viernes, 30 de mayo de 2014

Simbologías

Por Horacio González
¿Cuánto vale un símbolo? La imposibilidad de responder a esta pregunta nos lleva a la esencia del problema. Un símbolo tiene el valor del gesto que lo sostiene, de la evocación repentina que desata y de la promesa que pone en acto, y que sin él no existiría. Un símbolo tiene la importancia de que no puede establecerse su valor en relación con otros valores, sino que en sí mismo tiene su propia jerarquía y significado. Se podría decir que un símbolo es tan complejo que vale porque no vale; no tiene valor alguno y sin embargo adquiere un significado inmaterial que lo convierte en imagen viva.
Imagen, no icono. De ahí el error que comete la señora Graciela Fernández Meijide al pasar por alto y restarle significación a la acción de descolgar el retrato de Videla, ocurrida en una ocasión suficientemente conocida, ya compuesta como imagen pública fijada por obvios instrumentos de representación del gesto: fotografía, cámaras de filmación. No estamos en la época en que el pintor David se ocupaba de fijar la coronación de Napoleón o de Blanes pintando a Roca con una herida en la cabeza, inaugurando las sesiones del Parlamento. Pero no ha variado el tema. Y para aliviar estos ejemplos: recordemos la conocida instantánea donde Lenin, subido a una pequeña tarima, hace su discurso apenas desciende del tren que lo condujo a la Estación Finlandia. ¿Estas imágenes no son símbolos vivientes que cobijan pequeñas porciones de la historia de la humanidad?
A veces la historia parece fabricada por hechos sin imágenes, pero hay siempre un catálogo de formas escénicas que sostienen sus hilos internos. Esto a veces enoja, pues querríamos no ser perturbados por ilustraciones y efigies, en el caso de que nuestra conciencia desee ser plana, desprovista de emblemas o deidades. Por eso surgen los iconoclastas. Los hay de todo tipo: los que no creen que una devoción precise imágenes y los que creen tanto en ellas que sienten la justa necesidad de anularlas cuando lo que representan es vituperable. De un modo u otro, sería absurdo dejar a las prácticas humanas desnudas de su puntuación más dramática, que es cuando se componen y resuelven en imágenes y símbolos.
Son imágenes fundadoras, que rompen un ritual y proponen otro, que dislocan un ámbito sacralizado, que llaman a debatir la serie de glorificaciones de un período histórico para reactualizar, mejorar o derogar sus significados. Es una acción pedagógica que abre compuertas en las insignias colectivas. ¿Por qué se quiere anular un acto de anulación? ¿Aceptaríamos que hay que retirar aquel gesto presidencial de descolgar el retrato del dictador; aceptaríamos que es bueno retirar lo que fue un gran acto de retiro? ¿Sería mejor dejar yermo el suelo histórico del país que contiene el gesto público de descolgar, descolgando a su vez el significado primigenio de aquella descolgadura?
Es cierto que un símbolo, como cristalización de acciones humanas, tiene un valor inmanente, pues significa una estría en el territorio, una convención cultural que lleva a consensos colectivos. Pero a veces dejan de ser objetos sobre el paisaje y una sociedad entera precisa del gesto o la rúbrica que la despoje de sus signos nefastos. Eso no ocurre siempre, y no lo hace cualquiera. Es un acto de firme delicadeza que surge de lo más profundo del ser político. Siempre se crea un símbolo negando otro símbolo. ¿Quién diría que esos símbolos nada significan?
Muchas personas –entre las que se encuentra Fernández Meijide– no consideran adecuado que hablen los signos. Son personas que participan de un rasgo general de un pensamiento que podríamos llamar desmitificador o antisimbólico. No es una discusión menor, nunca lo fue, porque si por un lado no podemos vivir dentro de los mitos, por otro lado vivir una vida desnuda de esas grandes imágenes aglutinadoras (que también pueden ser textos) hace a nuestra vida colectiva más desnutrida y obtusa. El razonamiento de la señora Fernández Meijide lleva a revisar el inmediato pasado quitándole los hechos más estremecedores de su memorial. Sus dichos en una reciente entrevista en el diario La Nación, basados en lo que sin duda es la inherente autoridad que posee –es una respetable voz también amasada en la tragedia argentina–, no son sin embargo justos. La ausencia de cariz trágico en su pensamiento la conduce a pensar que ya habría llegado el tiempo de que los últimos represores involucrados en juicios de lesa humanidad canjeen penalidad por información.
No concordamos con ello, pues se trataría entonces de reinterpretar aquellos hechos de violencia a la manera racionalista de una simetría de pares opuestos, sinuosa revisión que sólo sería necesaria para adicionar una reprobación general al gobierno que suponen discípulo ficticio de aquellas lejanas épicas militantes. Este pensamiento se tornaría aceptable si criticase modelos históricos de repetición de un pasado tal cual fue, pero así como está formulado va más allá del reparo a los estilos militaristas en la acción política, y se dirige riesgosamente (inconscientemente) hacia la reivindicación del pasado sistema militar de ruina y aniquilación. Muchos síntomas brotan por todas partes en torno de esta aciaga rehabilitación, aprovechándose –es necesario decirlo– de apreciaciones en torno de los derechos humanos que podrían hoy lucir desgastadas y deberemos refinar.
Este republicanismo denegatorio de las complejidades de la memoria, ideología de la retractación formalista, revocación expropiada de las arrugas de la remembranza política (que, ciertamente, nunca debe estar en un único punto fijo) necesita decir que haber retirado el cuadro de Videla es un simbolismo que hay que volver para atrás. Como un movimiento de ajedrez ya consumado, invalidándolo por capricho. En el mismo día, también en La Nación, el ironista Pagni encontró cómico el hecho de que hay distancias entre lo que se desea en lo que se escribe y la capacidad que tiene la vida política para eventualmente refutarnos. Por supuesto, amigo Pagni, existe lo cómico en la historia. Peor es que en las mismas páginas de su diario exista lo trágico, y quiera borrárselo con un puntapié desastroso en el pasadizo de los símbolos ya erigidos. Provocaría risa si no fuera tan desafortunado.
Fuente: Página/12

miércoles, 28 de mayo de 2014

De Sandino al Sandinismo: La experiencia nicaragüense en la lucha por la liberación nacional.



    
 Por Dionela Guidi

Tras la huella de Morazán
                                                       “… Resucitar de la Tumba de Morazán a Centroamérica
                                                                                                                               José Martí
 A lo largo de su historia, Centroamérica fue una codiciada tierra de disputa imperial. Su importancia geopolítica radicaba (y radica) en su posición Intercontinental e Interoceánica, vital para la circulación de mercancías. Con la decadencia colonial de España en América y la expansión capitalista mundial producida a partir de siglo XIX, Inglaterra como  potencia de ultramar, fija su mira en el Caribe como vía marítima para el transporte rápido y económico de materias primas, en el que Nicaragua sería el territorio para la construcción de un canal interoceánico.
  En 1821, los países que conformaban el Reino de Guatemala, declaran su independencia y casi de inmediato comienza el enfrentamiento por estas tierras entre Inglaterra y el naciente poderío de Estados Unidos, afectando desde el inicio el curso de la vida política interna de sus provincias, devenidas mas tarde en países[1].
  Luego de una breve anexión al Imperio de Iturbide en México, las Provincias Unidas de Centroamérica, conformadas por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, proclaman en Asamblea General la primera constitución de la República Federal de Centroamérica. Se concretó el 22 de noviembre de 1824, y se instituyeron entre otras medidas, la independencia de España, México o cualquier otra Nación, la eliminación de los títulos nobiliarios y la abolición de la esclavitud. Es en este momento cuando se definen con claridad los grupos políticos en Centroamérica delineándose dos partidos antagónicos: los Liberales y los Conservadores. Los primeros abogaban por el desarrollo de un Estado Capitalista, basado en un sistema político federal en dónde las distintas provincias contaran con igualdad de derechos. Los Conservadores, encarnados en caudillos regionales, defendían los privilegios provenientes de la época de la colonia y tendieron a fracturar la unidad en América Central.[2]
 En 1825, Manuel José Arce es elegido como el primer presidente de la Republica Federal. De tendencia liberal, intentó aplicar un programa de reformas fuertemente resistidas por los conservadores, quienes impidieron a través de su poder político, económico y de control del Congreso la concreción de las mismas, lo que llevó a la claudicación del presidente y su posterior alianza con su otrora oposición.
  Arce decidió disolver el Congreso federal, decisión que desató una guerra civil y condujo a una ola de levantamientos en todo el territorio centroamericano. En este convulsionado momento ingresa la figura de Francisco Morazán.
  Este político y militar, olvidado por la historiografía del continente, protagonizó desde Honduras la rebelión contra las medidas de Arce, y resistió la destitución del jefe de Estado hondureño y tío político de Morazán, Dionisio de Herrera. En 1827, tras fugarse de la prisión, organiza una fuerza militar a lo largo y ancho del Istmo con el objetivo de reconstruir la Federación Centroamericana. Desde aquí protagoniza una serie de victorias militares que lo posicionarán como líder de los liberales y que lo conducirán a la presidencia de Honduras primero y más tarde, en 1830, a la presidencia de la República Federal de Centroamérica derrotando en las elecciones al conservador José Cecilio del Valle.[3]  
  Morazán encabezó una serie de transformaciones que buscaban romper con los antiguos vestigios del colonialismo y construir un Estado Nacional soberano e independiente, intentando avanzar contra el latifundio en manos de la oligarquía terrateniente y la Iglesia Católica. Dirigió esfuerzos en la creación de una clase burguesa nacional para el desarrollo un modelo autónomo, y protegió la incipiente industria impidiendo la apertura indiscriminada a los productos extranjeros. Promovió la producción local exportable fomentando a su vez el mercado interno.
  En materia educativa, entendió a la misma como piedra angular para la conformación de una Nación, la que se constituyó como responsabilidad del Estado, gratuita y obligatoria.
  Sabiendo que se erguían sobre Centroamérica los colmillos imperiales ingleses y norteamericanos, luchó constantemente por la soberanía de Belice, Islas de la Bahía y demás territorios del Caribe  en manos de la corona británica, quien  como conocemos ampliamente  en nuestras tierras del sur, no perdió el tiempo, cosechando permanentemente la división de la Unión Federal.
  Sin embargo, las fuerzas de la reacción (la vieja oligarquía y los diferentes imperios) socavaron las bases de este proyecto emancipador, que por otro lado no pudo consolidar fuerzas económico –sociales que sostuvieran dicho proyecto. Se presentaron profundas dificultades a nivel organizacional, esto es, qué grado de soberanía le correspondía a cada estado, tendiendo a reproducir los viejos recelos entre cada uno, así como los gastos que la defensa  requería para mantener la integridad eran elevadamente costosos y se hicieron insostenibles a lo largo del tiempo.
  Al término de su segundo mandato la Federación se encontraba colapsada y las fuerzas oligárquicas  se encontraban en plena ofensiva, asentada ya en Guatemala, Nicaragua, Honduras. A pesar de apostar el proyecto unionista reorganizando fuerzas desde su presidencia en El Salvador, no pudo contra la feroz oposición de sus contrincantes y partió al exilio primero a Costa Rica y luego al Perú. Retornó en 1841, con la idea de refundar la federación, desembarcando en territorio costarricense obteniendo una rápida victoria política sin enfrentamiento armado, convirtiéndose en Jefe de Estado. Este acontecimiento convulsionó a las oligarquías regionales y por sobre todo al consulado inglés. La contrarrevolución se hizo sentir de inmediato, con una invasión de tropas nicaragüenses a Costa Rica con el fin del derrocamiento político y físico del Presidente y patriota centroamericano. El 15 de septiembre de 1842 es fusilado este hombre de la patria grande, sin juicio ni posibilidad de defensa alguna. Con él muere también el proyecto confederal.
  ¿Por qué empezamos a hablar de Francisco Morazán para hablar de Sandino y del pueblo sandinista?  Porque entendemos que los sueños de unidad, soberanía y libertad de nuestros libertadores se reflejan en todas las luchas populares nuestroamericanas y porque también se unen y se enhebran en la historia en la medida en que esos proyectos inconclusos retornan como asignaturas pendientes a  la vida de los pueblos. Las unen además similares adversarios, encarnados en las élites terratenientes o propietarias de los principales recursos, y el imperialismo ya sea europeo o estadounidense, que operó siempre como factor disgregante y deformador de las economías y las instituciones latinoamericanas (y de toda la periferia). Morazán y Sandino, fueron, son, líderes y mártires de la misma causa, en distinto momento.

Nicaragua: de patriotas, gerentes y filibusteros.

                                                              ¿Verdad que da escalofrío? ¿Dónde comienza y dónde termina el “Gobierno” del Estado Yanqui?
Juan José Arévalo
                                                                              
 Nicaragua sufrió particularmente las guerras civiles luego de desmembrada la Federación. Tenía dos ciudades relativamente desarrolladas y enfrentadas entre sí: Granada y León. Organizaban su vida económica y política  de forma independiente, mientras el resto del país era una extensión territorial en dónde se asentaba la población mestiza pobre, mano de obra de las haciendas de añil y cacao[4].Granada era una rica ciudad de comerciantes conservadores, que se opusieron a la independencia y a las reformas liberales, y León era una ciudad conformada por agricultores, cuna del partido liberal. Rota la Federación, ambas ciudades reclamaban para sí la capitalidad del Estado Nacional. Los campesinos eran arrastrados a la guerra civil que enfrentaba a estas ciudades antagónicas. 
 Inglaterra pronto comenzó a competir con el reciente poderío norteamericano por la hegemonía continental, y en Nicaragua por la construcción del canal interoceánico. A través de un tratado denominado Clayton-Bulwer, Inglaterra le reconoce a Estados Unidos el derecho canalero sobre Nicaragua, dónde, por supuesto, las autoridades nicaragüenses ni siquiera fueron consultadas.
  El hecho de que en 1848 se descubra oro en California, despierta ávidamente la sed de la piratería, que obliga a innovar las rutas de acceso y es Nicaragua un punto neurálgico por dónde pasaran los filibusteros. Se fagocitan a su vez, las internas entre granadinos y leoneses, en dónde los segundos deciden contratar mercenarios norteamericanos para derribar el gobierno conservador de Chamorro. William Walker, esclavista del sur estadounidense, arrebatador de tierra mexicana para su anexión al país del norte, será la cabeza del ejército mercenario.
  Es recibido con júbilo por los leoneses, toma la Ciudad de Granada, fusila a sus dirigentes políticos, y tal fue el impulso de su victoria, que termina proclamándose Presidente de la República. Decreta el idioma inglés como lengua oficial, restituye la esclavitud, los Estados Unidos reconoce su mandato y establece relaciones diplomáticas.
  Sin embargo, la aventura del pirata será breve, y los ejércitos centroamericanos lo derrotaran y expulsaran del país. A pesar de ser derrotado, perseveró en su empresa, e intentó conquistar nuevamente el territorio en varias oportunidades, hasta que en 1860 es arrestado y fusilado en Honduras.
 Granadinos y Leoneses firmaron un acuerdo de paz que permite a los conservadores gobernar 30 años el país en un clima relativamente apacible.[5]
 Llegando a los últimos años del Siglo XIX, el capitalismo mundial dio un nuevo salto expansivo, y Centroamérica, como todo el continente fue insertada en el mercado mundial como proveedora de materias primas para los centros manufactureros. Café y Bananos son los nombres de las cadenas centroamericanas.
  El nuevo orden agrario ligado a las necesidades del mercado mundial, es la veta que encuentran los liberales para llevar a cabo revoluciones contra los conservadores, estableciendo en el poder un gobierno militar liberal presidido por José Santos Zelaya en 1893. En paralelo son ocupadas enormes extensiones de tierras por parte de compañías norteamericanas como la United Fruit para la producción del banano.
  Zelaya llevó a cabo reformas liberales que no fueron vistas con buenos ojos por el vecino del Norte, quien no le perdonó el intento de la construcción del canal en asociación con otras potencias extranjeras como Alemania y Japón. Esta “desobediencia” le costó el gobierno al militar en 1909 y a Nicaragua la ocupación del territorio por parte de la Marina de Guerra estadounidense.
  De aquí en más, las fuerzas de ocupación vigilarán los gobiernos conservadores que se suceden en una calesita entre parientes, que de los rangos gerenciales de las empresas yanquis pasan a la Presidencia de la República.
  El colmo de la infamia se vería retratado en el tratado que Emiliano Chamorro firma con el secretario de estado norteamericano en 1914 en torno a la construcción del canal. En su triste letra dice: “El gobierno de los Estados Unidos tendrá la opción de renovar por otro lapso de noventa y nueve años, el arriendo y concesiones referidos, a la expiración de los respectivos plazos; siendo expresamente convenido que el territorio que por el presente se arrienda y la base naval que pueda ser establecida en virtud de la concesión ya mencionada, estarán sujetos a las leyes y soberana autoridad de los Estados Unidos[6]. En este tratado se manifiesta la absoluta venta de la soberanía en el que Estados Unidos consiguió que ninguna otra potencia conserve y explote un canal en Nicaragua, al que por otra parte no le interesa construir porque ya concretó el de Panamá.
  Los liberales, que permanecían en segundo plano en esta relación simbiótica entre el imperio y los conservadores, volvieron al ruedo bajo la accidental presidencia de Bartolomé Martínez, quien asume por la muerte del jefe de Estado. Martínez mantenía cierta independencia de criterio por no provenir directamente de una familia de la oligarquía granadina. Fue así como buscó la confluencia con el partido Liberal y dirigió una alianza para las siguientes elecciones entre un conservador (Solórzano) y un liberal (Sacasa). Entre revueltas y contrarrevueltas, son puestos y depuestos, promulgados y derrocados  presidentes liberales y conservadores en el lapso de meses, hasta que la bendición norteamericana nombra a un antiguo amigo suyo, ex contador de una empresa minera: Adolfo Díaz. Los liberales, expresados en Sacasa, desconocen esta decisión y  establecen un gobierno en Puerto Cabezas, lo que trae aparejada una crisis militar que desemboca en un nuevo desembarco de marines de guerra y también de la diplomacia estadounidense dispuesta a negociar con los liberales el precio de su rendición. El Ministro de Guerra, General Moncada, se sintió tocado por la varita mágica y creyó ver en los acuerdos de rendición con Estados Unidos su salto a la presidencia. Reparto de cargos para los insurgentes y la Presidencia para su General era el punto culmine  del alegre pacto.

Sandino: Una Pedagogía de la Dignidad

                                                                  
                                                                                                       En Nicaragua, señores,
                                                                                                         Le pega el ratón al gato.”

                                                                                                          Cántico guerrillero sandinista

                                                                                                          

Augusto César Sandino emergió a la escena pública en el marco de esta rebelión de los liberales contra los conservadores y su alianza imperial. Sandino había trabajado en plantaciones y haciendas, había sido guardalmacén en la United Fruit de Honduras y minero en Nicaragua. Comenzó su prédica entre los mineros en 1926, enfatizando en la causa nacional, a tal punto que conformó una pequeña columna de soldados al norte de Nicaragua, que se plegó al combate de los liberales de insurrectos. Entendía que en esa rebelión se estaba combatiendo la intervención extranjera y fue así como se incorporaron a su ejército además de los obreros de las minas, los campesinos desharrapados de las selvas nicaragüenses. Con armas viejas e insuficientes, con equipamiento rudimentario pelearon enarbolando la bandera de Libertad o Muerte.
 Como la insurrección de los liberales no era otra cosa que una disputa oligárquica, el pacto con Estados Unidos era motivo suficiente para aceptar la rendición. Pero para las huestes sandinistas, se estaba librando una lucha por la liberación nacional que empezaba a ser plenamente tal y que terminaría con la expulsión del Imperio: “transformarían una guerra de soldados reclutados a la fuerza y de generales oportunistas, en una guerra en que generales serían todos pobres y soldados serían todos pobres e hijos de pueblo, que andarían en harapos (…) y aquella guerra convencional de montoneras, se transformaría en la primera guerra de guerrillas librada en el continente americano” [7].
Entre 1927 y 1933 este ejército del pueblo libra a brazo partido la guerra contra el invasor ocupante obligando su retirada el 1 de enero 1933, día en que el último contingente de marines se embarca y abandona Nicaragua.
El pensamiento de Sandino
Sandino entendió desde siempre su lucha como una lucha por la nacionalidad, por la necesidad de dejar de ser colonos de una potencia extranjera. Desde sus columnas en la selva, los soldados aprendían a combatir y también a leer y escribir para poder emitir sus propios telegramas, cartas y  comunicados. El ejército del pueblo pobre también era una escuela. Dice Sandino: “Los yanquis solo pueden venir a nuestra América Latina como huéspedes; pero nunca como amos y señores, como pretenden hacerlo. No será extraño que a mí y a mi ejército se nos encuentre en cualquier país de la América latina donde el invasor asesino fije sus plantas en actitud de conquista[8].
 Sandino convirtió la causa nicaragüense en una causa latinoamericana. En todo momento enlazó la defensa de la soberanía con la defensa de los oprimidos, los indígenas, los campesinos, los obreros explotados en las plantaciones y haciendas. Proclamó a viva voz que lo que en Nicaragua se estaba librando no era solo incumbencia de los nicaragüenses, sino de todo el mundo latinoamericano, y se vinculaba a los proyectos que nuestros libertadores habían concebido en el siglo anterior: “Los Hombres dignos de América latina debemos imitar a Bolívar, Hidalgo, San Martín, y a los niños mexicanos que el 13 de septiembre de 1847 cayeron acribillados por las balas yanquis en Chapultepec, y sucumbieron en defensa de la patria y de la raza, antes que aceptar sumisos una vida llena de oprobio y de vergüenza, en que nos quiere sumir el imperialismo[9].
 En la senda de Simón Bolívar, enarbola el proyecto de unidad continental como una necesidad histórica. En su manifiesto Plan de Realización del Supremo Sueño de Bolívar sostiene: “Variadas y Diversas son las teorías concebidas para lograr, ya sea un acercamiento, ya una Alianza, o ya una Federación que comprendiendo a las veintiún fracciones de Nuestra América, integren una sola Nacionalidad. Pero nunca como antes se había hecho tan imperativa y necesaria esa unificación, unánimemente anhelada por el pueblo latinoamericano, ni se habían presentado las urgencias, tanto como las facilidades que actualmente existen para tan alto fin, históricamente prescrito, como obra máxima por los ciudadanos de la América Latina”[10].
 También rescata el proyecto morazanista de la Federación Centroamericana, elaborando un Plan de Unión en el que otorga a cada provincia -estado una cartera y función específica de acuerdo a su grado de organización y desarrollo, poniendo énfasis en la creación de un Ejército Autonomista Centroamericano para la defensa de toda América Latina: “El Ejército Autonomista de Centroamérica declarará abolida la farsante Doctrina Monroe. Y, por lo mismo, anula el vigor que dicha doctrina pretende ejercer, para cobardemente inmiscuirse en la vida política, interna y externa, de las Repúblicas Indo-Hispanas”[11].
Una vez expulsado el invasor, el Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua depuso las armas y se dispuso a negociar la paz. El gobierno del liberal Sacasa, electo en 1932 había aceptado el pliego de condiciones impuesto por Estados Unidos tanto como a liberales como conservadores, que requería que al retirarse las tropas de ocupación se llegara a “ común acuerdo” para designar al jefe de la Guardia Nacional. Por primera vez sería un nicaragüense, aunque no por eso menos adicto a Norteamérica: Anastasio Somoza García.
El Ejército profesional, se convirtió tras años de lucha contra el sandinismo en un ejército armado y entrenado para combatir a su propio pueblo, y a ejercer como una fuerza de ocupación en su propio territorio.
 En el año 1934, cuando se estaban realizando los acuerdos de paz entre Sandino y el gobierno, el héroe de Las Segovias es asesinado a balazos junto a varios compatriotas, tras una emboscada. Somoza es quien ejecuta la criminal empresa, pero es el Imperio quién da la orden de fuego.

La semilla de Sandino se siembra en la lucha del pueblo nicaragüense

                                                                               “…Vos estás resucitando 
en cada brazo que se alza
para defender al pueblo
del dominio explotador.
Porque estás vivo en el rancho,
en la fábrica, en la escuela,
creo en tu lucha sin tregua,
creo en tu resurrección…”

                                                                                                                                                        Hermanos Mejía Godoy
                                                                                                                                 Credo Nicaragüense. Misa campesina.

 
Cuarenta años de dictadura familiar padeció el pueblo de Nicaragua. El somocismo, como era de esperar, favoreció el control monopólico de las empresas norteamericanas a la vez que garantizó el orden social vía represión y persecución política.
 Con el auge del cultivo de algodón y café, se generó una concentración abrumadora de tierras en favor de los terratenientes, en detrimento del campesinado quien se vio desprovisto de los terrenos de cultivo. Esta situación trajo aparejada más desocupación y pobreza. Por otra parte, el crecimiento industrial favoreció la consolidación del Grupo Somoza, quién comenzaba ya a asegurarse para sí el control de la banca nacional.
 Para la década del ’60, el clima de malestar en que se vivía manifestaba profundas tensiones sociales. En 1962 nace le Frente Sandinista de Liberación Nacional. Los hijos de Sandino emprendían la lucha por la recuperación de su dignidad. Confluyeron en él la masa de obreros campesinos agrícolas desarrollada bajo el funcionamiento del esquema agroexportador. De aquí que en un primer momento el FSLN llevara a cabo su estrategia en base a la guerrilla rural. Ya entrada la década del ’70 se suman al frente los trabajadores urbanos lo que permitió la articulación de demandas de amplios sectores de la población en contra de la dictadura. El FSLN supo apoyarse de las contradicciones de la sociedad dictatorial para dar el salto a la toma del poder. Carlos Vilas argumenta: “la contradicción fuerzas productivas (pueblo)/relaciones de producción (clases dominantes), estuvo presente siempre en el desenvolvimiento de la dialéctica social, pero fue la acción política de las masas, su incorporación a la lucha sandinista, la que hizo de ella una crisis revolucionaria[12]
  Con el asesinato de Pedro Chamorro, dirigente liberal, en el año 1978, se recrudeció la movilización popular y se aceleraron las condiciones para el estallido social. La Revolución Sandinista triunfa el 10 de julio 1979 abriendo una etapa de rica experiencia de transformación social, con participación popular pero también plagada de incertidumbres, iniciando un camino  minado de obstáculos provenientes tanto de la estructura socio-económica preexistente, la amenaza permanente de los Estados Unidos,  como del propio marco de alianzas al interior del bloque popular.
El programa desplegado por el gobierno revolucionario llenó de esperanza a Nicaragua  y a América Latina. En materia económica se creó un Área de Propiedad del Pueblo en base a los bienes confiscados al somocismo. El objetivo era desarrollar una moderna industria que impulsara la producción de café, algodón, azúcar, banano como principales productos de exportación. Se nacionalizaron la banca, el comercio exterior y se impulsó una Reforma Agraria. Se llevó a cabo un Plan Nacional de Alfabetización en el que toda la sociedad se vio comprometida tomando forma de causa nacional. De alguna u otra forma los y las nicaragüenses formaron parte de este Plan que pretendía terminar con el analfabetismo en el país.[13]
Retomando el análisis realizado por Carlos Vilas, la Revolución Sandinista abre varias cuestiones que pueden ser utilizadas para pensar los procesos de liberación nacional en América Latina. Con similares desenvolvimientos históricos, estructuras económicas dependientes y una pluralidad de actores sociales, la liberación tal cual es entendida por los movimientos populares aborda por lo menos cuatro cuestiones principales:
a)       La cuestión de clase o de la situación de los sectores oprimidos. Aquí se manifiesta la necesidad de eliminar la explotación de las masas populares por parte de pequeñas élites propietarias.
b)       La cuestión nacional. Esto es la supresión del Imperialismo como factor dominante en las sociedades latinoamericanas a nivel interno y externo. La autodeterminación es condición necesaria para la conquista de la soberanía.
c)       La cuestión del Desarrollo. En esta cuestión se refleja la superación del atraso derivado de la posición en la que se colocó a América Latina en el mercado mundial, como economías netamente agrarias y dependientes de las manufacturas exportadas. La expansión de las fuerzas productivas deriva generalmente en la necesidad de que el Estado sea quién se ponga a la cabeza de este desarrollo, al no existir una clase que lidere dicha expansión. Las alianzas policlasistas son intentos de llevar a cabo esta expansión.
d)       La cuestión democrática. Aquí se plantea la necesidad de refundar instituciones y canales para la participación en las decisiones de Estado de las amplias mayorías y no sólo de un reducto oligárquico.[14]
La Revolución sandinista como proyecto emancipador pone sobre el tapete los desafíos que se le presentan a América Latina en su lucha por el camino de la liberación, y también nos habla de la importancia que ese camino nos encuentre unidos, ya que en soledad los gobiernos populares suelen naufragar a la deriva, a merced del imperialismo siempre atento al sabotaje y a sus aliadas nativas representadas en los núcleos reducidos de las élites económicas y políticas.   
   
                                                         A Néstor y Hugo. Patriotas del Bicentenario.

                                                     
















Bibliografía

Pérez Cruz, Felipe de J. (2010). Centroamérica en Morazán. Morazán en Centroamérica. En Son Tiempos de Revolución. De la Emancipación al Bicentenario. Buenos Aires: Ediciones Madres de Plaza de Mayo.
Ramírez, Sergio. (2007). El muchacho de Niquinohomo. Buenos Aires: El Andariego.
Sandino, Augusto César. (2007). Escritos y Documentos. Buenos Aires: El Andariego
Selser, Gregorio. (1955). Sandino. General de hombres libres. Buenos Aires: Ediciones Pueblos de América
Torres, Rosa María. (1980). Nicaragua: Revolución y Alfabetización. En Revista Nueva Antropología. Año IV N15. Distrito Federal: Universidad Nacional Autónoma de México.
Vilas, Carlos. (1987). Perfiles de la Revolución Sandinista. Liberación Nacional y transformaciones sociales en Centroamérica. Buenos Aires: Legasa


  

 
    
 


 
 
 



[1] ver Ramírez, Sergio. (2007). El muchacho de Niquinohomo. Buenos Aires: El Andariego.
[2] Pérez Cruz, Felipe de J. (2010). Centroamérica en Morazán. Morazán en Centroamérica. En Son Tiempos de Revolución. De la Emancipación al Bicentenario. Buenos Aires: Ediciones Madres de Plaza de Mayo.
[3] Ibídem
[4] Ramírez, Sergio. (2007). Op. Cit.

[6] Selser, Gregorio. (1955). Sandino. General de hombres libres. Buenos Aires: Ediciones Pueblos de América, página 63.
[7] Ramírez, Sergio. Op.Cit., página 34.
[8] Sandino, Augusto César. (2007). Escritos y Documentos. Buenos Aires: El Andariego, página 94.
[9][9] Ibídem, pp. 99.
[10] Ibídem, pp.106.
[11] Ibídem, pp.186.
[12] Vilas, Carlos. (1987). Perfiles de la Revolución Sandinista. Liberación Nacional y transformaciones sociales en Centroamérica. Buenos Aires: Legasa, página 135.
[13] Torres, Rosa María. (1980). Nicaragua: Revolución y Alfabetización. En Revista Nueva Antropología. Año IV N15. Distrito Federal: Universidad Nacional Autónoma de México.             
[14] Vilas, Carlos. (1987). Op. Cit.