sábado, 2 de junio de 2018

1 de Junio -Día del Sociólogo:Que la sociología sirva para molestar

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El 1 de junio se evoca el Día del Sociólogo. “¿Para qué sirven? ¿Qué hacen?”, preguntan los parientes en los cumpleaños o las señoras en la panadería. ¡Para molestar señores, eso, para incomodar a la realidad! Opinan en este especial: José Luis Jofré, Juan Manuel Lucas, Diego Tagarelli (desde Venezuela) Claudio Fernández y Héctor Castagnolo.

¿Para qué sirve la sociología? Para molestar
José Luis Jofré (sociólogo, vice-director de la carrera de sociología. UNCuyo)
Es evidente que la sociología no es una disciplina que busque lugares comunes, cómodos para las buenas conciencias, su tragedia en la última dictadura militar así lo apunta, es una ciencia fastidiosa para los sectores sociales que tienen algún privilegio que preservar. Esto obedece a que su objeto de estudio son fenómenos sociales complejos, compuestos siempre por intereses creados en diferentes ámbitos de pertenencia. Por ejemplo: la estatización de empresas estratégicas para el desarrollo del país, la participación política de la juventud, la incidencia de la asignación universal por hijo, la discusión sobre la punibilidad del aborto, los regímenes de producción y apropiación de mercancías, entre otros temas que pueden o no tener presencia en los debates de la sociedad, presentan un trasfondo socio-histórico que no todos quieren visibilizar.
El sociólogo cuando efectúa en su práctica teórica en el mismo momento realiza un ejercicio profundamente político, esto es develar la compleja trama de intereses sociales que se ocultan en todo fenómeno social, sacando a flote lo que los sectores hegemónicos se esfuerzan por ocultar bajo el engañoso manto del interés universal. En este sentido, las ciencias sociales en general y la sociología en particular disponen de una herramienta fundamental para la articulación de su práctica con la sociedad, esta herramienta es la política. Y es aquí donde la pregunta ¿para qué sirve la sociología? encuentra la punta del ovillo para esbozar su respuesta.
Teniendo en cuenta esto, la sociología no sólo es incómoda para los sectores privilegiados, sino también para el propio sociólogo, que tiene que escurrirse de los prejuicios científicos dominantes, romper con el mandato de la neutralidad valorativa y asumir como propio el punto de vista de los agentes menos favorecidos en el fenómeno social que se trate. Esto es, si lo que estudia son las relaciones sociales de producción, el punto de vista de los trabajadores será el adecuado, no sólo en términos políticos, sino también para lograr un relato más próximo a la realidad. Lo mismo si se estudia la familia contemporánea, el enfoque de la mujer será privilegiado o si el objeto de análisis es la cárcel, el preso es el agente involucrado que menos privilegios tiene que perder, por lo tanto el que más veracidad puede aportar a la visión del sistema penitenciario en general.
En pocas palabras, si la sociología con sus marcos conceptuales y estrategias metodológicas logra discernir entre dominados y dominantes en toda relación social, su participación en estas relaciones demanda una práctica evidentemente política, donde se cristalicen iniciativas orientadas a logra mayores niveles de justicia social. Siempre teniendo en cuenta que la política no es un juego de suma cero, en el que se gana o se pierde todo, cada aspecto de la realidad requerirá su observación para desentrañar qué elemento es necesario conservar y cuál transformar, asimismo quiénes son los posibles aliados en una eventual estrategia de acumulación de poder y quiénes los adversarios. En definitiva, la sociología se encuentra en una posición privilegiada para la formulación de políticas tendientes a ajustar las demandas sociales más legítimas con sus formas institucionales de canalización.
Entre el oro, el barro y la sociología (Juan Manuel Lucas, sociólogo)
“Muy bien, lo felicito, tiene usted un diez en su tesina de graduación…”, palabras de cortesía, huevos y harina, varieté psicodélico para los festejos, y entre los estertores de una resaca de semanas dimos con esa decisiva verdad, ser sociólogo. Sociólogo como, al decir de un “pará sociólogo”, esas maestras de corte y confección que jamás hicieron un vestido.
Era cierto nomás. La sociedad capitalista y dependiente estaba allá afuera. Tal cual la imaginábamos. Había una clase obrera y una burguesía. Había desigualdad, explotación, marginalidad, pobreza… Había estructura y superestructura… Había una posibilidad tan latente como ingenua de revolución, y por eso había crisis… siempre crisis… tanto que si no la hubiera deberíamos inventarla...
Si como estudiantes aprendimos que los libros muerden, de egresados aprendimos que la realidad tritura.
“Escúcheme, mire que yo soy sociólogo”…!!!Mire este currículum, aprobé un seminario sobre la reforma agraria en América Latina¡¡¡ fui orador en el ciclo “¿Qué pasó con el stalinismo? “Tengo cursos varios sobre las intrincadas relaciones entre ciencia, ideología y poder, puedo explicar que es la performatividad de los discursos y, además, ¡¡¡ sé cómo se hace una revolución!!!”.
La variedad no modificaba la dirección de las respuestas:
-Sí, pero no se adapta al perfil requerido por el departamento de recursos humanos…
-Sí, pero tenemos que evaluarlo con el departamento de gestión institucional y planeamiento estratégico de la dirección de contrataciones del área ministerial…
-Sí, pero la inscripción cerró hace diez minutos…
-Sí, pero me está manchando la alfombra con el café, retírese…
-Sí, pero nos interesan las cualidades de la señorita con secundario incompleto que espera en recepción…
En realidad, pocas de las largas generaciones de sociólogos que precedió a la última gran crisis nacional encontraron un espacio tan vital, desafiante y enigmático para ser eso. Si la disciplina nació preñada de pretensiones de manipulación social, la Argentina post convertibilidad “condenó” saludablemente a la mayoría de los sociólogos a laburar en los lugares en que la gente labura.
Lejos de los hábitos sedentarios de los ratones de biblioteca que satirizaba Jauretche, la mayoría de nosotros “trabaja” de otra cosa. Siempre en part time, somos docentes, periodistas, escritores, empleados públicos, administrativos, burócratas, juntadores de los más insospechados papeles, militantes de utopías y distopías varias, artistas de imprevisibles vanguardias, protagonistas de secretas bohemias, alcohólicos, apáticos, militantes, cínicos, comprometidos, depresivos, irónicos, desilusionados, adictos, alienados, empobrecidos, desempleados... Uff...
Nos dedicamos a eso mientras habitamos un país que nos ha obligado a enterrar los prejuicios típicos de la pequeña burguesía ilustrada, reconocernos como parte de esa sociedad que pretenciosamente creemos conocer, y luchar, como la gente lucha, contra los gigantes de oro y barro del poder.
Sin embargo, nuestras pretensiones sartreanas no superan casi nunca una previsible y tediosa corrección universitaria teñida, levemente y al gusto academicista, de un derruido rojo progresista.
Miramos hacia abajo espiando el barro, y mientras chusmeamos entre sus vísceras, mantenemos las palmas hacia arriba esperando el oro. Y el moro. Demasiado ocupados en ocupar espacios, no nos sonrojan nuestras jeremiadas contra los abusos del poder, nuestras imposturas de compromiso, ni nuestras indignaciones formalistas.
Endogámicos, complacientes, autorreferenciales y, necesariamente, "de izquierdas" constituimos el lubricante de la maquinaria que vehiculiza lo “políticamente correcto” a caballito de eso que, pomposamente, denominamos como aparatos ideológicos de estado.
Durante los últimos años hemos jugado un papel fundamental en la construcción y legitimación de una iconografía que se supone novedosa. Hoy la democracia, los derechos humanos y las libertades civiles gozan de una excelente prensa, un creciente reconocimiento público y un relativo apoyo popular. No hubiera sido posible sin nosotros, los especialistas en, quizás, la más insigne de las ciencias auxiliares del estado.
El rol de los jóvenes sociólogos en América Latina: desafíos, autocríticas y horizontes (Diego Tagarelli, sociólogo, desde Venezuela)
Los jóvenes sociólogos tenemos la obligación (obligación=necesidad) de articular el desarrollo del conocimiento científico con el desarrollo del pensamiento nacional y latinoamericano. Pero esto quiere decir muchas cosas. Fundamentalmente, significa adherir a las luchas populares que nutrieron y nutren los procesos históricos. Y en este sentido, es imprescindible desarrollar una fuerte autocrítica hacia la práctica teórica y hacia la práctica “real” de vida que motivan muchas aspiraciones de los jóvenes sociólogos. El “hacer sociología” extrayendo reflexiones desde posiciones académicas o pequeñas burguesas sobre el mundo popular, ha sido quizás una de las armas de dominio más formidables del sistema ideológico académico.
Las tareas que desarrollan los jóvenes sociólogos en las instituciones académicas o aparatos públicos y privados son de suma importancia. La inclusión de los jóvenes sociólogos e investigadores en estos espacios de conocimiento es no sólo necesaria para impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas en países relegados de los procesos científicos soberanos e independientes, sino además para articular políticas sociales destinadas a reducir las brechas de desigualdad social, modificando las relaciones económicas semicoloniales. Sin embargo, con esto no basta. Es necesario impulsar una verdadera propuesta latinoamericana para debatir los objetivos de los jóvenes sociólogos que adhieren al campo popular. Es necesario producir un debate sobre la trascendencia práctica y concreta del trabajo del sociólogo en América Latina, su compromiso colectivo con los fenómenos populares y el aporte desarrollado fuera de la práctica teórica. Es imprescindible, pues, alentar los esfuerzos para acompañar el proceso teórico de los jóvenes sociólogos con procesos prácticos, concretos, en las condiciones y contextos populares oportunos.
En este sentido, es preciso desenmascarar algunas cuestiones de gran relevancia, entre ellas, las aspiraciones burguesas intelectuales y los efectos que de ello se derivan.  Los jóvenes con aspiraciones intelectuales se hallan sujetos a una superestructura ideológica que los reeduca constantemente, no sólo para despojarlos de las formas inherentes de comprensión que poseen según su pertenencia social y sus elementos culturales, sino para reproducir el divorcio entre los trabajadores manuales y los trabajadores intelectuales. Es decir, muchas instituciones académicas se hallan sujetas a una lógica funcional dominante que paraliza, en cierto modo, muchas capacidades sociales de los intelectuales y sociólogos. Las formas de reclusión académica individual, el aislamiento frente a las condiciones populares, la ausencia de unificación colectiva hacia trabajo, el movimiento competitivo que motoriza las acciones intelectuales, sus niveles de subordinación hacia espacios de poder político conservadores, el acceso a puestos educativos claves, la burocratización del pensamiento, etc. (Podríamos ocupar muchas páginas nombrando y analizando el modo en que los aparatos reservados a los jóvenes intelectuales se ocupan de apropiarse de sus capacidades sociales como sujetos de pensamiento transformador para convertirlos en esclavos intelectuales de los sistemas ideológicos).
Por lo mismo, esto conduce a pensar que no puede existir una transformación en las instancias ideológicas sin una transformación en las relaciones socioeconómicas que las sostienen y sin una intervención popular en su interior. Esto significa que todo joven intelectual con deseos de formarse para contribuir a la transformación social e intelectual, debe volcar sus esfuerzos no sólo en modificar aquellas instancias institucionales consagradas por la ideología dominante, sino que debe involucrarse en las luchas populares de nuestro tiempo, desde los espacios y procesos que indiquen las masas populares frente a esas instituciones.  Ahora bien, para involucrase en esas luchas y procesos populares no basta con contraer un compromiso coyuntural, es decir, asumiendo un comportamiento meramente “humanista” hacia las causas justas, en ocasiones específicas y desde los espacios controlados por las pequeñas burguesías intelectuales, sino que debe formar parte de la práctica popular misma. Conformarse ya no en un "intelectual orgánico" que defiende las causas del marxismo y las luchas de nuestros pueblos con accidentales intervenciones en congresos, manifestaciones o pronunciamientos masivos desde las academias, sino transformarse en un sujeto social con idénticas necesidades y prácticas de común acuerdo con las masas. Claro que, eso conlleva a uno de los riesgos que no todos los jóvenes "intelectuales" quieren asumir: renunciar a las aspiraciones burguesas académicas para asumir las aspiraciones populares y políticas inmediatas, sin los cuales jamás un proceso de transformación adquiriría sentido.
Para ello, toda búsqueda de nuevas respuestas, propuestas y objetivos no puede ser planteado desde los mismos sistemas de preguntas y valores que nacen desde las jerarquías académicas institucionales. Es necesario cambiar de terreno para formular las preguntas, asumir un posicionamiento radicalmente distinto para formular los objetivos que se plantean. Claro que no significa abandonar los estudios, la investigación o la carrera académica en las instituciones o aparatos creados para tal fin. Yo diría que significa renunciar al modo en que se aborda la inclusión en ellos. Significa abrazar las tareas del conocimiento y el pensamiento sociológico desde nuevos espacios populares, encauzando las luchas populares hacia adentro de las universidades e instituciones académicas para que transformen sus condiciones burguesas y elitistas en universos populares del conocimiento.
No basta con hacer política en las universidades o afiliarse a los partidos políticos populares de nuestra región. Se trata, además, de adoptar una participación real en las manifestaciones políticas, económicas e ideológicas populares que se desarrollan extra-institucionalmente.
Por lo mismo, se trata de recoger el aprendizaje de las experiencias populares, admitirlas como propias, adoptarlas como válidas intelectualmente, albergarlas como formas necesarias de autocrítica hacia las formas de hacer política según las modalidades pequeñas burguesas de las academias. Se trata, además, de profundizar la práctica teórica y la lectura sistemática de autores y corrientes del conocimiento científico. En última instancia, puesto que los vientos revolucionarios soplan cada vez más fuerte y con mayor ímpetu, en las horas decisivas habrá que elegir: o permanecer como espectadores en el mundo feliz que las fábricas de titulaciones académicas ofrecen, o lanzarse sin prejuicios al mundo herido de los pueblos para coger el tren en marcha que la revolución popular en América Latina empuja firmemente.
Una pregunta obvia ¿Qué hacen los sociólogos? (Claudio Fernández , sociólogo)
Para poder responder a esta pregunta, una pregunta obvia aunque también una pregunta obscena, antes tendríamos que conocer el campo de investigación, acción y aplicación de la sociología como ciencia moderna. Para esto sólo bastará con hacer un click en algún punto nodal de la maraña informática, wikipedia dará su respuesta, después de todo estamos en la era de las comunicaciones  y el conocimiento. ¿O no? Pues bien, digámoslo de una vez, todo sociólogo sabe bien cuál es su campo de acción laboral y tiene bien claro cuáles son las herramientas con la que cuenta para llevar a cabo su trabajo, sin embargo nadie sabe bien cuál es su “ocupación”. Ese es un problema (especialmente para el sociólogo y su familia) ya que en definitiva, como decía Marx, “no se puede vivir del amor”.
Quizás tratando de dar una respuesta alguien dijo por ahí que la sociología es la ciencia de lo obvio, y aunque parezca un absurdo creo que no estaba muy errado. Ahora bien ¿quién quiere conocer lo obvio? Nadie o casi nadie demanda una consulta de lo que es “obvio”. Se supone que lo obvio está ahí, es palpable, tangible, observable, sensible y por tanto no necesita explicación. Ese es el primer obstáculo para conocer la realidad social: suponerla, darla por sentado, creer, pensar y actual en consecuencia con el “sentido común”. Ese simpático sentido que todo lo simplifica y a toda suposición le llama “la realidad”, ese bendito y bendecido sentido necesita ser criticado, puesto en duda, desmitificado.  Para saber bien qué tiene adentro “el sentido” es preciso deshacerlo, pulverizarlo o exponerlo con todas sus vísceras con la panza mirando el sol.  Por ser una ciencia que se encarga de investigar “lo obvio” quizás muy pocos se interesen por ella. Pues si es así, se equivocan. Los problemas sociales son como un elefante en una habitación, para usar otra frase de cabecera, es así como hay obviedades tan gigantescas como insoportables, aunque no por eso fácil de explicar, discernir y de hecho muy difíciles de sondear.
La única verdad es la realidad (¿Hegel o Perón?) La realidad social es la más obvia de las realidades y sin embargo pocos la pueden entender. “El individuo” (antes de seguir deberíamos aclarar que “el individuo” es una metáfora de la desesperación y no se corresponde con ninguna categoría sociológica) está ensartado como bife de croto entre las estructuras que lo determinan y lo definen, indefenso y sólo en la mitad de la pampa de los sentidos, guiado por un fin o por un valor, y en última instancia condicionado por sus ingresos y sus egresos de dinero. Es casi una osadía que este cristiano un buen día se ponga a contemplar la realidad (ni hablar de criticarla), no tiene tiempo, no tiene recursos, no tiene ni idea por dónde empezar, está saturado de información, ciego de tanta ciencia alrededor. Es por esto que la existencia en sí, la existencia de “el individuo”, no tiene respuestas, preguntarse por “el por qué de la vida” es una zoncera filosófica, un “idiotismo metafórico”, todas las respuestas que el ser humano necesita están en lo social, en la existencia del individuo como sujeto social: un producto histórico que comenzó a reproducirse hace tres millones de años y aún hoy se sigue haciendo preguntas obvias.
A defensa de los sociólogos, y su mala fama, alguien podrá decir que lo que hace la sociología es estudiar a “la sociedad”. Si esta afirmación no lo fuera parecería un chiste, gracias, pero no nos ayuden más. La “sociedad” es otra de las metáforas encantadoras pero ponzoñosas que el sentido común utiliza como si fuera una categoría científica pero, “como todo el mundo sabe”,  las metáforas no se pueden explicar. Decir que la sociedad tiene un problema, que está enferma o que se ha trasformado, evolucionado o degradado es lo mismo que decir cualquier cosa. Si el objeto de estudio de la sociología sería simplemente la “sociedad”, así como un todo, como si fuera “una cosa” e incluso lo tratáramos “como si fuera una cosa”, un objeto extraño y por lo tanto fácil de observar, no haría falta sociólogos, cualquier quinielero de barrio tendría las soluciones precisas para los flagelos más terribles y las explicaciones más interesantes sobre los fenómenos más extraños.
Aunque esto último parezca una humorada, más de una vez nos encontramos en reuniones sociales en dónde cada participante (invitado al asado) tiene una teoría, elabora hipótesis, desprende conjeturas, tira datos y saca sus propias conclusiones de cualquier problema social, como si al análisis de la “violencia en las escuelas”, “el maltrato infantil” o “las violaciones intrafamiliares” se lo  pudiera equiparar al mal funcionamiento del carburador de un auto. Si entre los presentes se encuentra un abogado nadie se animará a hablar “a boca de jarro” sobre leyes y juicios para no quedar como un leguleyo frente al facultativo, si la charla es de enfermedades coronarias todos escucharan con atención la explicación que dará el médico (mientras da vuelta los chinchulines en la parrilla) aunque no sea su especialidad, si se discute sobre tal o cual funcionalidad de la última obra pública el ingeniero dará su veredicto, hasta los contadores serán escuchados con atención si la charla se estira hacia la declaración de haberes o la compra de dólares. Pero cuando se charla sobre “la sociedad” y sus problemas  todos estarán dispuestos a discutirle al sociólogo que ha sido invitado al asado, debatirán sus posturas, pondrán en duda sus conclusiones, sospecharán que su marco teórico se haya  ideologizado y lo tildaran de zurdo o de fascista según mejor se vea. Pero también ¿a  quién se le ocurre buscarle explicaciones tan complejas a algo que “es tan obvio”?
Saludos a todos los sociólogos en su día y un fraternal abrazo a sus familias. 
El sociólogo es como un cineasta y fotógrafo. (Héctor Castagnolo, sociólogo)
Un sociólogo, si se me permite la metáfora, tiene que ser un buen fotógrafo y buen cineasta. Debe ser un buen fotógrafo para que al momento de tomar sus instantáneas de la sociedad, no deje por afuera de su registro elementos que son fundamentales para el posterior análisis. Y debe ser un buen cineasta, en tanto debe interpretar a esas fotografías de manera inseparable del proceso histórico dentro del cual cobran vida, es decir, debe significarlas dentro de esa “película” que cuenta la historia económica, ideológica y política de una determinada formación social. Una vez realizado ese trabajo con pertinencia, podrá describir, explicar y predecir fenómenos de la realidad social. De esta manera trabajará activamente con economistas, políticos, y demás actores sociales para ofrecer su particular mirada, que está preparada para anticipar el potencial impacto social que pueden producir determinadas decisiones políticas, económicas y sociales.
La capacidad para hacer visibles las tendencias ideológicas que operan dentro de las diferentes estructuras de poder dentro de una sociedad, es a mi juicio es una de las tareas más apasionantes que desarrolla un Sociólogo. Esto implica otorgar sentido a los acontecimientos sociales dentro del torbellino provocado por el vértigo y la fragmentación con la que circulan en los medios de comunicación, una vez que esos acontecimientos sociales se convirtieron en mercancía. Colaborar en la reconstrucción de ciertos mapas de la realidad allí donde las causas y los efectos se presentan de manera intencionadamente inconexa, incompleta, desarticulada y por lo tanto incoherente, es parte de la misión de un Sociólogo que pretende colaborar para que el mundo sea cada día menos opresivo e injusto con los menos favorecidos. Mientras ciertos sectores del poder pugnan por mostrar la realidad como una lluvia de fragmentaciones absurdas, el Sociólogo recupera esas fragmentaciones para otorgarles sentido a fin de poner en evidencia las relaciones de opresión e injusticia que tienen lugar en un determinado modelo de sociedad
Fuente:MDZ

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