La barrera natural
exterior y la barrera económica interior presentan un horizonte temporal
diverso. Mientras que el final de la real “valorización del valor” ya se
encuentra en el pasado y la economía capitalista atraviesa su crisis
histórica ahora, en el espacio de pocos años (a grosso modo a lo largo de la
próxima década), la barrera natural absoluta todavía se encontrará en el futuro
(en un período máximo de dos a tres décadas). La crisis económica y el cierre
concomitante de la capacidad de producción frenan el agotamiento de los
recursos energéticos – a expensas de la creciente miseria social global en
forma capitalista. Simultáneamente, sin embargo, los procesos de
destrucción de las bases naturales y del clima muestran tal avance que no puede
ser detenido, por lo que la barrera natural exterior será alcanzada a pesar de
todo.
Destrucción
capitalista de la naturaleza
El fin de la
modernización significa, pues, que, además de tener que superar la forma
capitalista de reproducción, durante mucho tiempo una sociedad poscapitalista
tendrá que lidiar con las consecuencias de la destrucción capitalista de la
naturaleza. Para el análisis y crítica teórica de la crisis, es importante
entrever la interconexión interna de las dos barreras históricas del
capitalismo. Existe, sin embargo, el peligro de jugar uno contra el otro, estos
dos aspectos de la crisis histórica; esto vale para ambos lados: para las
elites capitalistas tanto como para los representantes de un “reduccionismo
ecológico”, que sólo admiten la barrera natural exterior. La gestión
capitalista de la crisis y el reduccionismo ecológico podrían entrar en
una alianza perversa, que conduciría a negar la barrera económica y, en
nombre de la crisis ecológica, predicar a las masas empobrecidas y en la
miseria una ideología de “renuncia social”. Contra esto, debemos sostener que la
crisis, la crítica y la superación de la estructura capitalista tienen
prioridad, porque la destrucción de la naturaleza es una consecuencia, no la
causa de la barrera interior de ese sistema.
¿Por qué dice Usted que la vergüenza de la crisis es también la
vergüenza de la izquierda postmoderna?
RK- La crisis no es ninguna vergüenza, sino un
proceso objetivo resultante de la dinámica ciega de la competencia y del
desarrollo incontrolado de la capacidad de producción. Con respecto a la
izquierda postmoderna, se puede hablar de vergüenza en la medida en que
descartó, en su mayor parte, la crítica de la economía política. El
“economismo” de los tradicionales marxistas de partido solamente fue criticado
para eliminar terminantemente la objetividad negativa de las categorías
capitalistas de “trabajo abstracto” y “valorización del valor”. La dinámica de
la crisis inherente al capitalismo pasó totalmente desapercibida, habiendo sido
traducida a “posibilidades ilimitadas”. Tal como las élites neoliberales,
izquierda postmoderna creyó en el “crecimiento empujado las finanzas” y se
convirtió en la expresión ideológica del capital ficticio. El virtualismo
económico fue complementado con el virtualismo tecnológico de la
Internet. La Segunda Vida del espacio virtual sufrió la mutación de
tornarse en la forma de vida “propiamente dicha”, el supuesto “trabajo
inmaterial” de Antonio Negri terminó siendo la continuación de la ontología
capitalista del trabajo. El verdadero problema de sustancia del “trabajo
abstracto” fue negado; un “antisubstancialismo” ideológico" (o
antiesencialismo) en contraste con Marx denunció ese problema de sustancia como
simple metafísica de un pensamiento ultrapasado , en lugar de reconocer en él
una “metafísica real” del capitalismo, la que no deja de ser bastante material.
Al mismo tiempo, hubo una orientación por la esfera de la circulación. La
ilusión financiera capitalista de que actos de compra-venta también
podrían generar crecimiento, como la producción real de mercancías, constituye
también la premisa implícita del pensamiento posmoderno. El endeudado sujeto de
mercado y consumo aparecía como portador de la reproducción y de una
posible emancipación, cuando nadie podía decir en lo que ésta consistiría.
El falso
virtualismo económico y tecnológico tuvo su correlato filosófico en una
epistemología que ya no quería criticar y superar la fetichista “apariencia
real” del capital, pero seducía a las personas en la creencia de poder
“realizase así mismos” en esas condiciones. Siguiendo las ilusiones virtualistas,
la “jaula de hierro” (Max Weber) del sistema productor de mercancías fue
redefinida como “ambivalencia” y “contingencia”, abiertas para todo y a
cualquier hora. En realidad, incluso la verdad negativa de la
crítica, no tendría más base objetiva en las condiciones reinantes, pero podría
ser “producida” y “negociada”. Para la izquierda posmoderna la naturaleza
negativa del capital se disolvía en una indefinible “pluralidad” (Vielfalt, diversidad) de los fenómenos,
a la cual se presentaría como desconectada “pluralidad” de movimientos
sociales, sin focalizar el meollo concreto del capital.
El
pensamiento postmoderno y el neoliberalismo
En términos
sociales, la izquierda postmoderna fue un marcador de la moda (trendsetter) de la individualización y la
flexibilidad capitalista. El flexi-individuo abstracto no fue reconocido como
forma del sujeto burgués en crisis, pero recibió el nimbo de anticipación de la
libertad individual ya en el seno del capitalismo. En lugar de aparecer como
forma última de existencia del mercado totalitario y como la amenazante “guerra
de todos contra todos” en la competencia universal de la crisis, la
individualización aparecía como forma atomizada de la “autorrealización” y del
“ser humano flexible” (Richard Sennet), se presentaba no como objeto indefenso
al gusto de las imposiciones capitalistas, sino como su propio “soberano”, que
podría conquistar nuevos espacios y transformarse a sí mismo en lo que
quisiese. La proximidad del pensamiento posmoderno a la ideología neoliberal
siempre ha sido incuestionable, a pesar de los contrastes exteriores. Ahora la
izquierda posmoderna se topa con los restos de sus ilusiones y es confrontada
con la dura realidad de una crisis monumental, que desde el principio no
quería admitir y para cual, por lo tanto, no está preparada.
¿La izquierda de hoy vive una crisis existencial? ¿Antes de sugerir
alternativas a la actual crisis mundial, la izquierda tendría que resolver sus
propios problemas? ¿Para Usted, existe hoy un vacío teórico de la izquierdista
o un “desajuste metodológico” en la búsqueda de una base común para una teoría?
RK - La crisis existencial de la izquierda consiste
hoy, precisamente, en el hecho de que ella no ha podido transformar el marxismo
y reformular la crítica de la economía política dentro de los estándares del
siglo XXI. Pues naturalmente no hay vuelta a los paradigmas de una época
pasada. La etiqueta de la “posmodernidad” era falsa, porque la real
transformación social del capitalismo no inauguró nuevos espacios sociales,
sino porque justamente marcó la transición a su ruina histórica. Ni el fin del
antiguo movimiento de los trabajadores ni el naufragio del “socialismo
real” fueron digeridos críticamente. La transición posmoderna no superó el
marxismo tradicional, apenas le dio continuidad a una forma vacía.
Mientras desaparecía totalmente de la vista el objetivo socialista y se
disolvía aquella falsa “pluralidad” de aspiraciones meramente particulares, el
paradigma de la “clase obrera” se transformó en una insostenible multitud
de sujetos sociales postizos; en el caso de Negri, desembocó en el concepto
totalmente vacío de “multitud”, que significa todo y nada. El vaciamiento del
sujeto tiene su correlato en una virtualización de las luchas sociales, que en
gran medida todavía sólo tienen carácter simbólico, siendo cada vez menos
capaces de intervención real.
Caracterizar esta
situación con el “impase” de la izquierda es un eufemismo. Tanto la vieja
izquierda como la posmoderna terminaron. No existe más el sujeto ontológico
del “trabajo”, porque el “trabajo” terminó revelando ser sustancia histórica
del capital y quedó obsoleto. Con esto, también el paradójico concepto marxista
de “sujeto objetivo” en sí, que solamente necesitaría llegar al “para sí”, está
liquidado en términos históricos y no puede continuarse con sucedáneos. En este
sentido, el “vacío teórico" de la izquierda es idéntico al “desencuentro
metodológico”. La izquierda nunca consiguió captar la dialéctica
sujeto-objeto del fetichismo moderno. El resultado fue caer en un objetivismo
tosco o en un subjetivismo igualmente tosco. La oscilación entre esos dos
polos del fetichismo remata buena parte de las discusiones de la izquierda que
no pudo dejar atrás esa polaridad.
Sujetos
paradójicos
Para un nuevo movimiento
social emancipatorio lo que importa ya no es más despertar por el beso de un
“sujeto objetivo”, sino hacer una crítica de la forma sujeto, sin
salvaguarda ontológica, e interpretarla como una forma de existencia
capitalista. La forma “sujeto” sólo puede ser siempre un agente del “sujeto
automático” de la valorización del capital y no puede ser confundida con la
voluntad para la acción emancipatoria, la cual necesita constituirse a sí misma
y no puede tener fundamento ontológico. Esto es algo difícil de ser pensado,
porque justamente la izquierda postmoderna desistió de la crítica del
sujeto (el Foucault tardío volvió a apelar al sujeto particularizado). Esa
crítica fracasó principalmente por no estar conectada con la crítica de la
economía política.
Este problema
también está ligado a la crítica de la moderna relación entre los géneros. Es
cierto que la izquierda tradicional y también la izquierda posmoderna
hicieron sus mesuras obligatorias ante el feminismo, pero nunca llevaron
realmente en serio su temática. También el propio feminismo, a pesar de
meritorios análisis, en gran parte se limitó a definir a las mujeres como
“sujeto objetivo” tan paradojal como la “clase obrera”. El postulado de una
“formación de sujeto” femenina, por lo tanto, lleva al mismo callejón sin
salida. También el feminismo fue victimizado por la transición postmoderna
y disolvió la forma de existencia femenina “divergente” (abgespalten) en el capitalismo en una
“diversidad” de aspiraciones emancipadoras particulares que no comprenden el
problema central.
También ahí sería
importante mediar la crítica del patriarcado moderno con la crítica de la
economía política y no tratarla como una cuestión “derivada” (abgeleitet), secundaria. En este caso,
es fundamental la noción de que las categorías aparentemente neutras del
capital y la respectiva forma “sujeto” en sí ya son “masculinas”, y
que la “razón” capitalista es androcéntrica en su origen. La disolución
de la familia tradicional y de los respectivos papeles de género nada altera el
caso, porque el carácter androcéntrico del capitalismo continúa de otra forma.
La crítica de esas formas sociales y la crítica de la relación
capitalista de los géneros se condicionan mutuamente y requieren ser pensadas
en conjunto.
La crítica del
“sujeto objetivo” del “trabajo” y de la existencia femenina “divergente”
no es un juego de palabras, pero tienen enormes consecuencias prácticas para la
superación del capitalismo. Resulta que de este modo también quedó liquidada la
noción del marxismo antiguo de emancipación social y de socialismo “dentro” de
las categorías capitalistas, que solamente tendrían que ser reguladas y
moderadas de otra forma. En el límite histórico del capitalismo, se eleva el
desafío de la “crítica categorial” de la conexión entre “trabajo
abstracto”, forma de mercancía y “valorización del valor”, así como la
relación entre los sexos en este contexto. Esto también es difícil de ser
pensado, porque estas condiciones existenciales están interiorizadas, habiendo
sido incluso firmado además por el pensamiento posmoderno. Sólo la formulación
del nuevo objetivo socialista sobre la base de una “crítica categorial” puede
conducir al desarrollo de las exigencias inmanentes de la transición que
también sean las adecuadas al proceso de la crisis histórica, consiguiendo así
poder real para imponerse. Sin el enfoque unificador sobre el núcleo del
capitalismo, los movimientos sociales permanecen indefensos y particularizados.
Es de temer, sin embargo, que la izquierda tomada de sorpresa por la crisis,
termine confiando en concepciones demasiado tacañas de supuesta “salvación”,
ratificando así su impotencia histórica.
¿En qué sentido la actual situación ha contribuido para que la
política se convierta en un modelo en extinción? ¿Podemos decir que la economía
“colonizó” política? ¿Esta repensando la política a partir de lo que está
sucediendo?
RK - La política centrada en el Estado como instancia
sintetizadora está saliendo de línea no por haber sido colonizada por la
economía, sino por haber fracasado hace mucho tiempo en función de sus propias
premisas. El problema no tiene que ver sólo con la condición exterior de la
mundialización del capital, que rompió los espacios de la economía nacional.
La fuerza reguladora del Estado se extingue principalmente por el
hecho de que no hay nada más sustancialmente para ser regulado. La valorización
capitalista en las formas de “trabajo abstracto” de dinero siempre han
constituido la premisa del Estado, que él no puede esquivar. Cuando el capital
se desvaloriza por el propio desarrollo de la capacidad productiva, el
Estado solamente logra reaccionar mediante la inflacionaria emisión de dinero
por su banco central. Esto no supera la falta de sustancia del capital
virtualizado, pero exacerba como devaluación al medio – fin en si mismo -
llamado dinero. Ocurre que la competencia del banco central es puramente
formal; su generación de dinero sólo puede dar expresión a la producción
sustancial de valor agregado mediante “trabajo abstracto”, pero no consigue
sustituirlo.
Los límites del
crédito estatal ya habían sido alcanzados a finales de los años 1970. En
aquella época, la expansión del crédito estatal, desprovisto de sustancia, fue
castigada por la ola inflacionaria. La ilusión del neoliberalismo consistió en
el hecho de atribuir la inflación exclusivamente a la actividad del Estado. La
desregulación neoliberal solamente transfirió el problema del crédito estatal a
los mercados financieros. Aunque el castigo de la inflación fue
transferido por causa del carácter transnacional de la economía a las burbujas
financieras, el potencial inflacionario comenzó a manifestarse en la coyuntura
deficitaria global hasta el año 2008. Este proceso, en un primer momento,
fue interrumpido porque desde entonces el capital virtual y con él la coyuntura
mundial están dando su último suspiro. Pero si ahora el Estado es
nuevamente invocado como “última instancia” y deus ex machina, sus medidas coyunturales y de salvación nuevamente
provocarán la desvalorización del propio dinero; sólo que ello ocurrirá en una
fase de desarrollo más elevada y en proporción mucho mayor que treinta años
atrás.
Renacimiento
de la política
En este escenario,
la esperanza por el “renacimiento de la política” es la más grande de todas las
burbujas. Los daños causados por la limitación política de los perjuicios serán
incluso mayores que la crisis actual. El Estado todavía sólo consigue
reglamentar la muerte definitiva del capitalismo. En este aspecto, la izquierda
también está desorientada mientras no logra cuestionar los propios fundamentos
del sistema. En la misma medida en que la supuesta “autonomía” de los
movimientos sociales particulares y simbólicos desaparecen por la barrera
interior de la valorización, es de temer que la izquierda sufra una regresión
hacia su tradicional estatismo, porque nada más le ocurre. Ya ahora la mayor
parte de aquello que pretende ser crítica social de izquierda prácticamente no
pasa de un poquito nostalgia keynesiana. Si es que la izquierda espera
lanzar sus “reformas sociales” aprovechando el tranvía de la
administración estatista, ella terminará descarrilando junto con él y, una vez
pasado el carnaval del virtualismo, ella se convertirá en un trendsetter de la política
inflacionaria. Bien que merece este destino.
¿Qué otras fuerzas de izquierda pueden surgir en este momento?
RK – De fracasar la izquierda global prisionera de
las categorías capitalistas, la gente naturalmente preguntará dónde es que hay
otras fuerzas de emancipación social. Seguramente habrá rebeliones y
conflictos sociales cuando las personas queden privadas de sus condiciones de
vida básicas, por más precarias que sean. Estas erupciones también pueden tomar
el rumbo de la derecha, manifestándose como sexismo, racismo, antisemitismo y
nacionalismo, aunque eso no tenga la más mínima posibilidad de superación
reaccionaria de la crisis. También ocurren levantamientos sociales espontáneos
que se entienden vagamente como izquierdistas, como puede verse en Grecia hace
unos meses. Esos jóvenes marginales que reaccionan visceralmente contra
la opresión de las necesidades vitales ya están siendo mitificados por algunos
izquierdistas, que los usan contra la necesaria trasformación teórica.
Pero el culto a la
espontaneidad siempre pasó vergüenza. Las revueltas espontáneas de la juventud,
por más organizadas que sean, quedarán en la nada, si no pueden adquirir una
noción crítica de la situación de conformidad con la época. Por ello, no existe
alternativa, sin desarrollar una nueva meta socialista por medio de una crítica
categorial que no puede ser vinculada al “falso carácter inmediato” de la
praxis espontánea. Es necesario aguantar esa tensión para que la resistencia
social emergente no muera sofocada en su propio palabrerío para campear
“filosofía de vida”.
Usted dice que la sociedad mundial necesita liberarse del juego del
economicismo real y organizar sus recursos de una nueva forma, además del
Estado y el mercado. En este sentido, ¿cómo la izquierda puede desarrollar un
trabajo revolucionario y cambiar la situación actual? ¿Cuál sería, en este
caso, las propuestas de la izquierda antes de la crisis financiera
internacional?
RK – Es preciso destacar que es justamente la
sociedad la que necesita ser liberada globalmente del economicismo real del
capital. Es cierto que una nueva forma de reproducción sólo puede tener éxito
más allá del mercado y el Estado. En los últimos años, esta fórmula ha sido
cada vez más utilizada en el sentido de ser sólo una economía alternativa
cooperativista, por así decirlo “al lado” de la síntesis social por el
capital, y la que de alguna manera habría que ampliar gradualmente. Esto solo
da continuidad al particularismo “colorido” posmoderno. Sin embargo, la
formación de una sociedad negativa (negative
Vergesellschaftung) del capitalismo solo puede ser superada por entero, o
no será superada. La economía alternativa cooperativa ya tiene una larga
historia y siempre ha fallado, la última vez en los años 1980.
Esta crisis de
proporciones históricas no mejora las condiciones para semejantes ideas, al
contrario. Esto es porque una reproducción “alternativa” restringida a un
pequeño espacio no sólo está vinculada a las cargas sociales ocultas, sino
también por quedar sujeta a las funciones del mercado y del Estado, en tanto
que por cuenta propia sólo puede sólo satisfacer algunas necesidades vitales. Y
la reproducción real de los individuos queda inserta en un encadenamiento que
Marx, bajo condiciones capitalistas, llamó “trabajo social”. Esta
estructura sólo puede ser transformada por entero; no se puede comenzar con
patatas o software y encontrar que se ha creado un “modelo” en escala reducida,
que sólo necesitaría aplicarse a la sociedad como un todo. El “platonismo
del modelo” es el producto de la teoría económica burguesa, no de la crítica
radical.
Cuando en plena
crisis, por falta de “financiación”, cortan el agua y la luz, cuando
entran en colapso la asistencia médica y la distribución capitalista de los
productos alimenticios, entonces lo que está en la agenda no es lo gradual
“entrar en red” de comunas que pretenden reformar la vida, o la
“formación de redes” de permuta virtual, sino la transformación del modo
capitalista de “formación de red” de la sociedad en su conjunto. Para ello, es
necesaria una resistencia organizada de toda la sociedad contra la
administración de la crisis que establece metas propias en nivel de síntesis
social.
Economía
solidaria como placebo
Por lo tanto sólo
desvían la atención los placebos particularistas tipo “economía solidaria”, que
generalmente consisten en un revoltijo de economía de subsistencia, “reformas
monetarias” ilusorias y abstracta ideología comunitaria. Queremos hacer de la
mala suerte una bendición. Es muy coherente que estas propuestas se
enamoren con “soluciones para la crisis financiera” aliadas de la nostalgia
keynesiana. No existe ninguna solución para la crisis financiera; se debe
atacar el propio criterio de la “financiación”, si es que se pretende proponer
en serio un nuevo modo de reproducción que vaya más allá del mercado y del
Estado.
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