viernes, 6 de noviembre de 2020

Los Viudos de Obama – Por Marcelo Brignoni

 




Foto: AFP

Marcelo Brignoni afirma en esta nota que no hay un solo dato histórico que indique que un demócrata en la Casa Blanca haya significado un beneficio concreto para los movimientos populares latinoamericanos, y sostiene que al globalismo financiero le faltaba un ala naif progresista que lo justificara en aras de guerras imaginarias contra la “ultraderecha”. Con la elección de Estados Unidos parecen haberla reclutado, dice Brignoni. Los viudos de Obama se han vuelto a casar, ahora con Biden.


Por Marcelo Brignoni*
(para La Tecl@ Eñe)


Como está escrito en la Constitución de Estados Unidos, el primer martes de noviembre cada cuatro años, se celebran elecciones presidenciales. En este 2020 estaban en juego además de Presidente y Vice, 35 de los 100 senadores federales, los 435 representantes de la cámara baja, 11 gobernadores, y varias iniciativas en consulta. Una de las más importantes en Florida, la suba del salario mínimo.

Transcurridas 48 horas de la elección estadounidense donde sigue en debate quién será el próximo presidente, es necesario reflexionar sobre lo ocurrido, y sobre todo, sobre sus interpretaciones. 

En este caso, casi todo el aparato mediático, todas las empresas tecnológicas del denominado GAFAT (Google, Apple, Facebook, Amazon y Twitter), Wall Street, los Fondos de Expoliación también llamados Fondos de Inversión, la Comisión de Bolsa y Valores SEC y todo el sistema financiero global, hicieron una apuesta bastante inédita a favor del candidato Joe Biden, o mejor dicho, en contra de Donald Trump.

Esta extraña “alianza progresista” constituida sobre la base de los protagonistas de la Globalización Financiera Neoliberal, la que ha producido la mayor exclusión y desigualdad social de los últimos 100 años, ha sido interpretada de modos que, en algunos casos, remiten a alucinaciones.

Los resultados conocidos hasta aquí indican que semejante aparato comunicacional y político no pudo manipular la decisión de los más de 230 millones de inscriptos para participar de la elección. La gran mentira, bastante gorila, de que la ciudadanía es un conjunto de seres amorfos que hacen, dicen y votan lo que les llega desde los “medios de comunicación hegemónicos”, quedó desmentida una vez más. Ya había sucedido en México, Argentina, Bolivia y Chile en el último tiempo. Ahora sucedió en el centro mundial del capitalismo. La absurda percepción, muchas veces justificatoria de insolvencias propias, de que es imposible conseguir adhesiones populares sin medios amigos, encuestadores, periodistas e influencers, quedó desmentida una vez más. Alivio para la vigencia de la política y preocupación para quienes se dedican a vender esos servicios a una dirigencia genuflexa que ha renunciado a la política para someterse a los mass-media.

La preservación del trabajo, el cuidado del salario y la búsqueda de la justicia social, dieron paso a una nueva agenda de los incluidos, los que ya tienen trabajo salario y futuro, y buscan respeto hacia los minorías étnicas y sexuales, diversidad cultural y libertad de cátedra.

Pocas veces una elección estadounidense tuvo un corte de clase como éste, pocas veces las propuestas políticas de las fuerzas políticas espejo de Estados Unidos, republicanos y demócratas, fueron tan divergentes.

Cuando en el año 1944 se instaló la conferencia monetaria y financiera de los vencedores de la segunda guerra en Bretton Woods, Estados Unidos, la emergente nación del norte impuso el dólar como moneda global y un nuevo orden económico y comercial que llega hasta nuestros días. También allí surgió la parafernalia multilateral destinada a preservarlo y reproducirlo en el tiempo. Organismos internacionales como el FMI, como el BIRF que luego sería el Banco Mundial y principalmente el GATT, que a posteriori se transformó en la Organización Mundial de Comercio, preservaron la hegemonía mundial de Estados Unidos en su lucha contra el mal: el comunismo.

Luego de la derrota del socialismo real vencido en la guerra fría, el cumplimiento de las instrucciones del “Consenso de Washington” se convertiría en la hoja de ruta de Occidente, la que colapsaría paradójicamente al interior del país que la impulsó, con la decisión de las empresas estadounidenses de deslocalizarse de su país y producir a salarios ínfimos sin conflicto social en otros lugares del planeta. El reguero de suicidios, desempleo y falta de futuro de la clase trabajadora de Estados Unidos, sumado a la sumisión al poder financiero global del partido demócrata, traería a la Casa Blanca a Donald Trump.

Desde entonces, Estados Unidos fue el laboratorio de una de las más grandes creaciones del neoliberalismo, el que para justificar su injustificable existencia esgrimió la “amenaza de la ultraderecha”.

Trump, el que deportó menos inmigrantes que Obama, el que no declaró ninguna guerra ni invadió ningún país desde los tiempos de James Carter, el que sólo continuó el muro mexicano que habían iniciado el progre de Bill Clinton y su luchadora esposa, el que continuó el maravilloso legado por los derechos humanos de Guantánamo, heredado de Obama que mintió con cerrarlo, el que acordó la convivencia con Corea del Norte, resultó ser la cara del fascismo. En cambio, los demócratas, los esclavistas del siglo XIX , los de Harry Truman y la OEA bañada en sangre de 1948, los de Kennedy en Bahía Cochinos, y sobre todo, los de Obama, el creador de las cuatro patas del Lawfare, se nos presentan como los defensores de la democracia. De repente los creadores de las ONG fantasmas que denunciaron corruptos populistas latinoamericanos, los inventores de las fake news, los espiadores masivos de ciudadanos y presidentes, los reclutadores de jueces corruptos dedicados a encarcelar dirigentes populares, se transformaron en los campeones de la democracia y la libertad.

Estos custodios de la lucha contra el “populismo fascista”, defensores de la sacrosanta globalización financiera, habían creado una telaraña muy bien urdida que atrapa incautos a lo largo del planeta.






No hay un solo dato histórico que indique que un demócrata en la Casa Blanca haya significado un beneficio concreto para los movimientos populares latinoamericanos. Perón volvió a la Argentina con Nixon en la Casa Blanca, recuperamos la democracia con Ronald Reagan en Washington, y lanzamos la UNASUR con Bush hijo en el gobierno.

La discusión de los Estados en política internacional, nunca es sobre ideología ni sobre filosofía. Es sobre intereses, geopolítica, defensa, soberanía y mercados.

La Presidencia de Obama inició desastres estructurales como la mal llamada primavera árabe, los golpes blandos latinoamericanos, las acciones injerencistas que desmontaron la UNASUR y encarcelaron, entre otros, a Lula y Amado Boudou, y es la que nos dio a Mauricio Macri.

Ya con Trump “el fascista”, volvimos al gobierno en Argentina, ganamos en México con Andrés Manuel López Obrador, el chavismo sigue en el gobierno de Venezuela, el MAS vuelve a ganar en Bolivia y Chile se encamina a una nueva constitución y un sistema político más justo y solidario. Datos, no opinión.

Pensar con cabeza propia significa tener agenda propia. La situación de los derechos de las minorías étnicas estadounidenses no puede ser en ningún caso el determinante de nuestra política exterior o de nuestro tipo de relación con Estados Unidos, salvo que hayamos decidido transformar nuestros estados en ONGs internacionalistas de respeto a las diversidades, una opción respetable que no forma parte de mis aspiraciones como argentino y latinoamericano, y que no debiera ser el norte de nuestra política exterior.

Del mismo modo que fue un error introducir el conflicto de medio oriente en nuestro país a partir de la ilegalización de Hezbolá, resulta bastante absurdo suponer que nuestra política exterior con Estados Unidos deba basarse en posicionamientos sobre demandas sectoriales de su política interna, y no en los intereses y conveniencias de nuestra condición de Estado Soberano.

Las críticas de los demócratas a Trump no son por sus bravuconadas, errores, arbitrariedades y excesos, que son muchos, sino por sus aciertos, por el intento de volver a instalar en el centro de la política global a los Estados Soberanos y no a las empresas globales que desde Foros como el de Davos pretenden asignarles tareas y destinos a los países, como si fueran sus mandantes.

El globalismo financiero neoliberal nos trajo este mundo de desastre que padecemos.

El futuro es de los patriotas, no de los globalistas sin patria ni bandera.

Al globalismo le faltaba un ala naif progresista que lo justificara en aras de guerras imaginarias contra la “ultraderecha” 

Con la elección de Estados Unidos parecen haberla reclutado. Los viudos de Obama se han vuelto a casar, ahora con Biden.

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*Analista político. Columnista del programa radial Vayan a laburar, emitido por AM750.

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