viernes, 14 de septiembre de 2012

“La Cacerola del Hombre Común”


 

 Federico Estévez
APUBA
 


¿Nuevo movimiento político? ¿Expresión de lo viejo? ¿Añoranza noventista? ¿Cómo leer la manifestación de anoche?

Siempre es temprano para una lectura acabada y el presente es particularmente complejo y rico, políticamente denso, en el mejor sentido de la palabra, en su acepción más positiva y feliz. Pero nada podrá evitar que lo intentemos, que nos aproximemos a un primer análisis, por encima de la bronca, el asco o la adhesión que pueda despertarnos el episodio vivido este jueves en algunas ciudades de nuestro país.

En el principio, la mera descripción del fenómeno: clases medias y altas, dato que nada tiene de peyorativo, sino que se desprende de sus vestimentas, lenguajes y métodos de protesta. Numerosos, provienen de distintas reuniones vecinales desarrolladas estos últimos meses, mucho más reducidas y de menor significancia. La de ayer asoma como distinta, porque esa manifestación casi de consorcio alcanzó a confluir de a miles en la Plaza de Mayo, en un número todavía escaso, pero mayor que el producido en las últimas escaramuzas de lata.

La confluencia masiva debe hacernos pensar en un segundo elemento, también trascendente: las consignas. Y allí, en el plano más verbal de la protesta, es donde aparecen una multitud de quejas, difícilmente aunables en un proyecto propio, pero identificables, cuantificables, y en las que reluce con claridad una fuerte influencia mediática. No obstante ello, el universo de esa queja sigue siendo simple y contradictorio. El odio que une a esa pequeña multitud exhibe, deja ver, poderosas contradicciones, desprolijidades del sentido que saltan a la vista y que son también, fácilmente listables:

-Portan prolijas banderas argentinas, pero piden dólares y se quejan de la imposibilidad de comprar moneda extranjera.

-Afirman, desde sus banderas y sus cánticos, que vivimos en una dictadura, pero gritan “que se vaya” a una presidenta electa en democracia por el 54% de los votos

-Piden mayor libertad de expresión, pero su queja es transmitida y auspiciada antes, durante y luego de la protesta por las principales cadenas de noticias.

Y así ingresamos, en este inicial primer análisis, al tercer elemento, absolutamente primordial, ineludible: lo programático, lo que en todo caso tiene esto de porvenir. Porque la política es siempre una orientación hacia el futuro. Aquí vamos entonces: Los medios masivos que ayer enaltecieron la convocatoria, festejaban como principal fortaleza, que no había en la Plaza “banderías políticas”. Curiosa paradoja. El elemento destacado es justamente la mayor debilidad de la manifestación de anoche.

No había en la Plaza de este jueves seres humanos decepcionados por un proyecto nacional que de pronto, imprevistamente, hubiera dejado de cobijarlos. Nada de eso. Ayer en la Plaza había huérfanos. No había banderas partidarias porque sus propios partidos los avergüenzan y los han dejado solos y desesperados. La sola exhibición de una ideología partidaria partiría, haría añicos, la pretendida homogeneidad del “hombre común”, “espontáneo” y cacerolero. Y no hay hoy un referente opositor capaz de recoger los trozos de ese espejo roto. De ahí la multiplicidad de consignas y el gastado tridente de palabras vacías, como “Libertad”, “Seguridad” y “Respeto”, ahuecadas de tanto pronunciarlas.

Permítaseme, por estas horas febriles, una última apostilla: Nada hay más convocante que el rechazo. Tampoco nada más inútil y peligroso. Quienes orquestaron y disfrutaron el nuevo episodio de esta saga, saben, mejor que nadie, que el debate es hoy la libertad del mercado o el dirigismo estatal que aborrecen y combaten, no sólo acá, sino en el mundo entero. Y frente a ello no hay espontaneidad posible, ni “Hombre común”, inocente y apolítico. Tendrá que haber carnadura, sigla, bandera, asunción de una tradición y un estandarte. En esa cancha… todavía no juegan.

Federico Estévez, 14 de septiembre de 2012

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