miércoles, 25 de enero de 2012

Debate XVIII: Las plataformas resbaladizas

 

Por Alberto Daneri
Periodista y escritor.

Allí firma la incoherente Sarlo, ex marxista, ex asesora de la Alianza y ahora vocera mitrista. Ello revela que esta guerra dialéctica en medios culturales la auspician intereses que auguran otra calamidad económica.
 
Nació otro eje de “demandas” contra el “discurso hegemónico” (¿dictatorial?) kirchnerista: Plataforma 2012. Mimetizados tras la pureza cultural, invalidan a quienes escribimos en medios poco poderosos a favor del modelo y delinean lugares comunes soslayando censurar a las oligarquías. Estiman que el relato oficial falsea la realidad y es un vulgar asesino; incluso le imputan una muerte por accidente de tránsito, algo nuevo en cierta izquierda monotemática carente de votos. Este documento no menciona nada bien hecho por Cristina Fernández de Kirchner, lo cual no extraña: son antiperonistas. Aunque serlo no es grave; en Carta Abierta hay trotskistas y comunistas que avalan el proyecto. Pero Plataforma 2012 sigue la histórica ceguera opositora: atacan la “política de consignas”, predicen un futuro desigual que “tenderá a agravarse” y suponen a Cristina Fernández de Kirchner  unida a “las grandes corporaciones”. Las élites siempre son, por supuesto, minoritarias. Creen que su pensamiento debe darse “desde fuera” cuando no gobiernan ellas. Para engreídos que viven bien dando clases a otros para “educarlos”, el efecto redistributivo no cuenta.
No analiza Plataforma 2012 el marco global, ni la Ley de Medios, ni Papel Prensa, la inclusión de jubilados, el desendeudamiento exterior, el aumento de reservas, el incremento del 94% del PBI en diez años (en 2011 subió el 8,9%), la reindustrialización, la movilidad social ascendente, la Asignación por Hijo, el compromiso con los Derechos Humanos, frenar cinco corridas bancarias destituyentes y el mayor gasto público. No valora que el gasto público social creció un 10% en este período. Sospechosamente, obvian citar el menor gasto público de Macri en la Ciudad, la tercerización y su veto a 87 leyes, incluso una a favor del mundo cultural.
Callar que la desigualdad a finales del menemismo (1998) era de 43 veces, con la Alianza de 55 veces y hoy cayó a 13 veces, es una necedad. Ni es factible generar debates a partir de negarle todo al gobierno y tomarse de sus piernas. El gasto público no se financia en un santiamén, pues nada es blanco o negro. La tolerancia hacia quien disiente surge del conocimiento. Y de la coherencia. Allí firma la incoherente Sarlo, ex marxista, ex asesora de la Alianza y ahora vocera mitrista. Ello revela que esta guerra dialéctica en medios culturales la auspician intereses que auguran otra calamidad económica. Prefieren creerle a los medios hegemónicos y a sus pronosticadores. Soberbios, piden “reflexión y propuesta” (sin proveer ninguna) y fiscalizar el “apoyo acrítico” al gobierno.
Siempre es fértil leer a minorías que, sin hacer nada por los otros, conceden lecciones éticas y morales. Los firmantes de Plataforma 2012 ocultan desde dónde critican, velan su ideología, aunque rechazan “la tradición peronista”. Para ellos, el país vive manipulado por “voceros oficiales”. Desconocen que los hombres, solos, son débiles; pero juntos, fuertes. No aluden al real poder corporativo; y con un candor cercano a la bobería adjudican el poder a Cristina Fernández de Kirchner y no a las 500 empresas concentradas que lo detentan. Ir por más es lo esencial. Pero olvidan la relación de fuerzas, y no aclaran que es imposible conquistar la equidad con golpes de mercado o pontificando desde la torre de marfil. De  materias pendientes es más objetivo exigirles cuentas a los grupos económicos. Sin duda vuelven a reputarse –enarbolando convicciones distantes de las masas y poco afectos a la autocrítica–, la vanguardia de un pueblo equivocado al que van a salvar de su error. De nuevo teorías elitistas y el asco a comulgar con las mayorías del 54 por ciento. Una Plataforma inclinada que se resbala por la pendiente.
Si un buen verso no tiene escuela (según Flaubert), una buena idea tampoco. No hace falta catalogarse de intelectual para debatirla. Basta con tenerla. Pues escribir bien es un mito, señaló Roland Barthes, surgido de una sociedad “que convierte el lenguaje en don de escribir, y la técnica en arte”. En la Plataforma escasean las ideas originales, aunque existen algunos nombres meritorios. No aceptan que en democracia lo esencial sea obtener un fragmento de lo que se pretende; todo de pronto no se logra. El sistema funciona con acuerdos. Y “el poder corporativo es lo más importante de nuestras vidas”, decía Norman Mailer. La “2012” elude que casi todo lo manejan las corporaciones; hasta inventan a las celebridades de la tevé, que dominan a la gente. Cesó el influjo de las grandes mentes (Sartre) formando a las masas; se venera más la opinión de un rockero. Y el desprecio de clase no perime: prefieren distanciarse de las masas, sentirse superiores a los demás. De todos modos, ¿es mejor ser un intelectual? Siempre se consideró al artista plástico un artesano. Pero serlo es un orgullo, escribía el dramaturgo Sean O’Casey: un artesano vale tanto como cualquier intelectual. Porque si bien escribir es tan arduo como ser albañil, hay un matiz; cuando el albañil no es bueno, es echado; mientras que el intelectual incompetente puede seguir siéndolo engañándose a sí mismo: quizás firmando documentos fatuos.
Otro tema. Aunque un presidente necesita “cálculo, ejecución, interés por su tarea”, afirma Norman Mailer, el cinco por ciento de su vida es un preso, pues siempre está vigilado. Los políticos fingen, erigen hábitos, no dicen la verdad. En cambio, Cristina Fernández admitió su enfermedad. Kirchner la motivó para ser valiente. Otros hablan de más, no cuidan su lengua, la fustigan cruelmente. “Miente, miente, que algo quedará”, insistía Goebbels. Pero sólo los débiles creen que lo que dicen de ellos es lo que son. El poderoso capitalismo global impuso la idea de que las corporaciones son buenas para el pueblo; por oposición, según los grandes medios, Cristina simula. El ideal es hacer creer al público que hay algo erróneo en quien le cree a la presidenta. Una mujer escribió que Cristina se operó porque le gusta que se hable de ella. ¿Habrá alguna masoquista operada para tomar una pastilla por el resto de su vida que se arriesga, además, a la arritmia cardíaca? Demencia pura. Vibran enojados porque no era cáncer. La historia se repite: en 1937 filmaron La reina de Nueva York, con Carole Lombard; la dirigió W. Wellman. Narra el calvario de una mujer a la que le diagnostican que morirá de cáncer en breve tiempo. Todo el país se apiada y el periodismo saca partido, espera el final. Cuando el análisis se revela erróneo, surge la ira. Pero termina bien, porque es una comedia. También finalizó bien para Cristina Fernández.
Como es preferible que florezca el amor y no el odio, la Ley Antiterrorista que sostienen exigió el GAFI precisa la “sintonía fina” que imprime la presidenta. No deseamos que otro gobierno la aplique para reprimir, ya que el hombre no es civilizado si no tiene conciencia. Siempre uno halla la justicia a través de su propia conciencia, que no es otra cosa que parte de la conciencia de todos los que han existido. Si relegaran rencores, otros advertirían, como el historiador inglés George Pendle, que Perón fue el máximo líder de América Latina en el siglo XX. Ya los jóvenes perciben que sus delfines, los Kirchner, no serán los peores presidentes que verán en el siglo XXI: el coraje de ambos lo certifica. <

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