miércoles, 31 de octubre de 2012

Plan Fénix: La cuestión inflacionaria en la Argentina Un problema que debe encararse en el marco de la política de desarrollo







Introducción

La crisis desatada a fines de 2001 representó el fin del ciclo de la Convertibilidad. Un período que representó un enorme retroceso, tanto en las condiciones de vida de gran parte de la población argentina como en el desarrollo productivo. La drástica caída verificada en el empleo industrial y la persistencia –durante casi una década– de una tasa de desempleo abierto de dos dígitos fueron dos de sus heridas más dolorosas. Parte del costo de un esquema económico que tuvo como eje el control de la inflación y la irrestricta liberación de los mercados, mientras se proclamaba que “sobraba un tercio de argentinos”.

A un costo social sin precedentes, la Argentina se liberó de un gravoso cepo intelectual, al que estuvo sometida desde largo tiempo atrás (en especial, tras la hiperinflación de 1989-90). Se crearon así las condiciones para adoptar un régimen de política económica que apuntara al crecimiento y a la inclusión social.

Este nuevo patrón se encuentra todavía en vías de consolidación y demanda definiciones acerca del perfil productivo a adoptar hacia adelante. En algunas áreas    –como es el caso del transporte– aún se observa, además, una ausencia notoria de nuevas políticas. Asimismo, superada la instancia más crítica de inicios de la pasada década, existen todavía muchas demandas sociales pendientes, tales como la provisión de soluciones habitacionales suficientes y la formalización de un amplio estrato de trabajadores en la “economía negra”.

Ello no quita la importancia que han tenido diversas reformas que, claramente, han apuntado a políticas públicas nuevas y muy eficaces para responder a las necesidades de las mayorías. Nos referimos aquí, entre otras, a la renegociación de la deuda externa; a las transferencias sociales masivas de impacto redistributivo; a la supresión del inviable y costoso régimen previsional privado, reemplazado por una política inclusiva y solidaria; a la modificación de normas monetarias y cambiarias heredadas de la Convertibilidad; al impulso a la educación y al desarrollo científico y tecnológico; a la jerarquización de las inversiones públicas; y al activismo que el Estado está mostrando en el plano energético.

Si bien los datos estadísticos disponibles señalan cambios positivos en la distribución del ingreso, a la par de un crecimiento significativo en la actividad productiva, este nuevo patrón en proceso de definición presenta dificultades. Entre ellas, un proceso inflacionario que se ha iniciado un quinquenio atrás y que, si bien muestra un ritmo administrable, alcanza hoy índices superiores a los deseables.

Además de los conocidos impactos que todo proceso de este tipo tiene sobre los perceptores de ingresos fijos –como es principalmente el caso de los trabajadores asalariados– la inflación estrecha el horizonte de decisión de las personas y empresas, desestimulando la toma de riesgos a plazos largos. Asimismo, existen concretas preocupaciones por el retraso que la inflación  tiende a generar en el tipo de cambio real y en los niveles reales de tarifas de servicios públicos. Las razones precedentes conducen a reconocer la importancia de esta cuestión.

Por cierto, los distintos procesos inflacionarios de la Argentina obedecieron en el último siglo a causas diversas y su magnitud alcanzó niveles muy disímiles. La decisión del Plan Fénix de tomar posición –una vez más– acerca de este tema[1] obedece a que, por la magnitud adquirida los últimos años, la inflación ha vuelto a instalarse como una cuestión central entre las preocupaciones sociales y exige la adopción de políticas eficaces para su morigeración y control. Nuestra historia enseña, sin embargo, que de la mano de argumentos antiinflacionarios se han gestado en el pasado planes de ajuste que implicaron graves retrocesos productivos y sociales, con serias consecuencias ulteriores en el terreno político-institucional. Es imperativo entonces que esto no ocurra, para beneficio de la expansión productiva en curso, de los sectores sociales más vulnerables y del proceso de afianzamiento y extensión de nuestra democracia.


El ritmo actual del fenómeno inflacionario

Cualquier esfuerzo que procure reducir la inflación debe comenzar por cuantificar su magnitud, determinar sus causas, evaluar los resultados negativos producidos en el pasado como consecuencia de la aplicación de políticas antiinflacionarias de matriz ortodoxa y, finalmente, proponer una estrategia alternativa.

No es fácil determinar cuál ha sido el ritmo real de incremento de precios que ha tenido lugar en la Argentina durante los últimos años. Las cifras que ofrece el INDEC[2] han perdido credibilidad, las provinciales no cubren un territorio de suficiente significación y las que publican las consultoras privadas exageran, en general, las tasas de inflación reales (además de aplicar en algunos casos metodologías inaceptables, de poca seriedad). De acuerdo a la evolución del índice de precios implícitos del PBI, la inflación actual se ubicaría en el entorno del 20% anual, en tanto que el promedio del incremento de precios, según siete institutos provinciales de estadísticas, resulta aproximadamente del 23%. Ambos valores se hallan muy lejos de los que estima el INDEC –y, también, bastante por debajo de muchas “estimaciones” irresponsablemente difundidas por medios masivos de comunicación– y justifican la actual preocupación. Va de suyo que esta situación debe ser corregida, sin más dilaciones.


Causas

Para comprender la especificidad del fenómeno es preciso analizar sus causas y sus mecanismos de propagación. El análisis económico tradicional suele distinguir tres clases de inflación: de demanda, originada por un exceso de la demanda global respecto de la oferta global de productos y servicios; de costos, usualmente derivada del aumento de la tasa de salarios e insumos a un ritmo mayor que la productividad del trabajo asalariado; y la estructural, causada por el cambio de los precios relativos en sectores con inflexibilidad a la baja de los precios monetarios. Más allá de este análisis tradicional y avanzando en el tema, podría afirmarse que el fenómeno primario tiene origen en una inflación de carácter “estructural”, que presenta como mecanismos de propagación a la inflación “de costos” y también a la “de demanda”.

Las presiones inflacionarias se deben a problemas de la estructura del sistema económico argentino. Entre ellos: a) el incremento de los precios relativos de alimentos, energía y otros insumos en el mercado mundial, que tiene impacto sobre el nivel de precios internos y se traslada fuertemente al consumo de los sectores más carenciados; b) las deficiencias en la tasa de formación de capital, así como en su asignación; y c) las serias inequidades persistentes en el sistema tributario. Si estas fallas estructurales no se corrigen resulta imposible atenuar el proceso inflacionario, por más “ajustes” que se intenten, debido a la multiplicidad de causas que operan de modo simultáneo.

Si bien los cambios positivos en la distribución del ingreso no son necesariamente inflacionarios, la puja distributiva tiende a provocar el incremento en los precios. Sobre todo cuando los empresarios, en particular los formadores de precios, reajustan sus márgenes de ganancia. Esto, en especial, que sucede con frecuencia, tiene un fuerte impacto sobre el resto de la economía, en los sectores en los que predominan los comportamientos oligopólicos (en mercados dominados por unas pocas empresas, no sujetas a competencia relevante alguna); al respecto, es menester recordar el elevado nivel de concentración que presenta hoy día la economía argentina, donde las ventas de las primeras 1000 empresas representan más del 70% del Producto Interno Bruto. En este sentido, las expectativas de incremento de precios –fuertemente exacerbadas por la experiencia económica histórica del país– generan un comportamiento “cultural” inflacionario que opera como crucial mecanismo de propagación y acaba suscitando “profecías autocumplidas”.

Al respecto, importa subrayar que el ritmo actual de crecimiento de los precios dista de encontrarse en un nivel de “espiralización”; vale decir, de  incrementos cada vez más fuertes, resultantes de las expectativas a futuro acerca de su trayectoria. Este fenómeno fue fundamental en el período de muy alta inflación que sufrió la Argentina entre 1975 y 1990. De hecho, el temor a la “espiralización” es lo que, por lo general, incentiva la adopción de políticas antiinflacionarias en todos los países. Esto, dicho sea de paso, desmiente los toscos diagnósticos monetaristas que atribuyen el crecimiento de los precios, en exclusividad, a la emisión monetaria. Si estos diagnósticos fueran valederos, combatir la inflación sería una tarea trivial.


Políticas antiinflacionarias posibles

El fracaso de las políticas de shock y ajuste recesivo, nos lleva a considerar como alternativa conveniente una estrategia gradual de combate a la inflación. Esta estrategia deberá tener en cuenta la multiplicidad de causas que la provocan: factores inerciales, expectativas, puja distributiva, oscilaciones del tipo de cambio, sectores monopólicos u oligopólicos formadores de precios, entre otras. 

Toda política antiinflacionaria eficiente debería satisfacer, al menos, dos criterios básicos: a) actuar conjuntamente sobre las causas de la inflación y sus mecanismos de propagación, diferenciando entre unos y otros; y b) incidir sobre la inflación sin crear o agravar otros desequilibrios y, especialmente, sin producir desempleo. Las políticas antiinflacionarias usuales no cumplen con estos requisitos; por ejemplo, las políticas monetarias restrictivas no actúan sobre la inflación estructural y las clásicas políticas fiscales “de ajuste” tienden a generar desocupación.

El verdadero enemigo del crecimiento con equidad es la desocupación, que a la vez implica la subutilización de recursos y marginación social. El empleo no debe ser la variable de ajuste antiinflacionario. Por el contrario, debe tenderse a una situación de plena ocupación con empleos de calidad y salarios dignos. El aumento de la productividad logrará, a su vez, mayor y más calificado empleo. Existe una confluencia virtuosa entre el combate a la inflación estructural y la expansión económica. Las restricciones de la estructura productiva no se combaten entonces comprimiendo la actividad, sino expandiéndola (vale decir, haciendo lo contrario de lo que hoy resulta usual  los países de la Europa en crisis).

En las actuales condiciones, a los dos requisitos mencionados debe sumarse la necesidad de que la política antiinflacionaria tome en cuenta que los mercados de productos han dejado de ser en gran medida mercados nacionales, restringidos a cada país como supone el enfoque keynesiano de la política económica para tender a convertirse en mercados mundiales de productos y factores. Por ello, es necesario administrar con prudencia y realismo la incidencia local de los precios internacionales, tratando de regular sus impactos de acuerdo a las necesidades del desarrollo interno y de la equidad distributiva. Dadas las nuevas condiciones en que tienden a desenvolverse los mercados, se corre el riesgo de la “primarización” de las exportaciones y la consiguiente orientación privilegiada (o casi exclusiva) de las inversiones hacia los sectores productores de materias primas. Este escenario puede dar lugar a una versión actualizada de la “enfermedad holandesa”; vale decir, la circunstancia en la que un boom de precios de las materias primas lleva a una situación de fortalecimiento del poder adquisitivo de la moneda nacional que termina impactando severamente sobre la capacidad de producir y exportar manufacturas y, de ese modo, “desindustrializando” al país. Por lo tanto, dado el riesgo de esta peligrosa situación, las políticas de tipo de cambio diferenciado se encuentran ampliamente justificadas y no deben ser abandonadas.

Por otra parte, una reducción indebida, excesiva, imprudente o puramente fiscalista del gasto público tendría efectos adversos sobre el nivel general de actividad económica, como los que están experimentando hoy los países europeos, afectados por la grave crisis en la que se encuentran inmersos. En cambio, resulta fundamental redireccionar el gasto, sin reducir su nivel y buscando mantener el nivel de ocupación, mejorar la distribución del ingreso y adoptar medidas de política fiscal que tiendan a sostener el nivel de los recursos estatales. También debería modificarse gradualmente, pero sin vacilaciones, la política de subsidios del gobierno nacional –tal como comenzó a hacerse hace algunos meses– para sostener los cambios positivos ya logrados en la distribución del ingreso y evitar la continuidad de transferencias injustificadas que subsidian el consumo de los sectores de altos ingresos (energía y transporte, entre otros). Como una política de este tipo implica impactos sobre los precios, exige una gradualidad en su aplicación, que debería discriminar con cuidado entre los distintos tramos de ingresos.

El incremento de la provisión de bienes públicos, materiales e inmateriales, resulta otra vía importante para combatir la inflación, ya que esta oferta se halla a cubierto de las tendencias en los mercados externos y constituye, sobre todo, una responsabilidad del Estado. La moderna noción de bienes públicos incluye no solamente a los bienes públicos materiales (los que integran el “dominio público”), sino también los inmateriales o intangibles, como lo son la educación, la salud, la justicia, la seguridad, la protección social y el derecho a la información y a la pluralidad de opiniones. Una mayor y mejor provisión de bienes públicos actúa con eficacia estabilizadora sobre las tres clases de inflación: sobre la inflación “de demanda”, elevando la oferta de bienes disponibles; sobre la “de costos”, acrecentando la productividad del trabajo; y sobre “la estructural”, aumentando la movilidad de los recursos productivos entre regiones y entre industrias. Por iguales vías, los efectos sobre el nivel y la calidad de la ocupación también pueden resultar positivos.

La política antiinflacionaria debe definirse cualitativamente, como una acción continua y sistemática dirigida a corregir y, en lo posible, a prevenir los desequilibrios coyunturales y estructurales que la generan. No debería descuidarse el campo de la política de ingresos y la influencia que esta debe tener a la hora de acordarse precios y salarios entre los distintos sectores de la sociedad. Resulta obvio que la instrumentación de una política de moderación de la inflación requiere tiempo, además de  un cuidadoso análisis que contemple tanto las consecuencias inmediatas como los efectos de largo plazo.

Sin duda alguna, la crisis que sufren los países centrales nos afecta directa o indirectamente. Por ello, deben aislarse y esto llevará tiempo los efectos del crecimiento de los precios, sobre todo sobre los salarios que van a la zaga de los restantes. Por todas estas razones alentamos la continuidad de muchas de las políticas encaradas, en particular, la fuerte inversión que compromete al Estado en la búsqueda de una competencia apoyada en el desarrollo científico-tecnológico.

En suma: la política antiinflacionaria deberá tener en cuenta la complejidad que muestran las circunstancias y los factores señalados en este texto y, en consecuencia, debe ser ubicada en su justo lugar, cuidando su consistencia con el cumplimiento de los objetivos de desarrollo con equidad. La inflación no es el único gran problema a vencer, pero resulta indispensable encarar un programa de mediano plazo adecuado para neutralizarla.



Cátedra Abierta Plan Fénix
Octubre de 2012





[2] Sobre este tema recomendamos leer los siguientes documentos elaborados por el Plan Fénix:

martes, 30 de octubre de 2012

Conocimiento y valorización en el nuevo capitalismo


Sebastián Sztulwark - Pablo Míguez - Realidad Económica Nº270

En el debate sobre la dinámica de largo plazo del capitalismo mundial, este trabajo se posiciona del lado de la tesis de ruptura que postula el pasaje del capitalismo industrial hacia un nuevo sistema histórico de acumulación. Surge de esta manera una lógica informacional o cognitiva que no sustituye a la lógica industrial sino que se superpone a ella y la condiciona, ya que no se trata de una etapa que hace tabla rasa con la anterior. En este trabajo se analiza el papel del conocimiento en el proceso de valorización de capital en tanto elemento fundamental para comprender la ruptura histórica en el proceso de acumulación sobre cuya base se funda un nuevo capitalismo. Se propone una lectura histórica siguiendo dos ejes complementarios: por un lado, la relación trabajo-medios de producción y, por otro, el problema de la apropiación de la renta innovativa.

Articulo publicado en Realidad Económica Nº270

domingo, 28 de octubre de 2012

Zizek: los cacerolos y la colonización del sentido común.



Publicado por Rucio
 
El esloveno Slavoj Zizec es algo así como el reflejo en el espejo de la Sarlo. Arrancó como sostén ideológico de la derecha disidente de Europa oriental, del anticomunismo cerril, pero en vez de disfrutar de las mieles que le ofrecía el mundo post “caida del muro”, reencaminó su espíritu hasta transformarse paulatinamente en un referente del moderno pensamiento de izquierda. Salvando las distancias, claro, lo de la Sarlo es de cabotaje.
  
Lo traigo a colación porque arrima varias pautas para ayudar a interpretar la metodología  y el sentido de la acción cacerolera. Aclaro desde ya que este post no tiende al análisis de las motivaciones personales de un espectro tan amplio de  individuos (que presentan extrema dificultad para ser rotulados como “grupo” en el sentido que le da al concepto Pichón Rivière (*), y por ende, resulta inútil analizarlos como tal), sino que apunta al modo en que los promotores de la manifestación han logrado reducirlos a una muchedumbre (**), los han arriado a un lugar común, y esperan instrumentarlos como escenografía  para el logro de sus objetivos particulares (que no tienen por qué ser los mismos que las aspiraciones de las parcialidades que conformaron la muchedumbre). Lo digo para evitar chicanas onda “los K siguen sin entender los reclamos legítimos de la gente” y para advertir que si el lector es un convencido de la “espontaneidad” del cacerolazo  13-S, es hora de que deje de perder tiempo en esta lectura.

Zizek en “En defensa de la intolerancia” (2001)  se explaya teniendo en miras a la caída del modelo soviético, y, particularmente, en la organización social que la empujara. Nos explica cómo fue posible que sectores tan dispares y con inquietudes a veces diametralmente opuestas, convergieran en acciones políticas comunes para enfrentar al régimen en Polonia: 

“La expresión "los comunistas en el poder" era la encamación de la no-sociedad, de la decadencia y de la corrupción, una expresión que mágicamente catalizaba la oposición de todos, incluidos "comunistas honestos" y desilusionados. Los nacionalistas conservadores acusaban a "los comunistas en el poder" de traicionar los intereses polacos en favor del amo soviético; los empresarios los veían como un obstáculo a sus ambiciones capitalistas; para la iglesia católica, "los comunistas en el poder" eran unos ateos sin moral; para los campesinos, representaban la violencia de una modernización que había trastocado sus formas tradicionales de vida; para artistas e intelectuales, el comunismo era sinónimo de una experiencia cotidiana de censura obtusa y opresiva; los obreros no sólo se sentían explotados por la burocracia del partido, sino también humillados ante la afirmación de que todo se hacía por su bien y en su nombre; por último, los viejos y desilusionados militantes de izquierdas percibían el régimen como una traición al "verdadero socialismo". La imposible alianza política entre estas posiciones divergentes y potencialmente antagónicas sólo podía producirse bajo la bandera de un significante que se situara precisamente en el límite que separa lo político de lo pre-político; el término "solidaridad" se presta perfectamente a esta función: resulta políticamente operativo en tanto en cuanto designa la unidad "simple" y "fundamental" de unos seres humanos que deben unirse por encima de cualquier diferencia política”.
A mi humilde entender, la acción cacerolera, si bien converge con la situación descripta por Zizek en el carácter de conglomeración de diversidades, también se encuentra respecto a ella en una situación embrionaria: ha advertido la posibilidad catalizadora de enfrentar a un gobierno, pero aún no ha encontrado el significante inclusivo y totalizador que transforme la muchedumbre en grupo y, en consecuencia, sólo logra generar hechos políticos, aislados y hasta inconexos, pero no una acción política coordinada y eficaz a desarrollarse en el tiempo necesario. Tal circunstancia ha sido claramente puesta de manifiesto en las entrevistas recogidas aquella misma noche entre los concurrentes. Para colmo, las consignas más escuchadas fueron las manifestaciones de odio visceral o, directamente, el “que se vayan”, sinceramiento adecuado en el enfrentamiento con una autocracia, pero francamente disfuncional frente a un gobierno democrático elegido hace menos de un año por una mayoría del 54%.

Poco importa en el caso que cualquier análisis que pretenda ser tomado seriamente  indique una clara distinción entre la Argentina de hoy día y las condiciones socio-políticas y económicas objetivas de Polonia en los 80. Lo importante es la existencia de algún sentimiento particular de encono con el Estado o el gobierno, por cualquier causa que ni siquiera debe tener que ser calificada como común, para que el persistente machaque sobre “el sentido común” logre enfocar la animaversión individual y la colectivice. El “sentido común” ha sido cuidadosamente adiestrado desde los medios hegemónicos como eficaz antídoto a toda respuesta o explicación política, es capaz de volver refractario al individuo a cualquier análisis e, incluso, de trastocar su encono en odio e ira, si su creencia o el prejuicio afincado a nivel del subconsciente, osan ser contradichos desde un comunicador gubernamental. 

Es que “lo político”, “lo público”, “lo estatal” ha sido cuidadosamente constituido en el enemigo durante décadas. Es “ese que no hace nada”, “ese que me roba”, “ese que me espía”, “ese que hace que suba el tomate”, “ese que me impide expresarme libremente”… negándole toda connotación positiva y achacándole hasta las más absurdas conductas destructivas. Producto: es el culpable de todos mis males, jamás el que posibilita o crea las condiciones para alguno de mis éxitos. Sobre la base de la demonización del Estado resulta sencillo configurar “climas” hostiles.

“La lucha por la hegemonía ideológico-política es, por tanto, siempre una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos "espontáneamente" como "apolíticos", porque trascienden los confines de la política” dice Zizek, y allí reside el secreto del triunfo parcial de los convocantes al caceroleo. Los medios de comunicación masiva han logrado apropiarse del lugar de fiscales del quehacer político, aparentando ajenidad de todo otro interés que no sea los filantrópicos de “investigar la verdad” contrapuesta al “relato” y “hacerla conocer” a los pasivos receptores.  Han generado en torno a sí un halo de inocencia y objetividad que no logra aún ser despejado para poner al  descubierto sus prácticas manipuladoras. Esa supuesta ajenidad de lo político es la que logra disipar incluso las mejores evidencias de su parcialidad: los otros medios o los periodistas que pretenden poner en negro sobre blanco sus verdaderas motivaciones, son cubiertos con el manto de sospecha de una vinculación con el gobierno. La sola acusación (aunque sea disparatada) de ser Medios oficialistas o periodistas militantes defenestra cualquier prueba concluyente que se esgrima en su contra, hasta la judicialización de sus perversidades se ven paralizadas cuando se lanza el conjuro “justicia adicta” o “juez K”. Aquel principio de presunción de legitimidad del que gozaban a los actos de la administración, hoy fue sustituido socialmente por el principio de culpabilidad mediático, que inmuniza y vuelve impune su complejo e interesado accionar. 

En estas condiciones, la actitud destituyente deja de ser una cualidad negativa y oprobiosa, muta mágicamente en resistencia al régimen o intento de sacudir la opresión, virtud con la que se dota a la muchedumbre previa a lanzarlas a la calle. ¿Quién pudo hacer volar la imaginación lo suficiente como para concebir de un joven sacado vociferando “¡quiero irme de viaje todos los años a Punta del este, entendelo tarada!” un adalid de las instituciones republicanas? ¿Cuál mente afiebrada soñó con escuchar un liberal-socialista como Binner congratulándose por una marcha convocada por un nazi confeso como Kanki Biondini?  Sólo la alquimia de la Televisión, condimentada con fuertes dosis de oportunismo político, pueden perpetrar estos fenómenos insospechados. 

Lo cierto es que la compleja trama de manipulaciones, tergiversaciones, mentiras y ocultamientos masificados y persistentes, ha vedado el ingreso de la política al terreno del sentido común de “lagente”. Aún falta mucho para siquiera empatar la batalla cultural, aquella que muchos creían devenida en un aplastante triunfo.

Cuando aludo a la ausencia de espontaneidad, no reduzco la sentencia a la convocatoria, sino también a la creación del caldo de cultivo de la reacción. Pero es aquí también donde los medios de difusión masivos, a pesar de demostrar su capacidad de generar estados de ánimos reactivos, simultáneamente, reinciden en dar cuenta de una impotencia organizativa que les impide consolidar logros parciales obtenidos. El correcto análisis de Zizek respecto a la articulación de “Solidaridad”, pone de manifiesto los déficit de su sucedáneo vernáculo: ni un programa de contenidos mínimos, ni un Lech Walesa aparecen, y, salvo que consideremos la posibilidad de poner en ese lugar a Sri Sri Raví Chantar, tampoco un Papa polaco.  Y esto es de suma gravedad para ea causa, porque si atribuimos valor de prenda de unidad al significante unificador “que se vayan”, no deja de ser una limitante en cuanto propuesta de caos poco proclive a seducir mayorías con un grado mínimo de racionalidad, alertados del fracaso de la misma consigna en 2001. 

En definitiva, la alternativa cacerolera, hasta el momento, no puede ser considerada más que una insinuación oclocrática en manos de “gente linda”. Y seguirá siéndolo, al menos hasta que, eventualmente, se visibilice y logre el suficiente respaldo popular “la conducción política” en que pretende constituirse el GAPU (Grupo de Acción Política para la Unidad), precámbrica herramienta que impulsa a Macri a conventirse en el Capriles argentino, ante la inviabilidad (e inaceptabilidad para los sectores fundantes) de que Moyano asuma el protagónico rol de Walesa sudaca.

(*) Grupo: “un conjunto restringido de personas que ligadas por constantes de tiempo y espacio y articuladas por su mutua representación interna se propone, de forma explícita o implícita, una tarea que constituye su finalidad, interactuando a través de complejos mecanismos de asunción y adjudicación de roles”.

 (**) En el sentido estricto que confiere al término Ortega y Gasset, meramente cuantitativo y visual, no cualificado, por ejemplo, por un ideal común. Carece de los atributos necesarios para ser considerada “pueblo”.

 (***) Olocracia: gobierno de la  la muchedumbre que a la hora de abordar asuntos políticos presenta una voluntad viciada, evicciosa, confusa, injuiciosa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno y por ende no conserva los requisitos necesarios para ser considerada como «pueblo».

sábado, 27 de octubre de 2012

Lupin look




Por María Moreno
Nunca me canso de citar el fabuloso libro de Richard Sennett titulado El declive del hombre público, sobre todo en lo que ilumina acerca de la secularización del carisma y sus entramados con la política: la desaparición de la vida pública, que permite cada vez más las transacciones de paredes para adentro, el desarrollo de los medios electrónicos eficaces para hacer visible al poder a través de la vida privada de sus representantes, el culto de la personalidad favorecido por las tecnologías del yo, bajo el desarrollo de la psicología, habrían desviado la atención de la política hacia los políticos. Hoy un líder es más atractivo por la irradiación de su estilo que por sus acciones concretas. Los ejemplos de Sennett son pedagogía de primeros auxilios: la televisación de un presidente pulseando con un dirigente gremial en un club de barrio se vuelve más definitiva que el hecho de que esa misma tarde haya recortado beneficios sociales para los trabajadores. En 1952, Richard Nixon, acusado de corrupción, volvió a ganarse a sus votantes llorando en público, hablando de “la chaqueta de paño republicano” de su esposa y de su amor a los perros como el suyo, Chekers. El espectáculo de esa revelación desviaba la atención de los cargos. El catálogo del carisma es funcional y por eso capaz de contener valores antagónicos, la vehemencia puede identificarse a la rectitud y la seguridad en las convicciones, pero también a un descontrol traducible en despotismo, la honestidad ser indicio de debilidad para actuar en la trama del último capitalismo en donde el alma bella parece menos apta que el comisario –¿quién confiaría hoy en un Lisandro de la Torre dejando 250 pesos para su entierro, antes de suicidarse?–, la estupidez da idea de una no actuación en medio de la creencia mayoritaria de la política como mascarada.
¿En qué consistía el carisma de Néstor Kirchner? Hay que recordarlo: su carne no era estetizable como la del Che merced al dramatismo de la técnica de solarización fotográfica, ni ofrecía un perfil nítido como Perón y Evita, pregnantes para la silueta victoriana. Es más: una mímesis de su rostro precede a su carne pública en el de un personaje de historieta. Su oratoria no era notable a la hora de crear metáforas o resonancias culturales, carecía de poder hipnótico. Su fuerza semiótica: Kirchner se veía espontáneo hasta el despropósito. La diferencia entre ser espontáneo y poner en escena la espontaneidad es la de la estrategia, sólo que la estrategia no es un plan sino el fruto de una interpretación que se acciona a conciencia entre el síntoma personal y el comando de un efecto que, si es eficaz en lograr consenso, puede capitalizarse. El triunfo de Kirchner se asocia a un chichón y unas gotas de sangre. Es una versión bizarra y peruca de La rosa púrpura del Cairo, el objeto de la imagen embiste la cámara, pero eso también es una imagen. Uno de sus primeros ademanes fue salirse del balcón, lo que podía leerse como un deseo de fundirse cuerpo a cuerpo con la multitud –hasta muchas veces caerse en ella– hasta anular la distancia –arriba, lejos, en custodia– naturalizada en el poder, pero también como la declinación de una iconografía gastada.
Sin pudor, aunque con la coartada del factor carisma, sus críticos le han discutido características negativas más propias de figurar en un manual para modelación del carácter que del debate político: la ira, la prepotencia, la intemperancia. ¡A ver, educandos de la UBA, ¿para cuándo una tesina sobre la incidencia del carácter en el debate político 2003-2012?!
Sin embargo, ¿no fue la oposición antiperonista la autora del sentimiento más flamígero, más Tía Vicenta –la disparatada tía gorila de Landrú– del vademécum de pasiones políticas argentinas? La indignación cuyo mero enunciado en primera persona certifica per se la pertenencia a la razón (justicia), libertad (antiperonista), educación (decencia). En el teatro político donde un Fidel o un Chávez hipnotizan por un titanismo discursivo que no escatima el acompañamiento gestual commedia dell’arte a la latina, el carisma de Kirchner proyecta el efecto de ser incapaz de simular: todo en él sería aunque furioso, descortés, excesivo: verdadero.

Cash

Hay en la política, en su protocolo bélico, dos palabras afantasmadas que, más allá de sus sentidos, se usan como conjuro ante el adversario en aras de una disputa en donde prima la voluntad de prontuario y que no suele escapar a lo especular: “corrupción” y “seguridad”. La primera alude a un enriquecimiento que aseguraría a su detector en un tiempo por fuera de la relación esfuerzo-remuneración o siquiera legitimidad-herencia y conseguido por fuera de la ley, pero no del poder sino desde su interior o con su vista gorda y beneficio; la segunda aludiría a la amenaza sobre bienes cuyo origen es ajeno a la acepción y que incluyen la propia vida. Quizás una tarea intelectual loable debería ir más allá de la aceptación de estos términos-conjuro funcionales a la puja política para devolverlos a la historia. Hace algunos años, Alvaro Abós escribió Delitos ejemplares. Historias de la corrupción argentina, 1810-1997, en donde consigna casos que van desde un Santiago de Liniers, por dos veces reconquistador de Buenos Aires que se armó junto a su hermano una fábrica de pastillas de carne y gelatinas que abastecieron a los ejércitos reales y fueron consumidas en buques de guerra, mercantes y hospitales sin pagar impuestos, hasta el de los niños cantores que hicieron tongo en el sorteo de la Lotería Nacional del 4 de septiembre de 1942 para que saliera el número 31.025, de donde el Estado –el presidente era Ramón Castillo–- sacó su parte en calidad de impuestos. Pero no se trataría ahora de buscar antecedentes para lavarse las manos en una idea de destino, sino de preguntarse en qué condiciones políticas, económicas y sociales una palabra multiplicada en la prensa se vacía de historia, falsifica sus pruebas o las multiplica en espejos enemigos hasta convertirse en un mero instrumento en busca de consenso.
Por ejemplo: “niño” no siempre tuvo las resonancias actuales. En la primera década del siglo, el caso del petiso Orejudo, asesino probado de un niño, niño él mismo, y al que endilgaron crímenes de otros, contribuyó a un cambio en el concepto de castigo, que pasó de la sanción legal por un crimen cometido a la sanción legal en prevención de un crimen en potencia. El valor “niño” no era el de hoy. El caso, de gran resonancia especulativa académica y como no ficción popular, sólo duró una semana en la portada de los diarios y la sensibilidad social ante la víctima o las posibles víctimas se tradujo en instituciones de protección de los niños argentinos contra los niños hijos de inmigrantes.

De cero

El sentido parecía transparente. Si se iban todos los que estaban, el que vendría tenía que ser un virgen político o parecerlo. Quien no puede fingir fue un maestro en fuertes ademanes simbólicos devolviéndole al término su sentido de aquello que no podría faltar en cualquier fundación y no de imaginario u ornamental. Manda descolgar los retratos de los generales Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone de los salones del Colegio Militar; es crudo y fuera de todo protocolo de cortesía en un desayuno organizado por la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), demostración empírica de que la cortesía es una sublimación de la violencia a fin de negociar y convivir, pero entre iguales o en una posición equivalente; paga la deuda externa no como el que la paga porque calcula pusilánime el riesgo de no pagarla ni como el que no la paga como gesto ideológico que se imagina más allá del cálculo de los efectos de no hacerlo, la paga como quien tiene y puede. El 24 de marzo de 2004, en un gesto que sería mezquino colocar en serie junto a los otros, pidió perdón en nombre del Estado y recuperó en su representación los predios y el edificio de la ESMA, anunciando en su lugar la próxima fundación de un Museo de la Memoria.
Hay en Kirchner, de menor a mayor, una autoatribución del lugar de regeneración simbólico, expuesto como producto de una suerte de partogénesis política. De los pasados de los que se lo acusan en nombre del desagradecimiento, la deuda o la impureza, él elige uno releyéndose en los valores de la política revolucionaria de los años setenta. Buscar una comprobación fáctica de su compromiso, fechar como pruebas descalificatorias una supuesta militancia prêt-à-porter en los derechos humanos es no entender que el presente no es la actualización del pasado, sino lo que nos permite entender ese pasado y el lugar que ocupábamos en él. Observar en ése y otros actos de Kirchner la razón instrumental es dar por sentado que quien realiza una investigación sobre corrupción es un adalid de la batalla moral y no alguien que también opera con cálculo en la coartada coyuntural de la disputa política.
Mesías o recienvenido según quién califique, Kirchner parece concurrir al llamado de un azar imaginado como profecía. Alguna vez Enrique Raab entrevistó a Enrique Pavón Pereyra y le habría escuchado decir: “Porque si Perón no le da respuesta a este país, no sé quién le va dar respuesta. La solución tiene que venir del Sur. Ya se lo predijo Teddy Roosevelt al perito Moreno. El futuro de la Argentina nacerá del triángulo mágico: entre Puerto Camarones, Rawson y otra localidad más. Ahí se va a dar el hombre que salvará a la Argentina”.

viernes, 26 de octubre de 2012

Hernández Arregui y la revalorización de la cultura nacional en los procesos de liberación nacional





Por Juan Godoy*


“América Latina/Tiene que ir de la mano/Por un sendero distinto/Por un camino más claro/Sus hijos ya no podremos/Olvidar nuestro pasado/Tenemos muchas heridas/Los latinoamericanos”
Venas Abiertas. Por M. Schajris – L. Sujatovich 

Pasada la primera década del siglo XXI, años que resultan auspiciosos para el conjunto de países que conforman la gran nación latinoamericana inconclusa, consideramos que la figura de uno de los más importantes pensadores nacionales del siglo XX, a saber: Hernández Arregui se encuentra en lenta pero constante re-valorización, en consonancia con los cambios que se vienen dando en nuestro continente. La re-edición de sus obras por más de una editorial puede considerarse parte de este proceso. Resaltamos que las obras habían sido re-editadas también en los primeros años de los 70’s, época de convulsiones, de esperanzas de cambios, y de sueños de Patria Grande. Arregui parece volver con los procesos transformadores de la realidad nacional. No sesgamos aquí la valorización de la obra que realizaran (y algunos continúan realizándolo) pensadores como Jorge Abelardo Ramos, Carlos Piñeiro Iñíguez, Norberto Galasso, etc. Pero las mismas no dejaban de ser, lamentablemente, voces marginales dentro de la superestructura cultural de colonización pedagógica. Estas hoy, vuelven a escucharse y a iluminar la figura de Don Juan José con más fuerza.
La dificultad de explicar nuestros procesos emancipadores latinoamericanos con teorías importadas, ajenas a nuestra realidad nacional puede ser una de las razones que podemos encontrar en esta “vuelta” al pensamiento nacional y a la figura de Hernández Arregui. El pueblo en lucha hoy, se pregunta por el pasado, busca entonces en las producciones que le permita dar cuenta del mismo, entender el presente, para proyectase hacia el futuro. En esta búsqueda, indefectiblemente se cruza con la cultura nacional. En esa línea, procuraremos en el presente indagar acerca de las conceptualizaciones de Hernández Arregui de la cultura nacional, y el lugar preeminente que le otorga al rescate de la misma para los procesos de liberación nacional.
Comencemos nuestro recorrido considerando cómo considera el autor de “Peronismo y socialismo” a la cultura, así podemos observar que este la define como “el conjunto de bienes materiales y simbólicos que conforman la identidad de un grupo social. Dichos bienes materiales y simbólicos se organizan como valores colectivos que son transmitidos por intermedio del lenguaje y se expresan como conciencia a partir del cual el hombre actúa e interpela el medio”1. La cultura entonces, siguiendo al autor, como una categoría eminentemente política.
En la concepción de Hernández Arregui hay una revalorización de la cultura nacional, que es la cultura popular. Lo nacional y lo popular en nuestro autor no son escindibles si se pretende avanzar en la liberación nacional, por eso establece que “toda cultura se inspira en el pueblo y en su ámbito geográfico y espiritual. Invertir el proceso genético, como lo ha hecho (…) la intelectualidad más visible de Buenos Aires,
es adulterar el país”2. La cuestión nacional y la cuestión social encuentran entonces una unidad, no hay una sin la otra. Hay entonces una crítica a la “cultura dominante”, a la superestructura cultural que se impone mediante el aparato de colonización pedagógica.
La cultura nacional aparece en la pluma de Hernández Arregui como “base espiritual del país, es sin que se anulen en su seno las oposiciones de clase, participación común en la misma lengua, en los usos y costumbres, organización económica, territorio, clima, composición étnica, vestidos, utensilios, sistemas artísticos, tradiciones arraigadas en el tiempo y repetidas por las generaciones; bailes, representaciones folklóricas primordiales, etc. (…) una cultura nacional es aceptación común de esas creaciones populares”3, son creaciones colectivas, geminadas en un paisaje y en la asociación de símbolos históricos que dan forma a características espirituales de la comunidad entera. La cultura es creación, resistencia y asimilación. La cultura nacional-popular, al consolidarse en una perspectiva histórica, se convierte en conciencia nacional, que sirve al pueblo para oponerse al vasallaje y la expoliación.
Así opone en toda su obra dos tendencias la identidad nacional, como identidad del pueblo argentino y latinoamericano, contra la identidad de las clases dominantes, la oligarquía, ligada a las potencias imperiales. Hay una puja constante entre estos dos, pues las clases dominantes tiene una posición privilegiada, en tanto posee los medios para esparcir por todo el tejido social su visión de nuestro pasado nacional, de nuestras luchas, del lugar de nuestro país en el mundo, etc. El imperialismo cumple aquí el papel de disolvente de las culturas autóctonas.
Hernández Arregui va a desarrollar la noción de conciencia nacional, que es la lucha del pueblo argentino por su liberación,4 aquí lo nacional entendido como popular. Entonces, la conciencia nacional se relaciona estrechamente con la valorización de la cultura nacional, pues sabemos que el rescate de esta última es parte de la lucha del pueblo contra la oligarquía y los agentes imperiales.
El autor de “Imperialismo y cultura” considera que con la disolución del imperio español, y la aparición fuerte de la cultura francesa y británica en la cultura argentina (posteriormente también con la yanqui), nuestras clases dominantes se distancian y diferencian cada vez más de los sectores populares, que se encuentran anclados a nuestro suelo, forjando así, en su interacción, la cultura nacional. Son estos sectores populares entonces los constructores de la cultura nacional. No se trata aquí de un rescate que podríamos considerar reaccionario, más bien es la búsqueda de puntales donde se asienta la cultura propia, que nos otorga rasgos distintivos como comunidad autónoma. Los procesos emancipadores no deben negar el pasado, ni la cultura nacional, sino que deben nutrirse de los mismos. De ahí la importancia también otorgada por Arregui al revisionismo histórico, a la revisión de nuestro pasado nacional en clave nacional, desde las masas populares.
En la concepción del autor de “¿Qué es el ser nacional?”, la realidad nacional tiene que ser abordada desde una perspectiva eminentemente nacional y latinoamericana, “mirar la realidad con nuestros propios ojos” y en base a nuestros propios intereses. Dejar de lado la veneración por lo ajeno, y hacernos cargo de nuestro
propio legado histórico, por esto puntualiza que “el error de las capas intelectuales ajenadas a Europa es pensar la realidad colonial a través de sistemas de pensamiento germinados en otros ámbitos históricos (…) adecuar sin crítica métodos y filosofías europeos a la situación colonial, es carencia de sentido histórico”.5 No se trata de desdeñar todo pensamiento no realizado dentro de la geografía latinoamericana, sino incorporar concepciones realizadas en cualquier lugar y tiempo, pero no acríticamente, sino “tamizándolas” con nuestra propia realidad, e incorporándolas de acuerdo a nuestras necesidades.
La cultura nacional actúa en la concepción de Hernández Arregui como una herramienta de defensa de los pueblos. El imperialismo conjuntamente con la oligarquía apuntó a “reforzar la conciencia falsa de lo propio y desarmar las fuerzas espirituales defensivas que luchan por la liberación nacional en los países dependientes”6
Hernández Arregui participa del grupo CONDOR (Centros organizados Nacionales de Orientación Revolucionaria), donde participan Ortega Peña, Luis Duhalde, Ricardo Carpani, entre otros. Este grupo aparecido en el año 1964, hace a mediados de dicho año un acto en conmemoración de Felipe Varela y la Unión Latinoamericana, colgando sobre un monumento a Bartolomé Mitre ubicado en Plaza Francia un retrato de Felipe Varela7. El representante de la Argentina oligárquica extranjerizante, semi-colonial, pro-británica; contra el caudillo popular, representante del interior, de las tradiciones populares, latinoamericanista. Dan a conocer ese día un manifiesto redactado por Hernández Arregui que establece en el plano de la cultura que el grupo CONDOR “enjuicia en todos los terrenos la cultura colonial… Postula no solo la crítica al colonato mental, sino la urgencia de reencontrar las raíces y fundar las premisas de una cultura nacional como muralla defensiva contra la penetración extranjera”.8 Un elemento definitorio de la cultura entonces es la voluntad defensiva contra lo extranjero.
La cuestión de la cultura nacional es vinculada por Hernández Arregui en su diferenciación de los nacionalismos de los países centrales, desarrollados, opresores, imperialistas el cual es caracterizado como reaccionario; y el nacionalismo de los países del tercer mundo, sub-desarrollados, oprimidos, coloniales o semi-coloniales el cual es caracterizado (si es dirigido y/o apunta al pueblo) como popular y revolucionario9. Este último, en su defensa de la soberanía contra el avance imperial, defiende al mismo tiempo la cultura nacional, las características propias como pueblo.
Al mismo tiempo, considera nuestro autor que la estructura económica crea formas de alienación cultural. Del desconocimiento del sometimiento económico surgen concepciones que niegan el sustrato profundo. Es la visión deformada de la oligarquía porteña, de la ciudad-puerto que verá en la industrialización, en los sectores obreros que esta trae aparejada un riesgo que amenaza sus intereses, “esta intelligentzia (…) por la doble gravitación de la oligarquía y el imperialismo, no cree en lo nacional”10
En esta búsqueda del imperialismo de reforzar la conciencia falsa y eliminar las posibilidades de defensa, es de suma importancia la superestructura cultural que apunta
al sometimiento. El autor de “Nacionalismo y liberación” va a otorgarle gran importancia a las manifestaciones culturales desde la literatura hasta el arte. Con respecto a la primera va a rescatar a los escritores que le den visibilidad a los hombres del país, a los sectores populares, a personajes característicos de nuestro suelo. En relación al arte, Arregui rescatará a artistas como Juan Manuel Sánchez, Pascual Di Bianco, y sobre todo a Ricardo Carpani.
Este último, ilustra las tapas de algunos libros de Arregui por su expreso pedido. Éste prologará un libro del muralista argentino, llamado “la política en el arte”. Le interesa de la obra de Carpani que da lugar a los sectores populares, a los luchadores sociales, pone el arte al servicio de las masas, del caballete pasa a las calles, con murales, afiches, etc. “un arte nacional no significa cerrazón frente a Europa, sino en la medida en que lo extranjero penetra y disuelve, a través de la colonización mental de la clase dirigente, el patrimonio intransferible y colectivo de la propia cultura nacional. Cultura es resistencia, pero también asimilación (…) el arte no escapa a la política”.11 Considera asimismo que los artistas, su obra, no depende de un público “popular”, de las masas de trabajadores y desocupados, lo cual hace que de difícil la supervivencia de parte de los artistas disonantes de la superestructura cultural, al mismo tiempo que moldea sus estilos artísticos. El arte nacional debe vincularse a la realidad latinoamericana, a las masas populares, en su sentir y en sus tradiciones culturales asociadas a la lucha.
Hernández Arregui va a hacer una fuerte crítica a los sectores medios colonizados pedagógicamente, que en lugar de acercarse a los sectores populares, y por miedo a éstos, termina siendo cómplice de la estructura semi-colonial, “la clase media, convencida de su independencia, justamente porque carece de ella, se cree depositaria de valores universales, sin comprender que detrás de ellos están los intereses particulares de la burguesía. El pequeño burgués (…) piensa siempre en términos absolutos (…) su minúscula situación social le hace perorar con frases de gigante”.12 Los sectores medios, más permeables al sistema de valores de las clases dominantes. Observa sus intereses particulares como universales.
Estos sectores medios que Hernández Arregui caracteriza como “clase media… media revolucionaria… media intelectual… media nacional…. Por ello participa, cree y descree, se asume y no se asume, es peronista y critica al peronismo, es socialista y le asustan los obreros”.13 Fruto de estas características particulares, desdeñan lo nacional, lo popular, por seguir la “última moda extranjera” (europea o norteamericana). Como resultado tampoco será original, sino que aparenta, imita, pues “la posibilidad de adquirir una cultura superior, robustece esta tendencia a trasvasar la propia posición de clase en una actitud mental que acentúa su separación del pueblo, es decir, de sus cercanos orígenes. En esta dualidad se funda ese amaneramiento ceremonioso (…) y que consiste en la parodia de otros estilos de vida y en la manía del filisteo de concurrir a exposiciones, conferencias, etc., en busca de distinción".14
Para ir terminando, resaltamos que cuando hablamos de nacionalismo y de cultura nacional en Hernández Arregui, estamos pensando en no ceñirnos a las fronteras nacionales, sino que se relaciona con el restablecimiento de una totalidad más amplia, se
relaciona con la cuestión de la unidad latinoamericana. Esta unidad que no se basa solamente en la cuestión geográfica, sino que también se relaciona con lo espiritual. Piñeiro Iñiguez considera que “aunque parezca paradójico, la cultura aparece antes y después de la nación, como su fermento y como su derivado”15. La búsqueda de la cultura, la unidad se observa en el sistema homogéneo de símbolos artísticos, idiomáticos, religiosos, míticos, étnicos que le dan coherencia cultural, “el gradual crecimiento de nuestra conciencia cultural, fluctuante entre estas tensiones del espíritu, nos conducirá a sentirnos no extraños a Europa, pero en lo esencial, no europeos”16.
A modo de cierre consideramos que en los países coloniales o semi-coloniales, la valoración y la defensa de la cultura nacional-latinoamericana, forjada por el pueblo en lucha por la liberación nacional, por la conformación de una conciencia nacional, es de suma importancia para enfrentarse al imperialismo y a sus aliados internos. Enfrentarse entonces también a partir de la generación de herramientas propias para la defensa y el avance en la construcción de un proyecto de nación disonante de las naciones opresoras.
El camino emprendido por los pueblos en esta segunda década del nuevo siglo, no deja lugar a dudas que para alcanzar la segunda y definitiva independencia, los pueblos, las naciones que todavía encuentran una cuestión nacional irresuelta, que no están plenamente desarrollados, no encontrando así independencia plena, no pueden perderse en la imitación, en modas, en falsas posturas, o en sueños ajenos, sino que la senda, bajo la concepción de Hernández Arregui, la senda está en resistir, crear los propios caminos en relación estrecha con el conocimiento de la propia historia.
* El autor es Licenciado en Sociología, Universidad de Buenos Aires (UBA) y Profesor de sociología, Universidad de Buenos Aires (UBA) Juanestebangodoy@hotmail.com
1 Recalde, Aritz. (2011). Apuntes para una sociología de la cultura. En Sociología de la cultura latinoamericana. Buenos Aires: Ediciones EPC-Universidad Nacional de La Plata, página 19 2 Hernández Arregui, Juan José. (2004). La formación de la conciencia nacional. Buenos Aires: Peña Lillo (Continente), página 44. 3 Ibídem, página 43. 4 Ibídem. 5 Hernández Arregui, Juan José. (1973). ¿Qué es el ser nacional?. Buenos Aires: Plus Ultra, página 301. 6 Hernández Arregui, Juan José. (1973a). Imperialismo y cultura. Buenos Aires: Plus Ultra, página 15. 7 Piñeiro Iñíguez, Carlos. (2007). Hernández Arregui. Intelectual peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Buenos Aires: Siglo XXI (editora Iberoamericana). 8 Galasso, Norberto. (1986). J.J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo. Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional. página 145. 9 Hernández Arregui, Juan José. (2004). Nacionalismo y liberación. Buenos Aires: Peña Lillo (Continente). 10 Hernández Arregui, Juan José. (1973). Op. cit., página 160. 11 Hernández Arregui, Juan José. (1962). Prólogo a Carpani, Ricardo. (2011). La política en el arte. Buenos Aires: Peña Lillo (Continente), páginas 8 y 15. 12 Hernández Arregui, Juan José. (1973a). Op. cit., página 247 13 La caracterización la hace Hernández Arregui en una mesa redonda con Castiñeira de Dios, Juan Carlos Gené, Elbia Marechal, etc. y es reproducida en Galasso, Norberto. (1986). Op. cit., página 195. 14 Hernández Arregui, Juan José. (1973a). Op. cit., páginas 248-249. 15 Piñeiro Iñíguez, Carlos. (2007). Op. cit., página 115. 16 Hernández Arregui, Juan José. (1973a). Op. cit., página 286-287. Bibliografía Galasso, Norberto. (1986). J.J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo. Buenos Aires: Ediciones del Pensamiento Nacional Hernández Arregui, Juan José. (1962). Prólogo a Carpani, Ricardo. (2011). La política en el arte. Buenos Aires: Peña Lillo (Continente) Hernández Arregui, Juan José. (1973). ¿Qué es el ser nacional?. Buenos Aires: Plus Ultra Hernández Arregui, Juan José. (1973a). Imperialismo y cultura. Buenos Aires: Plus Ultra Hernández Arregui, Juan José. (2004). La formación de la conciencia nacional. Buenos Aires: Peña Lillo (Continente) Hernández Arregui, Juan José. (2004). Nacionalismo y liberación. Buenos Aires: Peña Lillo (Continente). Piñeiro Iñíguez, Carlos. (2007). Hernández Arregui. Intelectual peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo. Buenos Aires: Siglo XXI (editora Iberoamericana). Recalde, Aritz. (2011). Apuntes para una sociología de la cultura. En Sociología de la cultura latinoamericana. Buenos Aires: Ediciones EPC-Universidad Nacional de La Plata.

Militante por los trabajadores



Lleva cuatro décadas peleando por los derechos de los asalariados desde su condición de abogado y dirigente sindical, pero el martes vivió uno de los peores momentos de su vida política, cuando Hugo Moyano teatralizó su giro opositor y lo atacó en público.
 

Con el asombro sólo de aquellos que no conocían los avatares de un víncu-lo personal y político que en los últimos tiempos fue tenso, el martes pasado se reflejó públicamente la ruptura de la relación entre el hoy ex abogado de la CGT y legislador del Frente para la Victoria (FPV), Héctor Recalde, y el líder camionero Hugo Moyano. Se conocían hacía más de 20 años, cuando ambos fueron como diputados acompañando a Saúl Ubaldini en su candidatura a gobernador de Buenos Aires, en 1991. Sin embargo, el martes, en plena reunión de la Comisión de Trabajo de Diputados en la que se debatía el proyecto oficial de modificaciones a la Ley de Riesgos del Trabajo, parecieron dos desconocidos, dos nuevos rivales políticos dentro del propio seno del peronismo, dos cuadros históricos del sindicalismo defendiendo hoy –según sus propias palabras y hechos– diferentes modelos de país. "No podés ser tan servil al poder y no defender los intereses de los trabajadores", le disparó Moyano con munición gruesa a Recalde, y siguió: "invitarnos para decirnos que ya está todo cocinado es una falta de respeto a los trabajadores, y la historia los va a juzgar".
Visiblemente golpeado, incómodo, Recalde movía las manos, tocaba el micrófono, e intentaba responder en forma técnica a las acusaciones. Los que lo conocen íntimamente aseguran que lo que más le dolió fue que lo enfrenten a los intereses de los trabajadores, cuando él fue uno de los perfiles más combativos contra las políticas del menemismo, delarruismo y hasta debió exiliarse en 1976. "En su despacho tiene enmarcada una tapa de una revista de actualidad con el título de 'El abogado más temido por los empresarios', ¿cómo no se va a sentir afectado?", contó a Tiempo Argentino un hombre de su entorno. 
Las explicaciones de Recalde a Moyano, sin embargo, sirvieron para poco. El clima ya estaba roto, y el camionero había levantado a su tropa y se disponían a abandonar el recinto el judicial Julio Piumato, el titular de los Petroleros del sur, Guillermo Pereyra, el líder Canillita Omar Plaini y el polémico jefe de la UATRE, Gerónimo "Momo" Venegas. "Ese es el proyecto del Ejecutivo que yo no firmé, yo firmé un proyecto de minoría", intentaba decir el abogado laboralista ante los embates de quienes lo increpaban por ser funcional a las intenciones del oficialismo y, según la propia CGT moyanista, a una iniciativa hecha a medida de los intereses de la Unión Industrial Argentina (UIA).
El episodio, un verdadero picnic para los que se dedican a analizar situaciones de puesta en escena y gestualidad, mostró a Recalde refiriéndose a Moyano como "Hugo", y a Hugo hablándole directamente a "Recalde". El dato no es menor.
Tiempo Argentino fue el primer medio gráfico en exponer la ruptura política, que para Recalde parece haberse quedado en esa esfera, sin entrar en la cuestión personal. "Tengo diferencias políticas para con Moyano, pero creo que como dirigente sindical fue de lo mejor que le pudo haber pasado a los trabajadores en los últimos tiempos", declaró en una entrevista publicada por este diario el 2 de septiembre pasado. Y agregó: "Yo a las reuniones sindicales voy, a los actos políticos no, porque tengo una diferencia política en ese sentido." Graduado en la Universidad de Buenos Aires en el año 1961, empezó a ser letrado de la CGT en 1964, y recién comenzó a distanciarse políticamente de la conducción moyanista a comienzos de este año. Antes del acontecimiento en el Congreso, Recalde dio señales de esas "diferencias políticas" en tres ocasiones. No participó del último acto de la Juventud Sindical de Facundo Moyano en el Luna Park, tampoco en el reclamo por Ganancias en Plaza de Mayo y no asistió –aunque estuvo en el papeleo previo del Congreso Normalizador– al acto en Ferro, cuando el 12 de julio se proclamó a Moyano como líder de la CGT.
La brecha de pensamiento entre Recalde y Moyano se ahondó con las últimas alianzas incipientes del camionero con diferentes enemigos políticos del kirchnerismo, como el intendente de Malvinas Argentinas, Jesús Cariglino, y el notorio episodio que se dará el próximo lunes, cuando Moyano mantenga una reunión con el líder del PRO y la derecha nacional, Mauricio Macri. "En términos políticos, cada uno elige la opción partidaria que le parece más adecuada a sus convicciones. Yo no lo voy a juzgar, no voy a entrar en esa discusión. Si a él (a Moyano), le parece que Cariglino, Aldo Rico o Amadeo son los mejores para representar su oferta electoral, tiene todo el derecho de hacerlo", dijo el laboralista ayer, en diálogo con este diario, y aseguró "yo sigo perteneciendo al Frente para la Victoria". De forma tácita, sus dichos fueron un tiro por elevación a la creación por parte de Moyano de un frente político propio para participar como candidato en las elecciones del 2013.
Nacido en el barrio porteño de Colegiales, Recalde es, al igual que la presidenta de la Nación, hijo de un padre chofer de colectivos. De hecho, en su oficina conserva una máquina boletera antiquísima. Dentro de la CGT, llegó a asesorar al dirigente textil Andrés Framini. Apodado el "Negro", fue líder cegetista entre 1951 y 1968 y fue perseguido por los militares cuando en 1962 ganó las elecciones a gobernador de Buenos Aires.
Diputado del FPV desde el 10 de diciembre de 2005, renovó su banca en 2009. En los pasillos del Parlamento Nacional aseguran que Recalde tiene como uno de sus ejes de gestión recuperar la mayor cantidad de derechos perdidos en la última dictadura militar.
En este contexto, impulsó junto con Moyano una de las iniciativas más ambiciosas para el trabajador: el proyecto de Ley de Participación en las Ganancias. El texto de la ley –que incluso llevó a Recalde a confrontar con el gobierno nacional, que se mantuvo cuidadoso de sentar posición ante el revuelo que generó la iniciativa en el ámbito empresario– tuvo casi dos años de debate y planteaba un escenario en el cual, de acuerdo con niveles de facturación y tamaño de las empresas, los trabajadores cobrarían todos los años un plus proporcional de las ganancias. Moyano fue uno de los grandes impulsores de la norma, en momentos en los cuales aún eran inseparables amigos y colegas de militancia gremial. Hoy, todo indica que tanto la amistad como el objetivo político común dejaron de existir y que cada uno con su libreto seguirá defendiendo a una porción importante de la masa laboral. Con pretensiones políticas y caminos, al menos hoy, con diferencias. «


Un pionero contra el empleo basura
Héctor Recalde, al igual que el propio Hugo Moyano, fue uno de los íconos de la resistencia sindical a las políticas neoliberales de depredación de la industria, el trabajo y los salarios implementada por el gobierno de Carlos Saúl Menem. En la década del '90, el abogado laboralista tuvo una importante posición al  enfrentarse a la flexibilización laboral, militando por entonces en el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA). 
Años después, durante el gobierno de Fernando de la Rúa, Recalde denunció los sobornos en la Cámara Alta nacional al momento de votarse la denominada "Ley Banelco", de reforma laboral, una causa que hoy se mantiene viva y con todos sus protagonistas directos e indirectos compareciendo ante la justicia. 
En la dictadura militar que imperó en la Argentina en la década del '70, obligado por su rol combativo, se vio obligado en exiliarse en la hermana República Oriental del Uruguay. 

O votan a Romney o...



 

Por Juan Gelman
Mitt Romney no sólo es candidato a presidente del Partido Republicano: lo es –y mucho más– de Wall Street, el preferido de las grandes empresas y de los billonarios del 1 por ciento. La Koch Industries, una multinacional de Kansas con las subsidiarias del caso, la segunda después de Cargill según Forbes y con un ingreso anual de 98.000 millones de dólares, quiere mucho a Mitt. Le ha proporcionado una robusta financiación para la campaña electoral que hasta el mes de julio se estimaba en 400 millones de dólares (www.policynic.com, julio 2012).
El The New York Post registra que los hermanos Charles y David Koch, dueños de la empresa, suelen organizar comidas a 50.000 dólares el cubierto para ayudar a Romney. Hay razones: el plan energético del candidato republicano favorece a las megaindustrias del petróleo, el gas natural y el carbón como la Koch, promete acabar con la dependencia de EE.UU. en la materia hacia el 2020 y no contiene mención alguna de las debidas regulaciones atinentes al cambio climático (www.huffingtonpost, 24-8-12). Los Koch, muy de acuerdo: desde hace años vienen invirtiendo millones para convencer a la opinión pública estadounidense de que el calentamiento global nada tiene que ver con el uso de materias fósiles.
Romney insiste en que su política fiscal favorecerá a la clase media, propone “no recortar los impuestos a los más ricos” –como si falta hiciera después de W. Bush– y sugiere derogar por completo el impuesto a los bienes inmuebles, lo cual ahorraría a Charles y a David el pago de 8700 millones de dólares cada uno hasta el fin de sus vidas (//prcs.org, 6-1-12). Es indicativo que las donaciones de 1500 dólares o menos predominen en las recaudaciones de campaña de Obama y lo contrario ocurra en la de su rival.
Charles y David no se quedan en el mero lugar de donantes. Han enviado a cada uno de sus 50.000 empleados un paquete de documentos que profetizan un negro futuro para ellos si votan por Obama: “No nos quedará otra posibilidad que reducir la compañía”, anuncia una carta de Dave Robertson, CEO de Koch Industries.
Mitt Romney en persona alentó esta práctica en una conferencia dictada ante la Federación Nacional de Empresas Independientes: “Espero –dijo– que ustedes dejen muy en claro a sus empleados lo que consideran que es mejor para sus compañías y, en consecuencia, para el empleo de ellos y su futuro en las próximas elecciones” (www.classwarfareexists.com, 10-6-12). No deja de ser una clara amenaza en tiempos de una crisis económica que deja en las calles de EE.UU. a más de ocho millones de trabajadores.
Los Koch no están solos. Arthur Allen, director ejecutivo de la empresa electrónica ASG Software Solutions, envió un e-mail a sus empleados que indicaba en el subject: “¿Tendrá la elección presidencial en nuestro país un impacto directo en su empleo futuro en ASG? Por favor, lea más abajo” (www.theblaze.com, 14-10-12). El lector del correo verá con qué oscura tinta están escritas las predicciones de Mr. Allen. Richard Lacks, presidente y CEO de la compañía que lleva su nombre, dedicada a la afinación de nuevas tecnologías, advirtió a sus empleados que les rebajaría los sueldos si gana Obama (www.mlive.com, 2-10-12). No pasa un día sin que trascienda la misma información de otras multinacionales.
Esta clase de intimidación no es nueva en EE.UU. Thomas Ferguson, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Massachusetts, señaló que “en el siglo XIX la votación era con frecuencia pública, los dueños de una fábrica solían marchar a las urnas con sus trabajadores para votar en bloque... los empleadores utilizaban todo tipo de tácticas para intimidar a sus empleados. En 1896, por ejemplo, los dueños de las fábricas ponían carteles avisando que cerrarían sus negocios si el republicano William McKinley perdía ante William Jennings Bryan”, el candidato demócrata (www.alternet.org, 16-10-12). Hace más de un siglo, en fin, ¿pero no estábamos acaso en el XXI?
El acoso o intimidación a los trabajadores “es una forma de discriminación laboral que viola el capítulo VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964, la ley de discriminación laboral por razones de edad de 1967 (ADEA) y la ley de estadounidenses discapacitados de 1990 (ADA)”, ha señalado la gubernamental Comisión Estadounidense de Igualdad de Oportunidades de Empleo (www.eeoc.gov), pero, curiosamente, no se considera delito la incitación de un empresario a su personal para que vote por tal o cual candidato, so pena de padecer alguna represalia, el despido o la reducción del salario.
Oscar Wilde dijo algunas vez, con su habitual ironía, que el trabajo es el refugio de quienes no tienen nada mejor que hacer. Sólo que, salvo escribir, Wilde nunca trabajó.
Fuente: Página/12