lunes, 21 de octubre de 2013

El artista que le gusta a las clases medias medio progres

Con Menem era más fácil. Todos éramos piolas, transgresores y progresistas. La política no nos interesaba porque el "Felices pascuas" la había sepultado y ahora, a las clases medias medio progres, lo único que les  interesaba era reírse del turco y de la tele. Si hasta se exhibía con orgullo el carnet del pelotudo argentino que le compraban a  Lanata. Es que se puede vivir sin muchas cosas pero no sin representación. Saldrá de la política o la tele, pero siempre alguien te representará aunque incluso creas que eso no está sucediendo. Así como siempre hacés política, aunque lo ignores, siempre alguien te representa. El problema en todo caso es la calidad de esa representación. Si te representa un actor o un periodista estás medio hasta las manos, en una fase lindante al subdesarrollo, algo que por cierto le facilita notoriamente las cosas al gobierno de turno: nada más fácil de controlar que un país donde una parte importante de su clase media sólo se representa en la tele.
En ese mundo donde todos éramos opositores resulta que desde la señora Ruíz Guiñazú  hasta Román Lejman eran progresistas; en ese país hasta Marcelo Longobardi se daba el lujo de pasar música clásica en la primera mañana de Radio América para demostrar su cultura; en ese país Luisito Majul fungía de rebelde que cada mañana embestía contra la madurez del "Bebo" Granados y Carolina Perín en Radio Continental.
En ese país estaba bien claro dónde estaba el mal, el problema es que desconocíamos el paradero del bien, algo que tampoco importaba demasiado. Muchos ya habían renunciado a su búsqueda.
Era un tiempo donde todos estábamos a la izquierda del turco y nadie nos obligaba a discutir entre nosotros ni a pensar en qué país nos gustaría construir. 
Hasta que vino el tiempo de la Alianza y ese mito de que sin corrupción el  neoliberalismo podría ser útil para inventar un futuro sin hambre y desempleo. Los jueves a las 22, en Hora Clave, por Canal 9, el Frepaso comunicaba sus ideas y así anduvimos hasta que diciembre de 2001 se llevó todo lo malo y ahí marchamos, presurosos, a las asambleas a ver si alguien conocía el paradero de lo bueno. Resulta que un día estábamos en pelotas, sin un Menem para putear y obligados a manejarnos solitos. Si hasta estremece la candidez del "Que se vayan todos" (justo en este 2013 donde todos los que no se fueron ahora aparecen como infantería de "lo nuevo") Y a esos  yuppies que cuando nosotros resistíamos al menemismo intentaban contenernos con visiones posmo de la vida, nos los encontramos en las esquinas o en las asambleas en aquel verano del 2002 donde por primera vez divisamos a viejos reaccionarias de mierda preocupados por los piqueteros. De un día para otro todos queríamos "un país mejor" porque ahora se habían llevado presa a la guita y eso nos igualaba.
Cuando ya no hubo un Menem para echarle la culpa tuvimos que empezar a mirarnos entre nosotros y fuimos descubriendo que no éramos tan parecidos ni que estábamos tan de acuerdo como creíamos. Poco a poco algunos empezaron a encontrar representación en la política de la mano de Néstor Kirchner pero muchos otros no pudieron salir del paraguas de la tele, con lo que se revela la sobrevivencia de un costado flaco para la lucha por la cosa pública, porque el mundo está lleno de artistas bien intencionados que pueden tener sueños iguales a los nuestros, pero son artistas y lo que se necesita para transformar los sueños en realidad son dirigentes políticos.
Las transformaciones no se hacen sólo con buenas intenciones.
Porque el mundo está repleto de artistas que nos pueden maravillar con su arte pero que nos asustan con sus perfiles ciudadanos. Pero porque también "una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa". Porque Celia Cruz murió odiando a Fidel pero eso no me impide disfrutarla como una de las mejores cantantes y soneras que dio Cuba. Porque Santiago Feliú bancó siempre la revolución pero me aburre soberanamente. Porque Piazzolla fue un antiperonista furioso pero su música sigue describiendo mejor que ninguna a la ciudad de Buenos Aires.
La confusión está en no separar al artista del ciudadano ¿O voy a dejar de cagarme de risa con el gordo Porcel por sus ideas reaccionarias? ¿O estoy obligado a que me gusten las canciones de Copani porque esté del mismo lado del mostrador político que yo?
Una de las tareas pendientes de muchos argentinos es dejar de representarse en figuras de los medios y las artes. Porque puede haber artistas que tengan sueños que a muchos nos gusten, pero los sueños hay que llevarlos a la práctica y ahí es donde se empieza a complicar. Porque independientemente de que Pino Solanas nos guste mucho o poco, estaría bueno entender que su prestación como dirigente político es magra pues hace 30 años que está en el candelero y no sólo no tiene un partido legalizado sino que sigue en la faz meramente denunciativa sin incidir en la realidad, que de eso se trata la política, al fin y al cabo.
El artista que nos gusta es el artista que nos gusta, no un dirigente político que nos conducirá por los vericuetos del poder en pos de la obtención de nuestros anhelos políticos e ideológicos. El artista que nos gusta nos dice que quiere que no haya pobres pero no tiene la más mínima idea de qué hay que hacer en la realidad concreta para erradicar la pobreza.
Las transformaciones, valga reiterarlo, no se hacen sólo con buenas intenciones.

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