domingo, 28 de octubre de 2012

Zizek: los cacerolos y la colonización del sentido común.



Publicado por Rucio
 
El esloveno Slavoj Zizec es algo así como el reflejo en el espejo de la Sarlo. Arrancó como sostén ideológico de la derecha disidente de Europa oriental, del anticomunismo cerril, pero en vez de disfrutar de las mieles que le ofrecía el mundo post “caida del muro”, reencaminó su espíritu hasta transformarse paulatinamente en un referente del moderno pensamiento de izquierda. Salvando las distancias, claro, lo de la Sarlo es de cabotaje.
  
Lo traigo a colación porque arrima varias pautas para ayudar a interpretar la metodología  y el sentido de la acción cacerolera. Aclaro desde ya que este post no tiende al análisis de las motivaciones personales de un espectro tan amplio de  individuos (que presentan extrema dificultad para ser rotulados como “grupo” en el sentido que le da al concepto Pichón Rivière (*), y por ende, resulta inútil analizarlos como tal), sino que apunta al modo en que los promotores de la manifestación han logrado reducirlos a una muchedumbre (**), los han arriado a un lugar común, y esperan instrumentarlos como escenografía  para el logro de sus objetivos particulares (que no tienen por qué ser los mismos que las aspiraciones de las parcialidades que conformaron la muchedumbre). Lo digo para evitar chicanas onda “los K siguen sin entender los reclamos legítimos de la gente” y para advertir que si el lector es un convencido de la “espontaneidad” del cacerolazo  13-S, es hora de que deje de perder tiempo en esta lectura.

Zizek en “En defensa de la intolerancia” (2001)  se explaya teniendo en miras a la caída del modelo soviético, y, particularmente, en la organización social que la empujara. Nos explica cómo fue posible que sectores tan dispares y con inquietudes a veces diametralmente opuestas, convergieran en acciones políticas comunes para enfrentar al régimen en Polonia: 

“La expresión "los comunistas en el poder" era la encamación de la no-sociedad, de la decadencia y de la corrupción, una expresión que mágicamente catalizaba la oposición de todos, incluidos "comunistas honestos" y desilusionados. Los nacionalistas conservadores acusaban a "los comunistas en el poder" de traicionar los intereses polacos en favor del amo soviético; los empresarios los veían como un obstáculo a sus ambiciones capitalistas; para la iglesia católica, "los comunistas en el poder" eran unos ateos sin moral; para los campesinos, representaban la violencia de una modernización que había trastocado sus formas tradicionales de vida; para artistas e intelectuales, el comunismo era sinónimo de una experiencia cotidiana de censura obtusa y opresiva; los obreros no sólo se sentían explotados por la burocracia del partido, sino también humillados ante la afirmación de que todo se hacía por su bien y en su nombre; por último, los viejos y desilusionados militantes de izquierdas percibían el régimen como una traición al "verdadero socialismo". La imposible alianza política entre estas posiciones divergentes y potencialmente antagónicas sólo podía producirse bajo la bandera de un significante que se situara precisamente en el límite que separa lo político de lo pre-político; el término "solidaridad" se presta perfectamente a esta función: resulta políticamente operativo en tanto en cuanto designa la unidad "simple" y "fundamental" de unos seres humanos que deben unirse por encima de cualquier diferencia política”.
A mi humilde entender, la acción cacerolera, si bien converge con la situación descripta por Zizek en el carácter de conglomeración de diversidades, también se encuentra respecto a ella en una situación embrionaria: ha advertido la posibilidad catalizadora de enfrentar a un gobierno, pero aún no ha encontrado el significante inclusivo y totalizador que transforme la muchedumbre en grupo y, en consecuencia, sólo logra generar hechos políticos, aislados y hasta inconexos, pero no una acción política coordinada y eficaz a desarrollarse en el tiempo necesario. Tal circunstancia ha sido claramente puesta de manifiesto en las entrevistas recogidas aquella misma noche entre los concurrentes. Para colmo, las consignas más escuchadas fueron las manifestaciones de odio visceral o, directamente, el “que se vayan”, sinceramiento adecuado en el enfrentamiento con una autocracia, pero francamente disfuncional frente a un gobierno democrático elegido hace menos de un año por una mayoría del 54%.

Poco importa en el caso que cualquier análisis que pretenda ser tomado seriamente  indique una clara distinción entre la Argentina de hoy día y las condiciones socio-políticas y económicas objetivas de Polonia en los 80. Lo importante es la existencia de algún sentimiento particular de encono con el Estado o el gobierno, por cualquier causa que ni siquiera debe tener que ser calificada como común, para que el persistente machaque sobre “el sentido común” logre enfocar la animaversión individual y la colectivice. El “sentido común” ha sido cuidadosamente adiestrado desde los medios hegemónicos como eficaz antídoto a toda respuesta o explicación política, es capaz de volver refractario al individuo a cualquier análisis e, incluso, de trastocar su encono en odio e ira, si su creencia o el prejuicio afincado a nivel del subconsciente, osan ser contradichos desde un comunicador gubernamental. 

Es que “lo político”, “lo público”, “lo estatal” ha sido cuidadosamente constituido en el enemigo durante décadas. Es “ese que no hace nada”, “ese que me roba”, “ese que me espía”, “ese que hace que suba el tomate”, “ese que me impide expresarme libremente”… negándole toda connotación positiva y achacándole hasta las más absurdas conductas destructivas. Producto: es el culpable de todos mis males, jamás el que posibilita o crea las condiciones para alguno de mis éxitos. Sobre la base de la demonización del Estado resulta sencillo configurar “climas” hostiles.

“La lucha por la hegemonía ideológico-política es, por tanto, siempre una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos "espontáneamente" como "apolíticos", porque trascienden los confines de la política” dice Zizek, y allí reside el secreto del triunfo parcial de los convocantes al caceroleo. Los medios de comunicación masiva han logrado apropiarse del lugar de fiscales del quehacer político, aparentando ajenidad de todo otro interés que no sea los filantrópicos de “investigar la verdad” contrapuesta al “relato” y “hacerla conocer” a los pasivos receptores.  Han generado en torno a sí un halo de inocencia y objetividad que no logra aún ser despejado para poner al  descubierto sus prácticas manipuladoras. Esa supuesta ajenidad de lo político es la que logra disipar incluso las mejores evidencias de su parcialidad: los otros medios o los periodistas que pretenden poner en negro sobre blanco sus verdaderas motivaciones, son cubiertos con el manto de sospecha de una vinculación con el gobierno. La sola acusación (aunque sea disparatada) de ser Medios oficialistas o periodistas militantes defenestra cualquier prueba concluyente que se esgrima en su contra, hasta la judicialización de sus perversidades se ven paralizadas cuando se lanza el conjuro “justicia adicta” o “juez K”. Aquel principio de presunción de legitimidad del que gozaban a los actos de la administración, hoy fue sustituido socialmente por el principio de culpabilidad mediático, que inmuniza y vuelve impune su complejo e interesado accionar. 

En estas condiciones, la actitud destituyente deja de ser una cualidad negativa y oprobiosa, muta mágicamente en resistencia al régimen o intento de sacudir la opresión, virtud con la que se dota a la muchedumbre previa a lanzarlas a la calle. ¿Quién pudo hacer volar la imaginación lo suficiente como para concebir de un joven sacado vociferando “¡quiero irme de viaje todos los años a Punta del este, entendelo tarada!” un adalid de las instituciones republicanas? ¿Cuál mente afiebrada soñó con escuchar un liberal-socialista como Binner congratulándose por una marcha convocada por un nazi confeso como Kanki Biondini?  Sólo la alquimia de la Televisión, condimentada con fuertes dosis de oportunismo político, pueden perpetrar estos fenómenos insospechados. 

Lo cierto es que la compleja trama de manipulaciones, tergiversaciones, mentiras y ocultamientos masificados y persistentes, ha vedado el ingreso de la política al terreno del sentido común de “lagente”. Aún falta mucho para siquiera empatar la batalla cultural, aquella que muchos creían devenida en un aplastante triunfo.

Cuando aludo a la ausencia de espontaneidad, no reduzco la sentencia a la convocatoria, sino también a la creación del caldo de cultivo de la reacción. Pero es aquí también donde los medios de difusión masivos, a pesar de demostrar su capacidad de generar estados de ánimos reactivos, simultáneamente, reinciden en dar cuenta de una impotencia organizativa que les impide consolidar logros parciales obtenidos. El correcto análisis de Zizek respecto a la articulación de “Solidaridad”, pone de manifiesto los déficit de su sucedáneo vernáculo: ni un programa de contenidos mínimos, ni un Lech Walesa aparecen, y, salvo que consideremos la posibilidad de poner en ese lugar a Sri Sri Raví Chantar, tampoco un Papa polaco.  Y esto es de suma gravedad para ea causa, porque si atribuimos valor de prenda de unidad al significante unificador “que se vayan”, no deja de ser una limitante en cuanto propuesta de caos poco proclive a seducir mayorías con un grado mínimo de racionalidad, alertados del fracaso de la misma consigna en 2001. 

En definitiva, la alternativa cacerolera, hasta el momento, no puede ser considerada más que una insinuación oclocrática en manos de “gente linda”. Y seguirá siéndolo, al menos hasta que, eventualmente, se visibilice y logre el suficiente respaldo popular “la conducción política” en que pretende constituirse el GAPU (Grupo de Acción Política para la Unidad), precámbrica herramienta que impulsa a Macri a conventirse en el Capriles argentino, ante la inviabilidad (e inaceptabilidad para los sectores fundantes) de que Moyano asuma el protagónico rol de Walesa sudaca.

(*) Grupo: “un conjunto restringido de personas que ligadas por constantes de tiempo y espacio y articuladas por su mutua representación interna se propone, de forma explícita o implícita, una tarea que constituye su finalidad, interactuando a través de complejos mecanismos de asunción y adjudicación de roles”.

 (**) En el sentido estricto que confiere al término Ortega y Gasset, meramente cuantitativo y visual, no cualificado, por ejemplo, por un ideal común. Carece de los atributos necesarios para ser considerada “pueblo”.

 (***) Olocracia: gobierno de la  la muchedumbre que a la hora de abordar asuntos políticos presenta una voluntad viciada, evicciosa, confusa, injuiciosa o irracional, por lo que carece de capacidad de autogobierno y por ende no conserva los requisitos necesarios para ser considerada como «pueblo».

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