazas de escasez y hambruna solo pueden verse ahora en algunas regiones del mundo, de donde nos llegan historias horribles sobre gente hambrienta y pobre.
Pero vale la pena considerar que hace unos 100 años esas historias podían venir no de los barrios marginales de Sudán y el Congo, sino de las calles de Londres y París.
El crecimiento demográfico alcanzó su punto álgido en el siglo pasado y ahora los índices disminuyen lentamente. Se supone que la población se estabilizará en niveles de entre 11.000 y 12.000 millones en el siglo XXII.

¿Y los recursos?

La Edad de Piedra no terminó porque nos hayamos quedado sin piedras, el mundo está abandonando la energía del carbón, aunque todavía existe gran cantidad de este mineral. El petróleo y el gas, a pesar de los temores de algunos, no se agotarán el próximo viernes, solo será más difícil su extracción.
Además, la humanidad salió al espacio y en las próximas décadas empezará por fin a explorar el sistema solar, que está lleno de recursos.
Así que la teoría de la catástrofe maltusiana, por muy impresionante que parezca, no es muy relevante.

A 100 años del fallido golpe del líder nazi El putsch de la cervecería de Múnich, la irrupción de Hitler para llegar al poder

El 8 de noviembre de 1923 Adolf Hitler copó con un grupo de hombres armados la Bürgerbräukeller. Se subió a una silla, disparó al techo y anunció que estaba al frente de una revolución. Esa conspiración fracasó pero le dio el impulso para convertirse años más tarde en canciller de Alemania.

Por Juan Pablo Csipka
Fuente:Página/12


 



El 27 de enero de 1923, en pleno invierno y bajo la nieve, un pequeño partido de extrema derecha hizo su presentación en sociedad. En Múnich, el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei llevó adelante un mitin. Apenas un puñado se reunió para el acto, en el que habló el líder del partido, un cabo veterano de la Primera Guerra, de 33 años. Una foto lo muestra, sombrero en mano, como si su alocución fuera ante una multitud. Se lo ve como si gritara, y atrás suyo apenas se distingue a nueve personas. Diez años y tres días más tarde, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán llegaría al poder con el nombramiento del cabo como canciller. En ese 1923 de la aparición del nazismo, Adolf Hitler trató de hacerse del poder a través de un golpe de Estado.

El cabo informante

La derrota alemana en la Primera Guerra cambió el mapa de Europa: cayó la monarquía y comenzó un sistema republicano. Al socio alemán en la Gran Guerra le fue peor: el Imperio Austro-Húngaro directamente se desmembró. Encima, la Revolución Rusa presagiaba una oleada roja. Para un soldado nacionalista como Hitler era demasiado. Ya destacaba por sus ideas de derecha y un antisemitismo indisimulable cuando fue convocado al Departamento de Información, el área de Inteligencia del Ejército, al mando del capitán Karl Mayr. Para fines de mayo de 1919, el nombre de Hitler figuraba en una lista de informantes.

Un grupo de potenciales colaboradores del Departamento fue enviado a la Universidad de Múnich para cursos sobre historia de Alemania y política. El profesor Karl Alexander von Müller informó a Mayr de las dotes retóricas de uno de los alumnos en una discusión en la que el estudiante defenestraba a los judíos. Más tarde, Hitler fue enviado a un curso en Lechfeld, donde sus diatribas antisemitas fueron notoriamente furiosas.

Los oficiales al mando de Mayr debían concurrir a actos políticos e informar a la superioridad. El 12 de septiembre de 1919, el cabo Hitler se apersonó en una reunión del Partido de los Trabajadores Alemanes, en Múnich. Era un grupúsculo de ultraderecha y Hitler no dudó en intervenir en la discusión, lo que llamó la atención del líder partidario, Anton Drexler. A fin de mes, ya era el afiliado 555 del partido, aunque más tarde diría que su número de carnet era el 7.

"Tambor"

El histrionismo de Hitler, patente en los discursos filmados durante su régimen totalitario, se vio por primera vez en los actos de la extrema derecha. Sus alocuciones se volvieron el plato fuerte de los encuentros, no tanto por lo que decía, sino por cómo lo decía. Así fue como, con el correr de los meses, y mientras informaba a Mayr, comenzó a disputar el liderazgo de Drexler. Para entonces empezó a tomar forma un concepto esgrimido por el pastor liberal Friedrich Naumann a fines del siglo XIX: el nacionalsocialismo, opuesto al internacionalismo marxista. La ciudad de Trautenau (en la actual República Checa) fue la cuna del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores, que se terminaría fusionando con el Partido de los Trabajadores Alemanes para, bajo el liderazgo de Hitler, dar origen al Partido Nazi.

Los actos del primigenio nazismo reunieron cada vez más gente con el correr de los meses, con un Hitler convertido en figura principal y proclamando que el verdadero socialismo era antisemita. La derecha extrema estaba horrorizada por la deriva tras la derrota en la guerra, con la economía alemana devastada por la hiperinflación y las condiciones impuestas por el Tratado de Versalles. A eso se sumaba el desprecio que les inspiraba la socialdemocracia al frente de la República de Weimar. Más su terror al comunismo, con la breve experiencia de la República Soviética de Baviera en abril de 1919. La capital de Baviera es Múnich, la cuna del

Hitler y su grupo fueron ajenos a un intento de golpe de Estado liderado por Wolfgang Kapp en marzo de 1920. Sin embargo, el futuro dictador fue enviado por Mayr para informar al golpista sobre la situación en Baviera. A fines de ese mes, Hitler dejó de reportar al Departamento de Información.

El 3 de febrero de 1921, el nazismo alquiló la sala del Circus Krone, una de las más grandes de Múnich. Fue el salto de popularidad para Hitler, que habló ante una multitud más grande que la que reunía en cervecerías. Ese año se iniciaron gestiones para una fusión con el Partido Socialista de Alemania, también de extrema derecha. La interna de esos meses llevó a Hitler a renunciar al Partido de los Trabajadores Alemanes, lo cual era un duro golpe para esa fuerza. Lo convencieron de volver a cambio del poder absoluto, que derivó en la reforma del estatuto del flamante Partido Nazi, que convirtió a Hitler en un líder dictatorial.

Para entonces, Hitler se definía como un agitador y se hizo conocido por el apodo de “Tambor” (El tambor de hojalata, de Günter Grass, acaso la gran novela alemana de posguerra, juega en su título con esa idea), al tiempo que conseguía la formación de un brazo armado, lo que serían las SA, al mando de Ernst Röhm. Las SA aparecieron por primera vez en un acto en agosto de 1922, en el que Hitler denunció al “bolchevismo judío” y se convirtieron en una fuerza de choque. En octubre, Hitler quedó impresionado por la Marcha sobre Roma de Benito Mussolini.





Preparativos de un golpe

A comienzos de 1923 se produjo la crisis del Ruhr, un hecho clave de la primera posguerra, que llevó a que Hitler frenara sus andanadas contra el gobierno central. Alemania se retrasó en el pago de las indemnizaciones de guerra. Entonces, Francia y Bélgica ocuparon la región del Ruhr para garantizar la provisión de carbón alemán. Un nacionalismo extremo, afín al discurso hitleriano, recorrió toda Alemania. La ocupación duró hasta agosto de 1925 y marcó la ligazón de Hitler con su socio en el putsch de noviembre: el general Erich Ludendorff, héroe de guerra y referente para los ultraderechistas. El nexo lo hizo un joven que escalaría alto en el régimen nazi, Rudolf Hess.

El 1º de mayo, Hitler fracasó en su intento de evitar el acto de la izquierda en Múnich por el Día de Trabajador, y tampoco logró armas de un grupo militar, ante el temor de que motorizara un golpe ese día. Matizó su derrota con un gran acto en el Circus Krone esa noche.

A fines de septiembre estalló la crisis que derivó en el putsch. En medio de una grave situación económica, el gobierno bávaro decidió acatar las disposiciones del Tratado de Versalles y se nombró un triunvirato encabezado por Gustav von Kahr, una virtual administración de facto que, entre otras cosas, limitó las actividades del nazismo, ya en plan golpista, en especial por la presión de las SA. Los otros triunviros eran Otto von Lossow, al frente del Ejército, y Hans von Seisser, que quedó al mando de la policía. 

En rigor, la derecha alemana tenía sus planes, y en ellos no entraban ni Hitler ni Ludendorff. La idea era promover un golpe en Berlín para tener un nuevo gobierno, del cual podría formar parte Kahr. Para Hitler se acababa el tiempo y todo se reducía a una interna de la derecha. Si no actuaba rápido, quedaría fuera del juego. Para eso necesitaba sumar regimientos del Ejército. Y tender puentes con Kahr, que se negó a una reunión el 7 de noviembre. Hitler decidió quemar las naves al día siguiente.

El lugar elegido por los conspiradores que prescindían de Hitler fue la Bürgerbräukeller, una cervecería de Múnich con capacidad para unas 3 mil personas. Los nazis tuvieron el dato y decidieron jugar fuerte. A las 8 de la noche del 8 de noviembre de 1923 comenzó el primer acto de un drama que llevaría al mundo a la hecatombe del conflicto bélico más grande de la historia. Hitler iba a dejar de ser un simple agitador. 

"La revolución alemana"

La idea de la derecha era generar una marcha sobre Berlín, al estilo de la Mussolini un año antes en Roma, para forzar la caída de la República de Weimar e instaurar una dictadura. Esa era la línea del discurso de Kahr cuando Hitler irrumpió con un grupo de hombres armados. Se subió a una silla y disparó al techo, tras lo cual anunció que estaba al frente de una revolución y que la cervecería estaba rodeada por 600 hombres. Acto seguido, anunció la destitución del gobierno bávaro.

Minutos más tarde, en una habitación contigua, el futuro Führer le dijo a Kahr, Lossow y Seisser el golpe no era contra ellos. Lo hizo acompañado por un joven llamado Herman Göring. Hitler anunció que él presidiría el nuevo gobierno con Ludendorff, mientras que los demás conjurados se repartirían el control del Ejército y la policía. Después volvió al salón, que había dejado con la amenaza de que nadie podía salir. Anunció lo acordado con Kahr y los otros, lanzó invectivas contra "el gobierno judío de Berlín" y arengó con una proclama fallida: "¡O la revolución alemana comienza esta noche o estaremos todos muertos al amanecer!" Al rato llegó Ludendorff, vestido con su uniforme imperial.

Kahr, Ludendorff y los otros líderes dieron discursos en los que anunciaron la unidad de las fuerzas de derecha, en una aceptación de los términos de Hitler. Fue el momento de apogeo para el cabo. A partir de allí, todo se desmoronó. En una reunión en otra cervecería, las SA fueron anoticiadas de lo ocurrido en la Bürgerbräukeller. Röhm y sus hombres ocuparon guarniciones militares, pero no llegaron a la central telefónica, con lo que los leales al gobierno alertaron de lo que pasaba y pidieron refuerzos.

Una cuenta de 11 millones de marcos

Hitler, enterado de que había problemas, se fue a reunir con Röhm. En su ausencia, en medio de un golpe con alto grado de improvisación, el triunvirato hizo saber al gobierno de Weimar que no se plegaba a la aventura del cabo, lo cual se difundió por radio a las tres de la mañana. Para esa hora, Múnich estaba empapelada con afiches que anunciaban a Hitler como canciller del Reich. Era la primera vez que aparecía asociado a ese cargo.

A su regreso a la cervercería, Hitler vio que no tenía apoyos. Ni siquiera había buen clima: ya se había terminado la cerveza. El dato risueño del golpe fue que, después del fracaso del putsch, el nazismo recibió una factura por 11 millones de marcos en concepto de consumiciones.

Jugado por jugado, Hitler dijo que presentaría lucha. Ludendorff propuso una movilización, quizás confiado en que habría réplicas en otras ciudades de Alemania. Dos mil hombres, casi todos armados, salieron de la cervecería al mediodía del 9 de noviembre. Hubo un choque con la policía. Murieron catorce golpistas y cuatro policías.

La crónica registra que uno de los caídos fue Erwin von Scheubner-Richter, uno de los cabecillas de la asonada. Estaba al lado de Hitler, que lamentó su muerte. O sea que el curso de la Historia habría cambiado si el balazo se desviaba unos pocos centímetros. Hitler se dislocó un hombro al caer al suelo, tal vez empujado por el cuerpo de Von Scheubner-Richter. Göring recibió un balazo en una pierna.

El golpista fracasado buscó refugio en la casa de Ernst Hanfstaengl, un enpresario que se había convertido en uno de sus primeros patrocinadores. Allí lo arrestó la policía. Había llegado a redactar una suerte de testamento político en el que ponía a su partido bajo el mando de Alfred Rosenberg, futuro jerarca del Tercer Reich. No queda claro si tuvo intenciones de suicidarse antes de ser detenido. Se lo llevaron a la prisión de Landsberg.

El juicio

En febrero de 1924 comenzó el juicio, que Hitler convirtió en una plataforma. Lo dejaron hacer su alegato, aprovechó para hacer propaganda y presionó en las sombras para no revelar el rol de Kahr, Lossow y Seisser, que se habían plegado a la conjura antes de proclamar su lealtad al gobierno legítimo y evitado el juicio. 

Hitler fue juzgado con otros seis cabecillas, entre ellos, Ludendorff y Röhm. La acusación principal fue contra el "Tambor", si bien se deslindó el cargo de alta traición. El 1º de abril de 1924, Hitler y otros tres complotados recibieron cinco años de condena y una multa de 200 francos. Ludendorff fue absuelto. Röhm recibió quince meses pero de inmediato le dieron libertad condicional. 

La presión de la derecha, sumada a la buena conducta de Hitler en prisión, hizo que recibiera la libertad condicional. Dejó la cárcel de Landsberg el 20 de diciembre de 1924, acompañado por Hess. De allí salió también un manuscrito que Hess se había encargado de mecanografiar: Mi Lucha.

En el poder

Con el correr de los años, la fecha del 8 de noviembre se volvió mitológica para el nazismo, ya que representó el primer escalón de su ascenso al poder. Hitler solía ir cada 8 de noviembre a la Bürgerbräukeller. En 1939, la visita fue especial: hacía dos meses que había estallado la Segunda Guerra Mundial (cinco años antes había consolidado su poder en la Noche de los Cuchillos Largos, con la purga de las SA y el asesinato de Röhm. Otro protagonista del putsch también fue ultimado aquel 30 de junio de 1934: Kahr). 

Cuando la jerarquía nazi se retiró del acto , estalló una bomba que dejó siete muertos y decenas de heridos. Hitler se salvó por cuestión de minutos, en un antecedente del atentado de 1944. La investigación condujo a un carpintero de 36 años, llamado Georg Elser. Confesó tras ser torturado y lo confinaron en el campo de concentración de Dachau, donde fue ejecutado el 9 de abril de 1945. Tres semanas más tarde, el hombre que había sobrevivido a la bomba en el lugar donde iniciara su escalada se suicidó en el búnker de la cancillería en una Berlín en llamas. Casi 22 años después del putsch, Hitler se pegó un balazo con la derrota a punto de consumarse y con más de 50 millones de muertos. 



martes, 5 de septiembre de 2023

El fenómeno de la nueva derecha

 

Fuente Página/12

Por Horacio Bernades

El historiador Enzo Traverso analiza las particularidades del posfascismo


Las distancias entre Trump y Marine Le Pen, entre Bolsonaro y el partido Vox español. Y la línea histórica que los une. Qué es el posfascismo y cómo se ubica en la era de la globalización y el neoliberalismo.


Hablar con Enzo Traverso no es difícil, por varias razones. Es la clase de pensador que lo hace en voz alta y nunca de forma excluyente. No monologa, dialoga. Tras décadas de trabajar como docente, su pensamiento es claro y didáctico, siempre a la altura del oyente. Tiene otra virtud menor, pero importante: habla un castellano perfecto. Algo que se niega a aceptar y, por lo tanto, a contar los orígenes de tan asombrosa pericia.

En plena eclosión de derechas de distinto pelaje en el mundo entero, la editorial Siglo XXI reedita con gran sentido de la oportunidad Las nuevas caras de la derecha, que tres años atrás conoció una primera edición. Provisto de un nuevo prefacio, en el que el autor se pregunta por los cambios que el coronavirus puede traer a nivel social y cultural, en Las nuevas caras de la derecha, tal como el título indica, Traverso establece distancias entre Trump y Marine Le Pen, y entre Bolsonaro y el partido Vox español. Pero traza a la vez la línea histórica, remontándose hasta el surgimiento del fascismo clásico y estableciendo una diferencia que considera esencial: la que va del neofascismo de tiempos de posguerra, todavía ligado de forma estrecha a aquél, al posfascismo, que es el que impera actualmente y una de cuyas ambiciones es ver diluidos todos los lazos con aquellos movimientos fundacionales de un siglo atrás.

--En su libro hace una diferenciación entre los neofascismos y los posfascismos, términos que en ocasiones se confunden.

--Los neofascistas son herederos del fascismo clásico y se reclaman herederos de esta tradición. No intentan esconder nada. Estos neofascismos existen en casi todas partes del mundo. Pero son movimientos minoritarios, no son el corazón de esta nueva ola de derecha radical, de extrema derecha, que atravesamos actualmente, y que es un fenómeno global, que encontramos representado tanto por los seguidores de Trump que intentaron tomar el Capitolio como por líderes políticos, como Mateo Salvini en Italia, Víctor Orban en Hungría o por Narendra Modi en la India.

--En Argentina tenemos uno nuevo, Javier Milei, una especie de clon de Trump.

--El fenómeno se extiende. Es una ola muy significativa de nuevas fuerzas, que no tienen problema en definirse como de derecha radical, pero que no tienen ese lazo genético con el fascismo clásico. No admiten su herencia con respecto a esa ideología, e incluso pueden llegar a reaccionar airadamente si se los trata de tales. Es un fenómeno nuevo, que es necesario identificar y eventualmente diferenciar. De ahí la idea de posfascismo, un conjunto de tendencias en buena medida sucesoras del fascismo clásico, pero no exactamente una continuidad directa. Ojo que la necesidad de diferenciar no implica establecer jerarquías, como si el posfascismo fuera menos peligroso que el neofascismo. No. Sólo se trata de comprender las diferencias, para poder identificarlos con claridad.

--¿Esto “nuevo” no es en verdad una simple argucia política por parte de algunos políticos neofascistas, que en determinado comprendieron que para ganar votantes había que aggiornarse?

--En algunos casos hay seguramente un cálculo político, consistente en una operación de maquillaje. Pero no creo que esa sea la explicación, y el ejemplo del Frente Nacional en Francia es significativo. Yo creo que Marine Le Pen rompió con su padre Jacques, que reivindicaba el régimen de Vichy o la guerra colonial de Argelia, porque era contemporáneo a ellos y los sentía como propios. Pero su hija pertenece a otra generación, tiene otra distancia con respecto a eso. De esa distancia deriva otro planteamiento ideológico y político, y no creo que eso pueda explicarse simplemente en términos de cálculo político. Creo que hay una transición que es real. Repito, no para subrayar que Marine Le Pen es mejor o más aceptable que su padre, sino para señalar que es algo diferente, representa un movimiento político nuevo, y ese fenómeno es la derecha radical. Otra cosa: Jacques Le Pen era antidemocrático, y su hija se define como republicana.

--Bueno, si es por eso acá tenemos cada “republicano”...

--Lo que quiero decir es que estas nuevas derechas radicales no quieren destruir las instituciones democráticas. Quieren conquistar el poder desde adentro del sistema, para cambiarlo después, pero sin la dimensión subversiva que caracterizaba a los fascismos clásicos. De todos modos, recordemos que tanto Hitler como Mussolini no llegaron al poder por golpes militares, sino sobre la base de mecanismos institucionales preestablecidos. En este punto hay algo muy importante para destacar: estos posfascismos son un fenómeno de transición. No son lo mismo que el fascismo, pero tampoco es que no compartan con el fascismo determinados valores. Eventualmente, esas diferencias podrían diluirse.

--¿Cuáles son esas continuidades históricas? ¿Una es el racismo?

--El fascismo se sostiene sobre un elemento esencial, constitutivo. La idea de crear una nación homogénea en el sentido político, ideológico, pero sobre todo sobre bases étnicas y raciales. Esa idea implica necesariamente la búsqueda de un chivo expiatorio. Para definir la comunidad nacional de esa manera hay que establecer un enemigo, que amenaza su existencia. Lo que varía, del fascismo clásico al posfascismo, es la identidad del chivo expiatorio. El fascismo clásico tenía dos enemigos: el judío y el comunismo, que eventualmente se fusionaban en uno: el judeo-comunismo, todo un fantasma fascista. Lo mismo los anarquistas, los sindicatos, etc.

--¿Cuáles son los chivos expiatorios del posfascismo?

--El lugar que antes ocupaba el antisemitismo ahora pasa a ser ocupado por el odio al expatriado, el refugiado, el musulmán. Del antisemitismo se pasa a la islamofobia. El terrorista musulmán, la invasión islámica, una incompatibilidad general entre la civilización judeocristiana y la musulmana.

--Hay un tema en apariencia paradójico, que es que las ultraderechas parecerían carecer de un plan económico propio, por lo cual terminan asumiendo el del neoliberalismo.

--La utraderecha contemporánea es una constelación política e ideológica, y el tema económico no es igual en todos los casos. Tomemos el caso de Bolsonaro. Su relación con el neoliberalismo es evidente, y su relación con el fascismo también, en tanto reivindica la dictadura militar brasileña, y en lo cultural está en contra de todos los movimientos de inclusión, las políticas de género, etc. Lo mismo sucede con Vox en España, que practica una política de acomodamiento político: reivindica el franquismo pero también el neoliberalismo, cuando la política económica franquista se parecía más a la de Mussolini.

--¿Y qué pasa en el resto de Europa?

--Si hablamos del Frente Nacional en Francia, de las movidas posfascistas en Italia o Alemania, yo sería un poco más reservado en cuanto a su relación con el neoliberalismo. Es más, creo que uno de los elementos que más explican la popularización del posfascismo es su oposición al neoliberalismo. Tal como lo desarrolla Pablo Stefanoni en la libro ¿La rebelión se volvió de derecha? (Siglo XXI, 2021), los movimientos de la derecha radical están siendo capaces de representar, de hegemonizar, de canalizar una revuelta, un malestar y tal vez una resistencia al neoliberalismo.

--¿Y Trump?

--Algo muy semejante. Trump pudo ganar los votos de capas populares muy duramente golpeadas por el neoliberalismo, como los de los operarios que asistieron al cierre de sus fábricas o los pobladores del Rust Belt del Oeste Medio. Por supuesto que las alternativas que todos estos movimientos proponen es una alternativa regresiva, reaccionaria, no es una superadora del neoliberalismo. El neoliberalismo es la globalización, ellos quieren volver a las soberanías nacionales. El neoliberalismo es el imperio del cosmopolitismo cultural; ellos quieren volver a las raíces culturales, las identidades nacionales tradicionales. El neoliberalismo es el mercado, y los posfacistas quieren volver a políticas económicas proteccionistas. Esa es también la política de Trump en Estados Unidos.

--Estuvimos hablando de derechas de todos los pelajes. ¿Qué pasa con la izquierda?

--Esa es una de las claves que explican el ascenso de la derecha radical: la derrota de la izquierda, o la incapacidad de la izquierda para ofrecer una alterativa creíble al neoliberalismo. Éste es un diagnóstico histórico. Con la caída del Muro, el comunismo desapareció y falleció, y la socialdemocracia se transformó en un componente más de la sociedad liberal. Hoy la socialdemocracia es un componente del capitalismo. Si se piensa en un político socialdemócrata, el primero que viene a la cabeza es Tony Blair. O Bill Clinton.

--¿Qué futuro tiene esta neoderecha?

--Es un tema que está por verse. Las capas dominantes, las élites económicas, financieras, no eligieron a los políticos de extrema derecha como sus representantes. Para nada. Los representantes del neoliberalismo son la Unión Europea, la Comisión Europea, Angela Merkel en Alemania y ahora su sucesor socialdemócrata, Draghi en Italia (que fue un banquero, viene del Banco Central Europeo), Macron (otro banquero), etcétera, etcétera. En Estados Unidos Donald Trump jamás fue el candidato de Wall Street. La candidata fue Hillary Clinton primero, Joe Biden ahora. Las élites económicas se acomodan a lo que sea, a cualquier régimen político. Siempre que ese régimen defienda sus propios intereses, claro.

--Ahora sí estamos hablando del verdadero poder, ¿no?

--Claro. Antes hablamos del racismo de la ultraderecha. Pero hay otro racismo, más solapado, que es el del neoliberalismo. ¿Cómo se manifiesta ese racismo? Mediante una división del trabajo a nivel global, en la cual hay multinacionales desterritorializadas que producen provechos gigantescos, explotando la mano de obra, la fuerza de trabajo de los países del sur. Ése es el racismo del neoliberalismo. Pero si te vas a California, a una factoría de Amazon o a las centrales de Apple, Microsoft o la megacorporación que sea, vas a encontrar pakistaníes, indios, africanos, latinoamericano, europeos de países pobres. Para las multinacionales, que sean blancos, negros, asiáticos, heterosexuales u homosexuales, no es un problema. El problema es para los ultraderechistas, que con suerte podrían llegar a construir alguna clase de poder cultural o ideológico. Pero para los que mandan en serio, para nada.

--¿Qué poder tienen estas nuevas derechas, tan ruidosas, frente al poder multinacional del capitalismo?

--Si algún partido de derecha radical llegara al gobierno, se vería obligado a aceptar un compromiso con el neoliberalismo. Y allí, ¿cuánto quedaría de su discurso presuntamente subversivo? Es difícil que el grupo ultraderechista Alternativa para Alemania llegue al gobierno, pero suponte que lo logren. Matteo Salvini llegó al cargo de primer ministro en Italia. Marine Le Pen podría ser presidente en Francia. Orban lo es en Hungría. Vox está muy lejos de serlo. Modi lo es en la Idia. ¿Qué van a hacer? ¿Van a establecer un régimen de autarquía económica, van a romper con la Unión Europea? ¿Van a abolir el euro, volver al franco y a la lira? Si hasta Alemania y Rusia dependen mutuamente del gas que Rusia le manda a Alemania, como quedó claro en estos días con el conflicto desatado por la guerra con Ucrania.

Lo que sucedería, si algunos de esos partidos llegan al poder, es que van a establecer políticas mucho más autoritarias, xenófobas o racistas (no hay duda de eso). Pero el neoliberalismo tiene una fuerza tan grande, que es más que todo. El neoliberalismo se acomoda a Xi Jinping, a Bolsonaro, a la socialdemocracia europea, a lo que sea. El neoliberalismo se ha mostrado capaz de asimilar todo, y no hay nada que demuestre que en el futuro pueda dejar de hacerlo. El capitalismo se acomoda a todo, eso es lo que la historia enseña.

--Para seguir conjeturando, ¿qué pasaría en Europa si Le Pen, Salvini, Orban y por qué no el mercurial Boris Johnson fueran jefes de estado en forma simultánea? ¿Podría constituirse un bloque político?

--Habría una Unión Europea de signo distinto de la que hay ahora. No respetuosa de los modos de convivencia de la democracia liberal, sino animada por una voluntad de poder de carácter derechista. La democracia liberal es el sistema hegemónico en la Europa actual, hasta ahora nadie propuso otro sistema. Pero si se produce un “emblocamiento” como el que menciona, y si a eso le sumamos un eventual regreso de Trump, ¿seguirá siendo ésa la base de la convivencia política entre las naciones? ¿O puede producirse un completo cambio de paradigma?

--Pasemos otra vez del otro lado. ¿Qué hace la izquierda frente a este crecimiento? ¿Tiene fuerza y decisión política, posee lo que Nietzche llamaba “voluntad de poder? ¿O atraviesa una fase de debilidad, que lleva ya largas décadas?

--En la última década aparecieron fenómenos de resistencia importantes. Syriza, que tomó el gobierno en Grecia e intentó rebelarse frente al FMI, con las consecuencias conocidas. Los comienzos de Podemos en España. Corbin en Gran Bretaña. América Latina surgió en un momento como el territorio que podía desafiar al neoliberalismo Todos movimientos de resistencia. Y eso para mencionar sólo las manifestaciones más institucionales, de política partidista, sin tomar en cuenta la salida a la calle de grandes masas. Argentina en la crisis de 2001, las rebeliones de Wall Street en 2008, el #MeToo en el mundo entero, el Black Lives Matters, las oposiciones masivas a las reuniones del G-10, la salida a la calle de los estudiantes chilenos en 2011 y los brasileños en 2015, ustedes aquí y Colombia más recientemente, en defensa de la escuela pública.

--La masa crítica está. Lo que falta es unificar los reclamos..

--¡Ah! Esa es la cuestión. ¿Estamos todos en favor de lo mismo? El Black Lives Matters, sin duda. El #MeToo y el feminismo sin duda. La defensa ambiental, sin duda. ¿Y de ahí en más, qué? ¿Un capitalismo social, al estilo nórdico si se quiere, un capitalismo con un mayor peso del Estado? ¿O queremos avanzar hacia el socialismo? ¿Cómo se plantea ese avance, quién lo plantea? ¿Boric? Tal vez, pero todavía ni asumió. ¡Y todavía no hemos hablado de los otros dos poderes, Rusia y China, que están empezando a mostrar los dientes!

--Lo dejamos para la próxima.

¿Por qué Enzo Traverso?

Uno de los más destacados historiadores de las ideas del siglo XX, tras graduarse en la Universidad de Génova, el italiano Enzo Traverso actualmente enseña en la Cornell University de Ithaca, en Estados Unidos. Entre sus libros se destacan La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectualesEl totalitarsimoLa historia como campo de batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. Trotskista en su juventud, Traverso abordó en forma más reciente la historia y el papel de los intelectuales, tanto en Melancolía de izquierda como en ¿Qué fue de los intelectuales? (ambos editados por Siglo XXI). En ambos textos, de amplia difusión, Traverso sostiene que el capitalismo no es el único sistema político posible, replanteándose la posibilidad, e incluso la necesidad, de un regreso de la izquierda.